El affaire Eurovegas ha sido muy efectivo al mostrar la cara más chunga de nuestra política pública. El relato es conocido: un par de administraciones intentando poner las mejores condiciones -por decirlo suavemente- para que un cowboy invertiese sus millones en un gran parque temático. Se trataba de un proyecto de desarrollo que profundizaba en un modelo económico poco resiliente, entre el sector de la construcción y un turismo descontextualizado, con exactamente la misma oferta en Macao o en EEUU. A los que se añadía una actividad con muchas externalidades negativas -el juego-, y se sentaban precedentes peligrosos al adaptar la regulación de forma discriminatoria (aquí José Fernández-Albertos lo razona perfectamente y aquí tenéis los argumentos de Jesús Fernández-Villaverde con las mismas conclusiones).
Lo que se ha visto en Eurovegas es lamentablemente similar a lo que ha sucedido con la candidatura de Madrid a organizar los Juegos Olímipicos: fiar las palancas de desarrollo a una decisión en la que uno mismo no tiene la última palabra, que se gesta en espacios opacos y que no depende de elementos endógenos. Una apuesta legitimada con la excusa del empleo que paradójicamente lo permite todo, cuando explícitamente se renuncia a hacer política pública al respeto.
Afortunadamente ninguna de las dos megaoperaciones se llevará a cabo en el medio plazo. En las deliberaciones privadas se han elegido otros mercados. No nos ha tocado esa lotería.
Y no puedo sino alegrarme, porqué esas negativas nos obligan a centrar la atención en lo que sí depende de nosotros, en lo que se puede mejorar con políticas adecuadas. Podemos fijarnos en aquellas ventajas competitivas derivadas de factores propios y no coyunturales. ¿Tenemos algo más que ofrecer a parte del clima, sueldos bajos, rebajas fiscales y genuflexiones regulatorias?
En este sentido emergen nuevas dinámicas entre las empresas, los ciudadanos y el territorio. Las actividades económicas que mantienen relaciones de fidelidad, incluso simbióticas con los lugares en los que están basadas, refuerzan identidades y en lugar de fenómenos especulativos alientan crecimientos sostenidos. Se trata de un capital menos volátil que se implica con su entorno, entendiendo y asumiendo que un mejor entorno también beneficia a las propias empresas.
No es trivial que airbnb tenga un blog sobre política pública o decida abrir sus oficinas en San Francisco para el uso ciudadano, intentando devolverle a la ciudad lo que en forma de 'salario urbano' o economías de aglomeración esta le ha entregado. Muchas otras empresas punteras de la misma ciudad ya hace un tiempo se unieron para crear San Francisco Citizens Initiative for Technology and Innovation (sf.citi) un lobby que más allá de cazar prebendas se dedica a poner tecnología al servicio de la ciudad. Porque ciudades más inteligentes hacen a las empresas más eficientes.
Esas relaciones simbióticas tienen mucho que ver con lo que entendemos por sentido de comunidad. La gente de Gallup y de la Knife Foundation analizaron las metrópolis americanas en The Soul of The Community para intentar averiguar que factores hacen que las personas se sientan arraigadas al lugar dónde viven. Desde el Mediterráneo Occidental nos podemos sentir muy identificados con los hallazgos: la estética del lugar, la vida social, la tolerancia y la apertura. Factores que en segundo orden están correlacionados con el crecimiento económico. Al final, el sentido de la comunidad, la calidad de vida y la actividad empresarial se refuerzan mútuamente.
Entender esto nos da algunas pistas: en un escenario económico cómo el actual, dónde nuestra vida laboral y personal se solapan, la calidad de vida y el sentido comunitario de nuestras ciudades, tan exitoso para soportar las crisis, pueden cobrar un nuevo protagonismo generando fidelidades entre empresa, ciudadanía y espacio.
El affaire Eurovegas ha sido muy efectivo al mostrar la cara más chunga de nuestra política pública. El relato es conocido: un par de administraciones intentando poner las mejores condiciones -por decirlo suavemente- para que un cowboy invertiese sus millones en un gran parque temático. Se trataba de un proyecto de desarrollo que profundizaba en un modelo económico poco resiliente, entre el sector de la construcción y un turismo descontextualizado, con exactamente la misma oferta en Macao o en EEUU. A los que se añadía una actividad con muchas externalidades negativas -el juego-, y se sentaban precedentes peligrosos al adaptar la regulación de forma discriminatoria (aquí José Fernández-Albertos lo razona perfectamente y aquí tenéis los argumentos de Jesús Fernández-Villaverde con las mismas conclusiones).
Lo que se ha visto en Eurovegas es lamentablemente similar a lo que ha sucedido con la candidatura de Madrid a organizar los Juegos Olímipicos: fiar las palancas de desarrollo a una decisión en la que uno mismo no tiene la última palabra, que se gesta en espacios opacos y que no depende de elementos endógenos. Una apuesta legitimada con la excusa del empleo que paradójicamente lo permite todo, cuando explícitamente se renuncia a hacer política pública al respeto.