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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

“Llegué a España en patera tras salir de Malí con 10 años; ahora tengo trabajo, casa y hasta he desfilado de fallero”

La vida de Coulibaly Mamoutou, Couli para los amigos, es una historia de superación y un ejemplo de que cualquier sueño se puede alcanzar si se persigue y se cree en él.

Este joven de 20 años, natural de Bamako (Malí), lleva ya cuatro viviendo en València plenamente integrado tras media vida viajando y pasando todo tipo de odiseas que bien podrían inspirar el guión de una película o serie de ficción.

Pero nada más lejos. Sus vivencias son reales y seguramente más habituales de lo que pueda parecer.

Trabajador incansable, futbolista amateur (seguidor del Real Madrid y fan de Cristiano) y con una sonrisa imborrable, Couli narra su historia: “vivía con mis padres y mis dos hermanos pequeños, pero no era feliz porque no me gustaba estudiar, yo solo quería al fútbol y eso me generaba muchos conflictos con mi padre; al final, harto de la situación, decidí marcharme de casa con 10 años”.

Dicho y hecho. Primero cruzó la frontera con Mauritania y allí vivió un año limpiando y lavando ropa para ganarse la vida “en una casa compartida con otras 10 personas”.

Cuando logró ahorrar algo de dinero, se montó en un camión “legalmente” y cruzó la frontera de Mauritania a Marruecos: “allí recorrí prácticamente todo el país durante cinco años, trabajaba como vendedor ambuñante, pero era duro porque la policía nos perseguía y nos lo quitaba todo, nos trataban muy mal”.

Tras vivir apadrinado con una familia y trabajar también en la obra, a los 15 años decidió intentar llegar a España saltando la valla de Melilla. Para ello, acampó durante casi un año “en el monte Gurugú, en chabolas, con un millar más de personas, hasta que finalmente una noche nos decidimos”.

Así, se dirigieron todos a la vez a la valla que les separaba del sueño de una vida mejor: “algunos consiguieron cruzar, a otros nos interceptaron y nos devolvieron a la policía de Marruecos, a varios que se resistían les pegaban”.

Lejos de caer en el desánimo y la frustración, Couli decidió dirigirse a Tánger para probar suerte en una patera. Por suerte él por contactos con conocidos no tuvo que pagar por subir a la zodiac, pero el resto abonaban “50 euros”. Según cuenta, iban normalmente entre siete y ocho personas por patera.

“Al primer intento nos interceptó la Marina y nos devolvió a Tánger, pero al segundo partimos a las 02.00 horas de la madrugada y a las 5.30 horas llegamos a la costa de Tarifa, donde nos esperaba una embarcación de Cruz Roja a la que habíamos llamado”.

La entidad les proporcionó mantas y comida y posteriormente fueron trasladados a la Comisaría y a un hospital, del que pasa a un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de la zona. Tal y como explica, se llevaba “bien” con los guardias que les dejaban “jugar al fútbol en el patio”.

De allí le trasladaron al CIE de Barcelona: “a muchos de mis compañeros los deportaron, pero a mí y a algunos otros nos dieron cinco euros a cada uno y nos dejaron en libertad”.

En la zona de la Rambla conoció a un chico de su país que le invitó a su casa para que no durmiera en la calle. Tras 15 días en la capital catalana, logra contactar a través de Facebook con un amigo que conoció en Marruecos y que vivía en València, en el albergue de la Paz, por lo que tras lograr el dinero para un billete de autobús, por fin llega a València.

Vivienda y trabajo como eje integrador

Tras pasar un año en este alojamiento y otro en un piso compartido de Cáritas, periodo en el que trabajó en el campo, Couli alquiló una habitación por 150 euros en la zona de la avenida Doctor Waksman.

“Estudiaba en Cruz Roja donde hice un voluntariado y empezaron a ayudarme con los papeles; fue una chica de allí la que me habló de RAIS Fundación justo en el momento más crítico porque me había gastado los ahorros y me veía abocado a vivir en la calle”.

Desde la entidad le gestionaron una habitación en una de las dos viviendas con ocho plazas de las que dispone para jóvenes sin hogar de entre 18 a 25 años. Ubicada en el barrio de Patraix, comparte el piso con otros tres jóvenes: “la vivienda es clave para el proceso de integración, sin un hogar Couli no hubiera conseguido lo que ha logrado”, explican.

Una vez solucionada esta situación urgente, el siguiente paso era lograr obtener el permiso de residencia y trabajo por arraigo social, para lo que requería un contrato de trabajo a jornada completa de un año, “algo muy difícil de lograr por desgracia para personas en esta situación”, explican desde RAIS.

Fue entonces cuando apareció Antonio Lozano, un joven empresario valenciano de 36 años del sector de la construcción, quien a través de su prima conoció el caso de Couli: “me comentó que necesitaban un contrato para regularizar su situación y nosotros necesitábamos gente, por lo que no me lo pensé y la verdad que estamos muy contento, es un chico muy trabajador y muy voluntarioso que siempre da el 1.000 por 1.000, solo le falta un poco de pausa para aprender porque quiere hacer lo mismo que sus compañeros desde el principio y claro, eso requiere tiempo”. comenta Lozano.

Sobre las reticencias de otros empresarios a la hora de ofrecer contratos a personas sin hogar o en situación irregular, este empresario explica que “cada piensa de una forma y todo es respetable, yo por mi educación y porque también he sido trabajador desde joven intento ser sensible con la situación de los trabajadores”.

Ahora Couli cuenta con un trabajo a jornada completa y cobra unos 1.100 euros al mes como peón de obra, “lo estipulado por convenio”, según Lozano, para emprender un proyecto de vida de forma autónoma.

“Mis objetivos de futuro son ser futbolista o empresario como Antonio, independizarme a un piso yo solo y formar una familia”, explica el joven, quien comenta que habla periódicamente con su familia, pero que de momento no se plantean moverse de Malí y que espera ir a verla el año que viene.

“Todas las fronteras deberían de estar abiertas”

Pese a las circunstancias que han rodeado la vida de Couli, sorprende su determinación y tranquilidad cuando lo cuenta. Asegura que “nunca” pasó miedo y que no considera que haya tenido “suerte, puesto que la suerte depende en gran parte de cada uno”.

Sobre el avance de los Gobiernos de extrema derecha que pregonan el cierre de fronteras a inmigrantes y refugiados, afirma no entender esta actitud: “mi visión es que se deberían abrir las fronteras del todo el mundo y que cada uno pueda ir donde quiera, no entiendo por qué tanta frontera”.

Tras casi cuatro años en València, ya se siente como uno más. Aunque reconoce que ha vivido algún episodio racista, asegura que no es algo generalizado y que siente feliz en la ciudad: “me encanta la paella y he desfilado de fallero en una falla de Patraix, además también he hecho de rey Baltasar”, afirma entre risas.