Hace algunos días opinábamos en este blog que Valencia carece de una marca trabajada que la sitúe en una posición de ventaja en su entorno de competencia. Dado que no hay una decisión estratégica clara al respecto, la ciudad vive de sus propias características inherentes (que juzgamos bastante buenas, sea dicho) para competir en el contexto internacional con cierto éxito.
Hoy intentaremos desgranar uno de los elementos esenciales que se debería tener en cuenta en la construcción estratégica de esa marca. Es el relato de ciudad. La narración que explique qué es Valencia y por qué. Con relato no nos referimos, como es evidente, a un cuento o historieta: nos referimos a la explicación de sí misma que tiene la ciudad y su gente en base a su propio ser. Su propia justificación, aquello que amalgama sus diferentes elementos.
Para centrar el concepto, pongamos un ejemplo reconocible en el mundo de las ciudades más o menos comparable a Valencia: Bilbao. Capital de Vizcaya crecida al calor de los altos hornos, la industria pesada del metal y el puerto que conectaba con Inglaterra y el mundo. Vizcaya, industria, puerto. Esto explica su estrecha relación con la ría, una burguesía potente, la fuerza y creatividad de su sector obrero y clases populares y su estilo británico llegado a través del puerto en el siglo XIX que aún hoy pervive, sin ir más lejos, en el nombre y estilo de juego del Athletic Club. Y explica también, sin traumas, que Bilbao es (era) fea, en contraposición con Donosti.
Bilbao, de un tiempo a esta parte, ha cogido su relato de ciudad y ha incidido de forma determinada sobre él: sin renunciar a su pasado industrial, a través de actuaciones de calado en la ría como el Guggenheim (con su cubierta... metálica, claro) y su distrito financiero está transformando la ciudad y su percepción. Desde la industria pesada hacia la modernidad. El relato se reinventa después de la desindustrialización y el espacio que ocupaba el metal lo ocupa la cultura y la innovación. Podría haber intentado rehacerlo del todo renunciando a su esencia, pero no lo ha hecho. Hubiera sido, sin duda, una mala decisión.
En Valencia, en cambio, la situación es muy diferente. Su relato explicativo actual es totalmente de nuevo cuño y se ha basado en la grandilocuencia y en una supuesta voluntad festiva insaciable. De hecho, como no conecta con su propia naturaleza, es un no-relato. La explicación que se hace de la ciudad desde hace un par de décadas carece de cualquier referencia a su propia esencia o historia. Y no es porque ésta sea despreciable, sino porque en su determinado momento la apuesta institucional ha sido crear y vender una “nueva” Valencia que miraba al mundo a través de actuaciones urbanísticas, arquitectónicas y pseudoculturales faraónicas que poco tenían que ver con su propia personalidad. Un auténtico borrón y cuenta nueva para poner a la ciudad “en el mapa”. Miraba al mundo dejando absolutamente de lado no solo a ella misma sino también a su entorno o hinterland, del cual se nutre a nivel social y económico.
Valencia se podría explicar a través de su historia. Demasiado poco recordamos que fue durante cinco siglos la capital de un estado exitoso que dominó el Mediterráneo a nivel comercial durante buena parte de la baja edad media. Eso nos hace entender, rápidamente, por qué tenemos una Llotja que podría estar perfectamente en medio de Florencia. O por qué tenemos Ciutat Vella plagada de palacetes y guardada por dos puertas góticas imponentes. O, en un plano más social, el carácter emprendedor y exportador del tejido económico valenciano.
Valencia se podría explicar a través de l'Horta, ese paisaje humano único en el mundo que la diferencia y caracteriza y que la ha ido moldeando a nivel económico y social a través de los siglos.
Valencia se podría explicar a través de sus distritos y barrios, que explican buena parte de sus múltiples personalidades. Extramurs, Ciutat Vella, l'Eixample, Russafa, Benimaclet, Campanar, el Cabanyal... todos ellos con su relato propio que juntos forman Valencia y su diversidad como ciudad.
Valencia se podría explicar a través de su cultura, es decir, de cómo se manifiesta y representa ella misma por sus escritores, sus músicos, sus pintores, sus escultores, sus fiestas... Miren Londres y Dickens, por ejemplo.
Pero, lamentablemente, Valencia vive de espaldas a su historia, como demuestran los deficientes y descuidados paneles explicativos, por ejemplo, de las Torres de Quart. Valencia vive de espaldas a l'Horta, como demuestra la nula presencia de este paisaje en cualquier guía o elemento informativo de la ciudad. Valencia vive de espaldas a sus propios barrios singulares, como demuestran las actuaciones pretendidas sobre el Cabanyal. Y Valencia vive de espaldas a su cultura propia, como demuestra el tratamiento de las Fallas como gran evento y espectáculo masivo mientras se dejan languidecer las figuras y roques del Corpus, una celebración con seis siglos de historia, en un museo manifiestamente indigno. Se ignora aquello que no encaja en el diseño de novedad y grandilocuencia a toda costa.
Lo que existe actualmente no puede ser tildado de relato, ni mucho menos. Es, como mucho, un discurso. Un relato es bastante más, necesita de elementos reconocibles que forman parte de la esencia de una ciudad. La historia y la trama de barrios de Valencia nos explica cómo es la ciudad. La grandilocuencia y la pasión desmesurada por lo nuevo no explica absolutamente nada. Es poco más que la expresión de deseos de nuevos ricos provincianos que el tiempo, ayudado por la crisis económica, se ha encargado de enterrar en facturas.
Valencia necesita con urgencia mirarse a ella misma, observar de forma introspectiva qué es y por qué para tejer un nuevo relato creíble y coherente con su propia esencia. Su historia, su entorno, su trama urbana y su forma de ver el mundo son un buen punto de partida para construirlo. Un relato que nos explique a nosotros mismos esta ciudad para podérsela explicar al mundo y hacerla atractiva para vivir, para visitar y para invertir.