Gonzalo Montiel era un pesimista, aunque el hubiese afirmado al igual que Jose Saramago, que no, que el mundo era pésimo. O hubiese citado rápida y ágilmente a Benedetti “en realidad soy un optimista bien informado”. Yo creo que Gonzalo era un tipo bien informado en un mundo pésimo. Digo pésimo, porque en un mundo perfecto no haría falta gente como él. Tipos con la necesidad vital de mejorar lo que les rodea; de cambiar situaciones injustas; de luchar; de movilizar recursos para devolver este mundo a un equilibrio justo. Lejos de buscar el cambio a través de liderazgos visibles, Gonzalo trabajaba por transformar casi en la “clandestinidad”, desde su despacho en la gestión cultural de la UV o el de profesor asociado de sociología en la Jaume I. Siempre en un segundo plano, siempre discreto, pero siempre eficaz.
Jamás pensé que me costaría tanto despedir a un amigo, a un igual, a alguien con el que he crecido en todos los aspectos: el vital, el social, el político y también el académico. Sé que nunca estamos preparados para afrontar el duelo de nuestros seres queridos, pero cuando se van aquellos con los que piensas envejecer, seguir compartiendo proyectos, risas, cenas junto a otros grandes amigos, criticando a los de siempre y fumando puros a escondidas…. El descoloque es demoledor. Desde el 27 de diciembre del pasado año, no dejo de darle vueltas a lo frágil de nuestras vidas, de nuestras relaciones, de lo efímero, del partir sin despedida, del irse y no volver. Este hecho aparte de generarme algunas noches de insomnio, me está haciendo replantearme muchas cosas. Buscar y rebuscar en esos espacios de sentimiento y cariño que todos llevamos dentro y que olvidamos en lo cotidiano del día a día. Prisas, rutinas, estrés, que generan días grises que nos hacen olvidar y callar: De no decir te quiero todas las veces que hace falta; de olvidar el beso y el abrazo al amigo; de no relajarse jugando con tus hijas; de no disfrutar del sol en la cara en una tarde hibernal; de no perder el tiempo…. Si esto mismo se lo estuviese contando a él delante de un almuerzo, me diría sin titubeo “Oye Martin (si sin acentuar como los americanos, no me pregunten por qué, pero es así desde el instituto), esto debe servirnos para reflexionar, estamos en una edad delicada, una edad para querer y que nos quieran, pero sobre todo para que nos quieran…”
Esa última frase ocupo muchas de nuestras últimas conversaciones relacionadas con nuestro territorio, con nuestro Puerto de Sagunto y con ese proyecto colectivo al que llamamos AMIMO (Asociación Memoria Industrial y Movimiento Obrero), refugio de cariño, amistad, saber y agitación cultural de un puñado de locos que hace más de veinte años decidieron quedar a tomar café en un emblemático bar de su pueblo, y devolverle a este lo que les había dado: el orgullo de pertenecer a un pueblo curtido en la lucha obrera, de militancia, de solidaridad, de comunidad… sin más identidad que esa. Es imprescindible nombrar a esos “imprescindibles” de los que tanto he aprendido además de Gonzalo, a: Carles Xavier Lopez, Jose Manuel Rambla, Paco Zarzoso, Ximo Revert, Vic Pereiró…. Esta es la esencia de Gonzalo, te ayuda a ser mejor incluso en su ausencia.
Pero era más cosas, era sobre todo respuestas. El tenía respuestas, yo diría que para todo. Escuchábamos siempre atentos sus respuestas ante temas diversos, desde el futbol (que nos pilla de refilón) hasta el futuro de la izquierda, pasando por el Derecho Alemán del que se había hecho gran conocedor. Bueno, lo cierto es que como a todo le ponía esa pasión “gonzaliana”, al final era experto de todo lo que tocaba. Sabía guiarte para que te hicieses las preguntas adecuadas, pero sobre todo era un hombre de respuestas y eso es precisamente lo que yo más echo de menos. Llevo varios meses que me faltan respuestas, me imagino que también terminara tirándome un capote para que busque la manera de solventarlo. Quizás el homenaje de la Universitat de Valencia titulado “Gonzalo Montiel: Memoria y Utopía” ya nos está dando una pista. Gracias Gonzalo