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El reto de la nueva Europa

La Unión Europea cumplió el pasado marzo 61 años desde los Tratados de Roma que le vieron nacer, pero hoy se enfrenta a su mayor desafío. Un reto que implica dos caminos: una vía de transformación que todavía nadie discierne con claridad o la posibilidad de su desaparición. La fractura social y la falta de un proyecto político son los principales ejes de una crisis que ha creado un perfecto caldo de cultivo para los partidos euroescépticos y de extrema derecha.

La pérdida de confianza en la Unión Europea

16 partidos políticos xenófobos tienen hoy representación parlamentaria en los países de la Unión Europea, mientras que 25 cuentan con partidos euroescépticos. Sus campañas electorales han estado basadas en el proteccionismo nacional y la anti inmigración, y su discurso ha captado los votos de la población que ha dejado de creer en el proyecto europeo. Estas fuerzas políticas emergentes han sintonizado con la desconfianza actual hacia las instituciones y el deseo de un retorno de la soberanía nacional. En algunos casos como el británico, de forma total.

La confianza en la UE se sitúa en un 42%, su cifra más alta desde 2010. Sin embargo, de cara a las próximas elecciones europeas del 23 de mayo, las últimas encuestas de intención de voto realizadas por el Eurobarómetro muestran el Frente Nacional de Marine Le Pen como la segunda fuerza más votada de Francia y el predominio de la Liga Norte y el Movimiento 5 Estrellas en Italia. El avance de la extrema derecha amenaza con ser una consecuencia sistemática de la desigualdad social y la falta de compromiso político que reina en toda la UE.

Europa se enfrenta a una sociedad cada vez más dividida. El escenario de la Unión plantea una serie de brechas políticas y económicas que descansan sobre una creciente fractura social. Tras la globalización, la desigualdad ha crecido a ritmos acelerados. Según el último Eurostat, en 2016 un 23,4% de la población europea estaba en riesgo de pobreza y/o exclusión social. Los países más afectados son los del Sur y el Este.

La percepción social actual es de un retroceso conforme a generaciones anteriores. La OECD ya ha alertado del gran riesgo que conlleva este sentimiento colectivo de descenso en la escalera social. El futuro de la juventud se juega en un tablero de ajedrez donde ningún movimiento está asegurado. El modelo actual se caracteriza por un incremento de la pobreza y un aumento de la precarización laboral y de la incertidumbre hacia el futuro. Guy Standing acuña estas masas de población bajo el concepto de “precariado” (léase El precariado. Una nueva clase social), es decir, un conjunto heterogéneo de grupos sociales, en especial, jóvenes con formación, que tienen un campo laboral incierto y se balancean entre la integración y la exclusión social.

El modelo actual implica un peligroso adelgazamiento de la clase media que aumenta la desigualdad y excluye de la sociedad a toda una masa de gente, con características y contextos muy diferentes. Si las élites políticas no ponen el factor social como una prioridad tanto en sus gobiernos como en Europa, la deslegitimación de las instituciones y la desafección política seguirá creciendo hasta ver un mapa político totalmente marcado por la ultra derecha. Un escenario de futuro muy preocupante al que Gemma Pinyol, en su análisis para El País, compara con la Europa anterior al nazismo, donde la Unión Europea no tiene cabida.

La economía no lo es todo

Los expertos señalan la crisis económica de 2008 como un factor que ha acelerado los procesos sociales que ya existían, pero no los ha originado. El investigador José Rama Caamaño apunta en Agenda Pública a la recesión como “el detonante necesario para que se materializasen esas transformaciones”. Cass Mudde, el profesor de la Universidad de Georgia, también coincide y como parte del especial sobre la crisis financiera de El País, resalta que los partidos populistas han tenido el doble de votos tras la crisis y por tanto, “la Gran Recesión no fue tanto la causa de la subida del populismo como el catalizador”.

Una observación rápida a las fuerzas más votadas de los países miembro confirma la teoría. El apoyo social a los movimientos xenófobos y euroescépticos no solo se ha dado en los Estados donde la crisis económica ha sido más aguda, sino también en territorios que no han sufrido la recesión, como en el caso de Finlandia donde “Verdaderos Finlandeses” consiguió ser la segunda fuerza política, aunque en las últimas elecciones se desplazara al quinto puesto.

Si la situación económica no es la clave de la desafección de los ciudadanos a las instituciones europeas, ¿cuál es la razón? José Ignacio Torreblanca apunta para El País que el proyecto europeo se sostenía sobre un acuerdo entre ciudadano y élites sobre los beneficios del “proceso de integración”, pero este se ha roto al amenazar la identidad nacional en lo que respecta a lo social y el Estado de Bienestar, uno de los mayores logros de la UE. La voz de Mario Draghi dictando lo que cada país se debe gastar en Educación o Sanidad ha hecho mella en el ciudadano.

La soberanía nacional es una de las facetas más cuestionadas de la Unión. Declaraciones como las de Mariano Rajoy en 2012 al anunciar su programa de recortes acentúan la problemática de este aspecto. “No podemos elegir (…) No tenemos esa libertad”, que un presidente de un Estado miembro confiese así, dejando aparte intereses políticos, ese poco margen de poder que tiene en su propio país en detrimento a la UE no pasa desapercibido por el ciudadano, que es el que sufre los recortes en su día a día. El resultado es que apunte inmediatamente a Bruselas como responsable de sus dificultades.

El diseño de la UE se ha de replantear. Rafael Poch describe para Ctxt un “encogimiento de las soberanías nacionales”, motivado por una visión alemana que resulta en un choque de intereses con el resto de países. Poch pone en evidencia el escaso poder de decisión de los gobiernos en los asuntos esenciales. El Ministerio de Economía sigue las instrucciones desde Bruselas y la política exterior viene dada por la OTAN. El ciudadano se ve despojado de su identidad, y si le obligan a elegir, sacrificará la UE.

Los partidos populistas han sabido entender muy bien este miedo. La sobrina de Marine Le Pen, Marion Maréchal, ha fundado una escuela de pensamiento donde quiere unir clases medias y populares bajo el paraguas de la identidad. Mudde denomina esto como “populismo patrimonial” . Por un lado, estas fuerzas políticas alimentan el miedo de la población a perder los servicios que le ofrece el Estado de Bienestar, y la identidad nacional dentro del patrimonio cultural. Responden a los miedos de los votantes ante un mundo multipolar en el que se ven desprotegidos, con la promesa de defender sus intereses.

Una falta de voluntad política

Los partidos políticos tradicionales ven con preocupación el avance del populismo y la ultra derecha en los parlamentos europeos. El pasado enero, la canciller Merkel afirmaba durante el Foro Económico Mundial que “estamos viendo nacionalismo y populismo, y en muchos países, un ambiente polarizado (…) El proteccionismo no es la respuesta”. Actualmente, la Unión carece de un proyecto político capaz de afrontar los numerosos retos que plantea este escenario post-globalización. Torreblanca señala como parte del problema “la falta de visión a largo plazo”.

Los Estados miembro han decidido optar por el electoralismo, en vez de por un proyecto de futuro que asegure la integración de todas las partes de la UE. Ante la creciente fuerza de partidos extremos, los líderes europeístas no han puesto en marcha mecanismos efectivos para parar su avance. Desde las instituciones, a excepción del BCE, no hay una soberanía que permita ejecutar políticas comunes en temas como la regulación fiscal, el problema medioambiental o la acogida de refugiados.

José Rama Camaaño pone atención, en el análisis mencionado anteriormente, a dos aspectos acelerados con la Gran Recesión: la estructura de cleavages y la crisis de la democracia representativa. En primer lugar, las prioridades del votante han cambiado y el menor apoyo electoral a las fuerzas políticas clásicas podría deberse a la importancia que están adquiriendo nuevos temas como la globalización, los flujos migratorios y el papel de cada país en la UE. Por otro lado, los partidos han perdido su capacidad de transmitir las demandas del ciudadano y ya no movilizan al electorado.

En el último Eurobarómetro del Parlamento se muestra que la principal preocupación del ciudadano europeo es la inmigración. Las instituciones europeas han tomado decisiones defensivas, en vez de atacar el problema de raíz. En la crisis de los refugiados, la UE ha demostrado una pérdida total de los valores que la fundaron y está usando sus recursos económicos para reforzar las fronteras. Este sacrificio de la política de asilo ha aumentado el auge de la xenofobia, los partidos de extrema derecha han condicionado las agendas políticas y las opciones tradicionales de derecha han optado por endurecer su discurso.

Ausencia de una sola voz

Otra variante de la crisis política de la UE es la falta de “soberanía europea”, como la calificó Jean-Claude Juncker durante su discurso del Estado de la Unión. En el escenario multipolar en el que nos encontramos, la UE no tiene una única voz que responda en política exterior. En contraposición a este distanciamiento de los partidos tradicionales europeos, el populismo está creando peligrosos mecanismos de enlace y unión. El proyecto “The Movement”, creado por Steve Bannon, pretende reunir a todos las fuerzas de la ultraderecha de cara a las próximas elecciones de mayo.

Hay una falta de liderazgo y una pérdida de valores comunes que constituyen la base del proyecto europeo. El diagnóstico de los síntomas lo han hecho hasta las propias instituciones europeas. El reto ahora es afrontar por qué no podemos alcanzar la Europa que necesitamos y para ello hay que poner ideas en funcionamiento. De cara a estas fuerzas que quieren hacer temblar las democracias europeas y junto a los ciberataques y las campañas de desinformación que ya han actuado en el Brexit o el procés de Cataluña, la Unión necesita un proyecto común que reclame el vacío de poder que está dejando como actor global.

Perspectivas de futuro en la Unión, ¿tienen límite estas nuevas fuerzas políticas?

El avance del euroescepticismo puede significar la desaparición de la Unión Europea. Autores como Laura Aragó y Carles Villalonga planteaban en La Vanguardia la existencia de límites, “la posición respecto a Europa no es determinante en el voto de los ciudadanos”. Las posturas más extremas contra la Unión se penalizan y partidos como Fidesz, no ponen en cuestión su permanencia en la UE, sino que practican un nuevo antieuropeísmo que consiste en romperlo todo desde dentro. Además, ponen sobre la mesa que votar a un partido euroescéptico no implica necesariamente la salida de la nación, sino otras posiciones como la anti inmigración o la soberanía nacional. Desde los partidos extremistas, Jorge Díaz Lanchas también plantea un posible crecimiento limitado, basado en un patrón histórico, que da cabida a escenarios de futuro más favorables. Tras el estallido de una crisis financiera, el malestar social de los países desarrollados, dura diez años y alcanza su límite en cinco.

Sea corta o larga la permanencia de estas fuerzas, la democracia se ve gravemente amenazada. El poder que han dejado los europeístas, lo están ostentando ahora las fuerzas xenófobas. El resultado son formas de gobierno como la húngara, democracias iliberales donde se vota cada cuatro años, pero no se respetan los valores constitucionales. Su presencia también pone en riesgo a los parlamentos europeos, daña la integración europea e influye en las agendas de los partidos tradicionales. Cabría plantear si se debería permitir siquiera la presencia de estos proyectos que incumplen sistemáticamente los Tratados o crear una estrategia de defensa a base de sanciones.

El cambio en la Unión Europea es inevitable y necesario. Las fuerzas políticas europeístas deben poner en marcha mecanismos que prioricen lo social y cambien el diseño de la organización. Se debe poner atención a los miedos del ciudadano europeo y dar más margen a las soberanías nacionales respecto a políticas sociales para paliar la desafección actual hacia las instituciones. Una política exterior común que se enfrente a los retos que plantea la multipolaridad y se reencuentre con los valores que fundaron la UE. Solo así se combatirá la política del odio al que es diferente, solo así no volveremos a cometer los errores del pasado.

*Mónica López, estudiante de periodismo

La Unión Europea cumplió el pasado marzo 61 años desde los Tratados de Roma que le vieron nacer, pero hoy se enfrenta a su mayor desafío. Un reto que implica dos caminos: una vía de transformación que todavía nadie discierne con claridad o la posibilidad de su desaparición. La fractura social y la falta de un proyecto político son los principales ejes de una crisis que ha creado un perfecto caldo de cultivo para los partidos euroescépticos y de extrema derecha.

La pérdida de confianza en la Unión Europea