La ciudad crece y con el tiempo modifica algunas de sus estructuras para conectarse a la realidad. Desde esa base, la cultura se consolida como el enlace de algunas propuestas que sondean el pulso social y los ejes de convivencia. Presente en ese escenario también está la vida laboral, como futuro sostenible, que auna necesariamente el sector público y privado, y permite que la cultura como espacio productivo genere empleo. Algo tan básico en otras profesiones y tan difícil a veces de encajar en esta.
Durante el apagón cultural que sumió València en más de veinte años de aislamiento, las industrias culturales, los agentes, gestores y artistas reaccionaron activamente creando festivales urbanos, compañías de referencia, reconvirtiendo galerías de arte, espacios híbridos como los bares culturales o abriendo las librerías a nuevas actividades. El objetivo principal consistía en proponer una oferta cultural de calidad. Pero ese tiempo de la resistencia ya debería haber pasado. En estos momentos tenemos la oportunidad de establecer un modelo cultural que asiente las bases hacia el futuro. Y por esta razón preocupa mucho comprobar que en un período tan corto de tiempo desaparecen o agonizan proyectos como Pepita Lumier, librería Dadá, dELUXE Pop Club, y meses antes ya lo hicieron Paz y Comedias, Librería Leo o La Edad de Oro. Todos identificaban la ciudad, actuaban como agentes culturales en los barrios, generaban estímulo económico y creativo, apoyaban la llamada 'marca Valencia'...
La situación reclama otras formas de hacer política para impulsar la cultura también desde el apoyo firme a los locales y comercios del tejido. No podemos caer en la velocidad que enciende y apaga los eventos, en ocasiones cogidos con pinzas, y llenan nuestro plano urbano de puntos efímeros, deconectados entre sí. No podemos lamentarnos del cierre de buenos proyectos sin tratar de conocerlos y fortalecerlos antes. Es el momento de hacer un análisis sobre las industrias culturales valencianas buscando un futuro sostenible. Su estudio también se apoya en el impacto que ejerce la mirada del visitante, el papel del consumidor (recordamos que un tercio de los valencianos no tiene interés en la actividad cultural), de las instituciones públicas, de los gobiernos locales y del mecenazgo privado. Y, por supuesto, no olvidamos la atención de la educación en la infancia, que será el origen de la participación de los públicos. Todo ello para no abocarnos de nuevo en teorías románticas que hablan del entusiasmo cultural, pero se olvidan de la vida digna de sus trabajadores. La creatividad y la innovación se ha transformado en un duro espejismo, que aporta sólo la cara amable de una Valencia culturalmente débil. Si los espacios, industrias y creadores se han reinventado en nuevas fórmulas, ¿por qué la política cultural tendría que mantenerse ajena? Tenemos una gran oportunidad.