El 25 de junio de 1979, el pub Napoleón de Valencia amanecía completamente destrozado. Era uno de los pocos lugares donde los gays de la ciudad podían relacionarse a salvo de miradas inquisitivas. La homosexualidad, despenalizada meses antes, todavía estaba muy mal vista en España. Aquella madrugada de junio, unos ‘‘desconocidos’’ habían rociado el local con gasolina antes de prenderle fuego. El diario ABC trataba de achacar la acción a ‘‘alguna enemistad de los que frecuentan este tipo de ambientes’’. No engañaron a casi nadie. No cabe duda de que estamos ante uno de los cientos –puede que miles- de atentados presumiblemente cometidos por grupos de ultraderecha durante la Transición que nunca han sido resueltos.
Al día siguiente, 26 de junio, se hacía público un comunicado de la sección local de Fuerza Nueva, el partido de extrema derecha más relevante de aquellos años: ‘‘Es intolerable que se pueda alardear de un desviacionismo anti-natural y se dedique un día a la exaltación de conductas aberrantes, o en el mejor de los casos patológicas’’, decía el texto. Su intención era alertar a la opinión pública del ‘‘progresivo desmoronamiento de la moral social’’ que -según decían- ponía en peligro la supervivencia ‘‘de nuestra comunidad’.
Poco antes del ataque contra el pub Napoleón y de la publicación del pintoresco comunicado de Fuerza Nueva, el 24 de junio, había tenido lugar la primera manifestación formalmente organizada en la capital valenciana con motivo del Día del Orgullo Gay. En los años anteriores se habían celebrado algunas concentraciones más o menos espontáneas, casi siempre reprimidas. Aquella tarde de verano de 1979, una considerable multitud –de entre 2.000 y 5.000 personas según distintas fuentes- desfiló por el centro de la ciudad tras una pancarta que rezaba: ‘‘Por la liberación sexual y contra la marginación de la homosexualidad’’. La manifestación había sido organizada por el Moviment d’Alliberament Sexual del País Valencià, contando con el respaldo de la Asamblea de Mujeres y de algunos partidos de la izquierda extraparlamentaria tales como el Movimiento Comunista o la Liga Comunista Revolucionaria. A pesar de que el recién estrenado Ayuntamiento democrático, controlado por PSOE y PCE, había prestado su apoyo logístico a la convocatoria, los grandes partidos de la izquierda no se dejaron ver por allí. Estas reivindicaciones no ocupaban todavía un lugar preferente en sus agendas.
La marcha discurrió de forma festiva pero también reivindicativa, ante unos viandantes que –según contaba el diario Las Provincias- la observaban con ‘‘curiosidad y un cierto aire divertido’’. La cosa se torció poco antes del final, cuando unos cuatro o cinco ultraderechistas, armados con porras y objetos contundentes, trataron de reventarla. La rápida y decidida respuesta del servicio de orden les obligó a huir con el rabo entre las piernas. Seguramente, el atentado contra el pub Napoleón fue su cobarde respuesta ante aquella derrota. Pero, no contentos con eso, la CONS, un grupúsculo de la ultraderecha que se presentaba como sindicato, difundió a través de la prensa un comunicado poco menos que lloriqueando: ‘‘Dos jóvenes afiliados a este sindicato fueron salvajemente apaleados en la avenida del Oeste, en la manifestación gay del domingo’’. Es bien sabido que la ultraderecha tiene mal ganar y peor perder.
Pero no fue Valencia la única ciudad española con movilizaciones e incidentes aquella jornada. En Bilbao, donde la marcha había transcurrido sin sobresaltos, 138 personas fueron detenidas horas después en un local del casco viejo. La redada se había desencadenado sin motivo aparente: ‘‘El criterio para decidir a quiénes detenían y a quiénes no era, en general, la largura del cabello o el aspecto personal más o menos progre’’, declaró ante la prensa uno de los afectados. En Madrid, la gran manifestación prevista no había sido autorizada (‘‘el ambiente de la calle no está para manifestaciones’’, le dijo el gobernador a uno de los organizadores), celebrándose en su lugar un acto más modesto en la Casa de Campo. La extrema derecha hizo, una vez más, acto de presencia, con pequeños grupos infiltrados que trataron de reventar el evento. Entre ellos fue retenido un individuo que llevaba consigo un carnet de la Hermandad Nacional de Antiguos Caballeros Legionarios. A la salida, uno de los asistentes resultó herido en la cabeza. Ante la airada respuesta de quienes presenciaron la agresión, uno de los ultras realizó cuatro disparos con una pistola. Finalmente, algunos de los provocadores fueron detenidos por la policía.
Unas 5.000 personas acudieron a la manifestación de Barcelona, donde hubo protestas por las palizas que varios homosexuales de la ciudad habían sufrido en los días previos. Y es que agresiones como las que hemos visto contra miembros de este colectivo no eran, ni mucho menos, hechos aislados. En mayo, por ejemplo, se habían producido numerosos ataques en la localidad barcelonesa de Sitges. Uno de ellos dejó a un ciudadano francés gravemente herido con profundos cortes en la cabeza. Los agresores, identificados por el diario El País como miembros de ‘‘bandas fascistas’’, iban armados con cadenas. El 10 de junio, además, el travesti valenciano Vicente Vadillo ‘‘Francis’’ había sido asesinado a sangre fría en un pub de Rentería (Guipúzcoa). Recibió un disparo en la cabeza. El autor del crimen era un policía fuera de servicio que se encontraba completamente ebrio. Años más tarde, en 1983, el agente sería condenado a nueve meses de prisión, donde nunca ingresó.
Hace algunos días, Santiago Abascal –sobran las presentaciones- aleccionaba en sede parlamentaria sobre el ‘‘odio histórico de la izquierda hacia los homosexuales’’, poniendo Cuba como ejemplo. Además de prestar tanta atención a lo ocurrido hace no sé cuántos años en exóticos países situados a miles de kilómetros de distancia, sería deseable que el señor Abascal se preocupara por denunciar a quienes han perseguido, humillado y hasta asesinado impunemente a homosexuales en el suyo propio. ‘‘España, lo primero’’ reza uno de los eslóganes más sonados de su partido. A ver si se aplica el cuento.