El pasado 22 de febrero, hicimos de guías invitados en el primer Open Tour convocado por GA Valencia en lo que va de año. El paseo que propusimos, cuya intención explicaré más adelante, hizo de respuesta a otro planteado por David Estal en diciembre de 2012. En aquél, titulado ‘De Sant Vicent a San Vicente’, se caminó la calle San Vicente Mártir de extremo a extremo, partiendo de la Plaza de la Virgen hasta llegar a la Cruz del Camino de Xàtiva. Desde el centro mismo de Ciutat Vella hasta casi salir de la ciudad, avanzando en línea recta, la calle San Vicente sirvió de hilo de lectura y comprensión del crecimiento de la ciudad en su alejarse del antiguo cauce del Turia hacia el sur. La ciudad histórica, la reforma interior, las rondas, el ensanche, los polígonos de viviendas, el suelo industrial enquistado en el crecimiento urbano, la periferia contemporánea: A lo largo de San Vicente, Valencia se lee como una concatenación de tiempos a los que la historia da sentido lógico concéntrico.
Cuando a finales del s. XIX - comienzos del XX la ciudad empezó a plantearse seguir creciendo al otro lado del Turia, Francisco Mora Berenguer dibujó un futuro para Valencia (1907) en el que se seguía adelante con aquel ensanche que por entonces ya había empezado a bordear el sur de la ciudad histórica. En aquella propuesta, con la misma seguridad racionalista con la que se daba continuidad a la retícula ya existente, la ciudad en cuadrícula saltaba el río extendiéndose por la huerta hasta ceñirse al antiguo Camino de Tránsitos, una ronda de rotundo trazado poligonal que, discurriendo en su origen poco menos que campo a través, aspiraba a anticiparse al crecimiento de la ciudad y a contenerlo hacia el norte.
Finalmente, la pérdida de referencia con respecto a Ciutat Vella provocada por el salto del Turia –estructural y de época- hizo que de aquel sueño de continuar con la ciudad ordenadamente hacia el norte quede apenas un esbozo en los alrededores de Pont de Fusta y las cercanías de los Jardines de Monforte. Casi por el placer de llevarle la contraria a quienes lo imaginaron como un ensanche, el crecimiento de la Valencia Norte fue fragmentado y desordenado, dando lugar a barrios y distritos de rasgos marcados pero complicada delimitación más allá de la división administrativa. Incluso el tan ingenieril Camino de Tránsitos quedó desdibujado en este desarrollo vagamente orgánico al que se antoja buscarle explicación en la huerta y en el modo de entender el suelo que de ella deriva.
En ‘Los sueños de la ciudad que cruzó el río’, título que dimos al Open Tour del pasado mes de febrero, quisimos reflexionar sobre la construcción de Valencia Norte del mismo modo en que al recorrer San Vicente lo hicimos sobre la Ciudad Sur, encontrando como primera certeza que ambas mitades de la ciudad exigían métodos de lectura totalmente diferentes el uno del otro. Si en el Sur la linealidad del tiempo y la centralidad de la historia servían como directrices, el Norte se entendía mejor como una superposición de momentos depositados sobre la irregularidad del territorio. Así, partimos del arranque de la Avenida Blasco Ibáñez recapitulando sobre los modos en los que la ciudad entendió su vinculación con el mar, nos desviamos en la Avenida de Cataluña, acceso y salida donde se concentran las relaciones de la ciudad y lo que le está lejos, y acabamos tomando la Ronda Norte, poniendo la atención sobre la respuesta que el borde urbano da a su entorno (el cerca) para acabar mirando la ciudad desde la Horta Nord, lanzándole una pregunta desde el territorio mismo. Si para Valencia Sur nos había servido una línea, el recorrido por Valencia Norte trazó una espiral irregular que se curvaba y se cerraba sobre sí misma.
Valencia es descrita con recurrencia como ‘la ciudad de los contrastes’, idea que considero no del todo acertada. Siendo más precisos, puede decirse que esta ciudad acoge identidades históricamente diferenciadas, pero que toman sentido unitario en el marco de la tradición que conforman la huerta, la montaña y el mar. Como si la ciudad se comportase como un gran minifundio urbano, las partes que componen Valencia -y de manera acentuada en su Norte- se debaten entre la autonomía y el sentido de conjunto. Las divisiones existen, pero son frágiles, siendo difícil dibujar fronteras. Los encajes entre áreas que se tocan parecen no ser nunca definitivos, esas áreas se resisten a unirse entre sí. Y en esa tendencia a huir de la homogeneidad, a preferir lo irregular a lo uniforme, podría residir uno de los rasgos más identificativos de esta ciudad.
Valencia parece tener especial facilidad para debatirse entre el ser y el no ser. Es posible que esa facilidad resida en la tranquilidad que da existir sobre una trama ya construida, en saber que la ciudad siempre estará ahí. Como digo, la idea de la existencia de esa trama guarda relación con la huerta y el territorio, pero va más allá de aspectos de forma del tipo parcelario, caminos agrícolas o núcleos históricos. En Valencia, la variedad de respuestas surgidas del diálogo entre lo urbano y lo territorial hablan de una ciudad con capacidad de improvisar y de pensarse a sí misma de múltiples maneras, pudiendo incluso dejarse llevar sin miedo a que el resultado no fuese característicamente valenciano.
Esta manera de mirar Valencia –como forma histórica y también actual y gerundia- podría servir para inspirar un modo de pensar que aspire a acoger las diferentes sensibilidades que se dan en una ciudad haciéndolas convivir de manera que se compenetren y refuercen unas con otras. Un urbanismo que trabaje con la diferencia acogiendo la diversidad en lugar de imponiendo orden y uniformando. Un planteamiento que comience por entender lo particular para dirigirse a lo común.
El pasado 22 de febrero, hicimos de guías invitados en el primer Open Tour convocado por GA Valencia en lo que va de año. El paseo que propusimos, cuya intención explicaré más adelante, hizo de respuesta a otro planteado por David Estal en diciembre de 2012. En aquél, titulado ‘De Sant Vicent a San Vicente’, se caminó la calle San Vicente Mártir de extremo a extremo, partiendo de la Plaza de la Virgen hasta llegar a la Cruz del Camino de Xàtiva. Desde el centro mismo de Ciutat Vella hasta casi salir de la ciudad, avanzando en línea recta, la calle San Vicente sirvió de hilo de lectura y comprensión del crecimiento de la ciudad en su alejarse del antiguo cauce del Turia hacia el sur. La ciudad histórica, la reforma interior, las rondas, el ensanche, los polígonos de viviendas, el suelo industrial enquistado en el crecimiento urbano, la periferia contemporánea: A lo largo de San Vicente, Valencia se lee como una concatenación de tiempos a los que la historia da sentido lógico concéntrico.
Cuando a finales del s. XIX - comienzos del XX la ciudad empezó a plantearse seguir creciendo al otro lado del Turia, Francisco Mora Berenguer dibujó un futuro para Valencia (1907) en el que se seguía adelante con aquel ensanche que por entonces ya había empezado a bordear el sur de la ciudad histórica. En aquella propuesta, con la misma seguridad racionalista con la que se daba continuidad a la retícula ya existente, la ciudad en cuadrícula saltaba el río extendiéndose por la huerta hasta ceñirse al antiguo Camino de Tránsitos, una ronda de rotundo trazado poligonal que, discurriendo en su origen poco menos que campo a través, aspiraba a anticiparse al crecimiento de la ciudad y a contenerlo hacia el norte.