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Hilos rojinegros: una historia oral del anarquismo desde los campos de concentración franquistas hasta las radios libres y los centros sociales

30 de julio de 2021 22:03 h

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En el campo de concentración de Albatera (Alicante) se formó el primer comité nacional de la CNT en la clandestinidad pocos días después del final de la Guerra Civil. El precario comité tardaría sólo unos meses en caer en manos de la policía política franquista. Y, a lo largo de la terrible década de 1940, esa fue la tónica para los libertarios clandestinos —caída tras caída— que habían sobrevivido a la contienda en un largo exilio interior.

Con este punto de partida, el historiador Vicent Bellver Loizaga (Valencia, 1989) ha trazado en Hilos rojinegros. El movimiento libertario en Valencia en el posfranquismo, 1968-1990 (Postmetrópolis, 2021) las andanzas del anarquismo valenciano hasta las postrimerías del siglo XX mediante historias de vida de los militantes que ha podido rastrear, así como la huella en los nuevos movimientos sociales que surgieron durante la Transición. “El franquismo es un rodillo y hubo un nivel de violencia y represión enorme”, declara Bellver a elDiario.es, doctor por la Universitat de València, cuya investigación nació al calor de las movilizaciones del 15-M.

“Me interesaba saber más sobre esa experiencia y cómo recuerda esos años la gente del mundo anarquista, ya fueran del anarcosindicalismo o del feminismo y el ecologismo, por eso elegí las historias de vida”, señala el investigador. El autor, perteneciente a círculos ácratas, reconoce la dificultad de localizar fuentes para un campo poco explorado (con las excepciones de los investigadores Javier Navarro o Rafael Mestre). “Mucha gente no quiere hablar, es bastante característico porque hay mucha desconfianza hacia la academia”, señala.

Con el “efecto bola de nieve”, cada entrevistado le fue proporcionando nuevos contactos (“Es importante abrir nuevos hilos”, aclara el autor) para tejer una serie de historias de vida que incluye una “mayor presencia de voces de mujeres”, que se echa en falta en muchas investigaciones sobre la izquierda radical española.

La obra analiza las eternas disensiones en el seno del movimiento anarquista español y la no siempre cordial relación entre sectores ácratas y entre la clandestinidad interior y el exilio, especialmente vivo en Francia. Los valiosos testimonios, como el de Manolo Bigotes o el de Juan Ferrer (“nos pasaban algunos libros (...), me hicieron leer a Emilio Zola”) proporcionan varias claves sobre el relevo generacional a lo largo de la hastía dictadura franquista.

Además, también reseña el peso moderado del anarcosindicalismo en las grandes fábricas valencianas, como Macosa, y el llamativo fenómeno de cincopuntismo (el acercamiento entre unas pocas pero destacadas figuras ácratas al sindicalismo vertical del régimen, especialmente durante la etapa de José Antonio Girón de Velasco como ministro de Trabajo), uno de los grande caballos de batalla de las luchas internas en el movimiento libertario ibérico.

“El fascismo español, sobre todo [el falangista Ramiro] Ledesma Ramos pero no sólo, siempre habían tenido cierto interés por el anarquismo, lo veían un fenómeno típicamente español e intentaron atraer a sectores anarcosindicalistas, con escasos o nulos resultados”, explica Bellver, quien destaca la “extraña mezcolanza” de los sectores cincopuntistas en Macosa, en el sector portuario y en la empresa municipal de transportes de Valencia. “No difiere mucho de la actuación de Comisiones Obreras (CCOO), pero en el mundo anarquista en la Transición se utiliza como arma de lucha entre los diferentes grupos de la CNT, es un legado ambiguo”, apostilla el autor del libro.

Destaca el testimonio de Fermín Palacios, actual secretario general del Sindicato Independiente de la Comunitat Valenciana, tachado de amarillo y heredero de la Central de Trabajadores Independientes, cuyo dirigente era el exfalangista Ceferino Maestú. Abogado del Sindicato Vertical, Palacios es un personaje “tremendamente conflictivo”, según uno de los testimonio recogidos en el libro. “Hay un montón de sospechas de que podría haber sido un infiltrado, accedió a hablar conmigo y lo que me contó es que su actuación en la CNT tenía que ver con no ceder todo el espacio sindical a CCOO y que se fue harto de las luchas internas”, asegura Bellver. Otro testimonio señala un episodio especialmente “oscuro” como la aparición de Carmelo Palacios, hermano del líder del Sindicato Independiente y afiliado entonces a la CNT, en un acto en la Plaza de Oriente de Madrid “con la bandera franquista”.

En plena Transición, una vez superado el feliz aunque tardío hecho biológico que se llevó al dictador Francisco Franco a su antigua tumba en el Valle de los Caídos, hubo una eclosión de grupos anarquistas, influenciados por los nuevos movimientos sociales nacidos tras el mayo del 68 francés y su onda expansiva revolucionaria en Italia o México. El autor ha profundizado en los valiosos testimonios de Mujeres Libres, la organización anarcofeminista rescatada de los gloriosos años 30 ácratas y la peculiar dialéctica entre las ancianas militantes y las jóvenes activistas de las postrimerías del franquismo.

“El anarquismo tiene la baza de la historia, todo el pensamiento libertario de finales del siglo XIX y principios del XX también se vuelve a editar en ediciones clandestinas o que llegan desde Francia, como los libros de Ruedo Ibérico”, recuerda Bellver, quien añade: “Mucha gente joven descubre un pasado, en algunos aspectos mitificado, que sirve de bandera de enganche de un sector que ve lo anarquista en un sentido amplio, como una posibilidad de enganchar lo viejo, cierta historia de España, con lo nuevo, los movimientos sociales”, desde el feminismo hasta el ecologismo o el naturismo.

El historiador destaca la importancia de la contracultura y de publicaciones como la mítica revista Ajoblanco, con “una tirada muy importante para la época”. “Hablan de naturismo, ecología, libertad sexual, y supone una bandera de enganche de muchas cosas”, agrega Bellver. Hilos rojinegros también recoge otro aspecto poco explorado en su vertiente valenciana: el movimiento autónomo, protagonista de algunas acciones armadas de baja intensidad.

Con la idea de “desestabilizar el proceso de Transición a través de la acción directa”, un “sector muy minoritario” pero que en Valencia “tuvo cierta importancia”, imbuidos por grupos franceses y por la estela del maquis urbano, los autónomos llevaron a cabo algunos ataques con cócteles molotov. “Por desgracia, la visión que tenemos del anarquismo siempre está mediatizada por el tema de la violencia y, evidentemente, ver sólo desde esa óptica el movimiento libertario es un error”, advierte Bellver.

El autor cierra el libro con las experiencias de los ateneos, las radios libres y el incipiente movimiento okupa de las décadas de 1980 y 1990, con el trasfondo de la desindustrialización, el paro juvenil disparado o las movilizaciones estudiantiles. “Los 80 suponen para el anarquismo armarse sobre las ruinas por el desencanto y las derrotas de la Transición”, explica el historiador, quien destaca la efervescencia del punk y del hardcore en el panorama musical.

El historiador enmarca los nacientes centros sociales (el primer edificio okupado en Valencia estaba en la calle de Palma, en pleno barrio de El Carmen, uno de los epicentros del movimiento ácrata) en la reordenación urbana con un “componente neoliberal y especulativo”. “Los jóvenes no encuentran trabajo y tampoco tienen formas de organizarse, es lógico que las radios libres, el punk o las okupaciones como viviendas o como centros sociales tengan cierto auge”, indica Bellver.

Proyectos nacidos en aquella época, como Ràdio Klara, la emisora libre y libertaria de Valencia, o el ateneo Al Margen sobreviven aún hoy en día. “Aquí en Valencia, desde entonces, han perdurado con ciertas discontinuidades generacionales”, explica el investigador. “Han sido y son cierto referente para gente más joven pero las posibles esporas se han desplazado hacia otro lado”, apostilla.

¿Cómo ve hoy el movimiento ácrata un historiador explícitamente alineado con los postulados rojinegros? “Mi experiencia personal es que todo lo que supuso el 15M, la primavera valencia o el movimiento estudiantil tuvo una cierta radicalización en aquellos años, con una especie de influencia que hizo resurgir formas organizativas anarquistas que jugaron su papel y que a muchos nos ilusionaron entonces aunque, visto con los años, eso se desinfló”, responde Bellver. “En Valencia”, agrega el historiador, “la mayoría de la militancia, y no sólo anarquista, hemos acabado en la lucha por la vivienda y por el territorio, con luchas contra la ampliación de la carretera V-21 o en sindicatos de barrio como Entre Barris”. La cultura ácrata valenciana, en todo caso, sigue viva y coleante.

En el campo de concentración de Albatera (Alicante) se formó el primer comité nacional de la CNT en la clandestinidad pocos días después del final de la Guerra Civil. El precario comité tardaría sólo unos meses en caer en manos de la policía política franquista. Y, a lo largo de la terrible década de 1940, esa fue la tónica para los libertarios clandestinos —caída tras caída— que habían sobrevivido a la contienda en un largo exilio interior.

Con este punto de partida, el historiador Vicent Bellver Loizaga (Valencia, 1989) ha trazado en Hilos rojinegros. El movimiento libertario en Valencia en el posfranquismo, 1968-1990 (Postmetrópolis, 2021) las andanzas del anarquismo valenciano hasta las postrimerías del siglo XX mediante historias de vida de los militantes que ha podido rastrear, así como la huella en los nuevos movimientos sociales que surgieron durante la Transición. “El franquismo es un rodillo y hubo un nivel de violencia y represión enorme”, declara Bellver a elDiario.es, doctor por la Universitat de València, cuya investigación nació al calor de las movilizaciones del 15-M.