Cada día esto se pone peor. Ya no hay un solo hueco por donde se cuele una miaja de esperanza. Las adivinaciones de Orwell, Philip K. Dick, William Blake y otros visionarios se están haciendo realidad y el paisaje es como un agujero más negro que los que descubrió Stephen Hawking para hacernos más sabios a la hora de conocer el universo.
Todo parece pintado de negro, como cantaban los Rolling Stones.
Lo primero que hago por las mañanas es abrir el ordenador y leer esponjados algunos periódicos. No muchos. Los justos para que no se me agrie el desayuno. Menos mal que no veo la televisión: sólo un rato durante la comida y casi acabo todos los días cortándome las venas. Siempre piensas que la catástrofe que estás leyendo será la última. Para nada. La catástrofe que estás leyendo siempre es la penúltima.
Desde el terrorífico asesinato de las niñas de Alcàsser, hace veinticinco años, no se había visto un escándalo mediático como el que acabamos de sufrir con motivo del asesinato del niño Gabriel Cruz. Nadie se acuerda de aquella noche aciaga, con las cámaras de TVE y Antena 3 hurgando en lo más hondo del dolor familiar y en general de todo el pueblo. Ahora, aquella canallada mediática ha regresado con una intensidad que avergüenza el buen oficio que debería significarnos no sólo como periodistas sino también como personas. En el terreno de lo político, ahí están el PP y Ciudadanos retorciendo como con un sacacorchos las tripas de los familiares: y no para compartir el sufrimiento de esos familiares sino para convertir ese sufrimiento en una miserable y carroñera campaña electoral.
Dejas a un lado las vísceras de esa prensa depredadora y se te graban en la retina las manifestaciones de pensionistas contra los desprecios de un gobierno que sólo piensa en mantener caliente el riñón de sus amigos ricos mientras los de toda la otra gente se hielan de frío. Vivir con menos de trescientos euros al mes mientras quienes deciden esa miserable pensión han arruinado el país con sus millonarios robos a la hacienda pública, con sus fugas de capitales a paraísos fiscales, con su regalo de cincuenta mil millones de euros a los dueños de los bancos, con sus cínicas carcajadas golpeando la tristeza de quienes ya no tienen fuerza ni ganas de echarse unas risas cuando se juntan como melancólicos camaradas en los descampados del barrio. Y al mismo tiempo que la lucha por las pensiones dignas, ahí quedan las imágenes del feminismo gritando por las calles que ya está bien de ser las mujeres como la cara oculta de la luna en un país que sigue estando a la cabeza europea de la desigualdad, una desigualdad que en el caso de las mujeres empieza en el lenguaje, continúa en lo económico y acaba en el culto al terrorismo machista que tan poco disgusta a quienes siguen considerando a las mujeres la pata quebrada de una sociedad que anda a trompicones, como el iracundo capitán Ahab y su pata de palo dando vueltas por la cubierta del Pequod a la busca de la ballena blanca.
Y, sin apartar mucho la mirada, descubres que la cárcel está a la vuelta de la esquina para alguna gente que canta canciones porque su vida es cantar canciones y contar en esas canciones lo que pasa en la calle. También ves que los ladrones de etiqueta y apellidos rimbombantes nunca entran en esa cárcel, una cárcel que parece ser el único destino del independentismo catalán, aunque sea rompiendo las leyes a favor de una extraña y sospechosa venganza judicial y de un patriotismo español que tiene en el “¡a por ellos!” del PP y Ciudadanos la mejor representación de un franquismo que a ratos parece más fuerte que hace cuarenta años. Miren, si no, cómo crujen con saña esas leyes la libertad de expresión, una libertad de expresión que, a estas alturas y viendo lo que vemos cuando actúa la justicia, es un juguete roto en una democracia a la que le han agujereado el tubo del oxígeno. Y miren también cómo una jueza ha ordenado el secuestro del libro Fariña después de aceptar la demanda presentada por el exalcalde de O Grove, José Alfredo Bea Gondar, cuya participación en la descarga de un alijo de cocaína -contada en el libro del periodista Nacho Carretero- fue probada por la Audiencia Nacional, aunque posteriormente el Tribunal Supremo lo absolviera por un defecto de forma. Eso no impidió que tiempo después el tal Bea Gondar fuera condenado por blanquear capitales provenientes del narcotráfico. Y seguimos la retahíla de negruras con los ojos puestos en la multa de cuarenta mil euros que otro juzgado acaba de imponer a los amigos de la revista Mongolia porque su trabajo es la ironía y el sarcasmo y en este país -en este pobre país- cada día resulta más difícil dedicarte a según qué oficios, unos oficios que se han convertido en oficios de alto riesgo desde que empezó la noche interminable del PP hasta llegar a Ciudadanos y su cada vez menos nebuloso falangismo destinado a proteger sin tapujos la boca callada, la patria unida y el dinero de los millonarios.
Y añado aquí, párrafo aparte, la denuncia que este diario está llevando a cabo contra las mentiras de Cristina Cifuentes, presidenta de la Asamblea de Madrid, a la hora de justificar lo injustificable: que la señora obtuvo su máster por enchufe, por ser quien la señora es, sin tener que pasar por las pruebas de obligado cumplimiento que la Universidad impone (o debería de imponer) a quienes se apuntan a un máster o a cualquier otra prueba universitaria. Hasta ahora, la única respuesta clara de la señora es el anuncio de una querella criminal contra Ignacio Escolar, director de eldiario.es, y Raquel Ejerique, la periodista que destapó los chanchullos de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid (personificados en unos cuantos profesores y otros funcionarios presuntamente implicados en el fraude) en favor de la máxima responsable del PP madrileño. Por cierto, hace tres desayunos me llevo, para variar, un susto mayúsculo: leo y releo sobre los presuntos pelotazos que PSPV y Bloc llevaron a cabo hace unos años para engordar a una empresa de comunicación y currarse al estilo gürtel alguna campaña electoral. Digo presuntos pelotazos, pero la “nube negra” que cantaba Sabina con los versos de Luis García Montero se cierne en el horizonte de esos partidos a la espera de que escampe clarificadoramente la tormenta.
En la penúltima memoria ruedan pelotas de goma por las calles, las plazas y las cabezas cabreadas del madrileño barrio de Lavapiés. Un joven senegalés muerto de una parada cardíaca sin que hasta ahora se sepan con seguridad las circunstancias de esa muerte: si hubo o no acoso policial hasta el infarto del joven es algo que esclarecerán quienes se encargan del asunto. Pero de lo que no cabe ninguna duda es del acoso a que la inmigración pobre se ve sometida desde que llega aquí huyendo de la miseria económica o la represión política y se encuentra con la misma miseria económica y la represión política y policial que la corre a garrotazos o la mete en la oscura sordidez de los CIEs bajo unas condiciones que nada tienen que ver con el más elemental respeto a los derechos humanos. Y cuando ya cerraba esto que escribo surge en una Málaga de ultratumba el Cristo de la Buena Muerte para que, como pasaba con los cuentos de muertos del abuelo Claudio, nos caguemos de miedo. Las cornetas y tambores de la legión atronando las calles, los rostros graves de cuatro ministros cantando al unísono el himno de la cabra, la ministra Cospedal ordenando que las banderas ondeen a media asta en la Semana Santa de los cuarteles, como si la Constitución -que debería ser aconfesional- se la hubieran inventado los guionistas de Quo vadis o La túnica sagrada.
Seguramente, cuando salga este artículo, no recordaremos nada de lo que pasó ayer porque tendremos la mirada y el ánimo puestos en lo que probablemente pasará mañana. Y aún hay algo peor que ese olvido exprés: al final, lo que pasará mañana nos importará una mierda. Y será ahí, en ese cansancio y en ese hartazgo, por donde empiece a asomar el siniestro careto del fascismo. Las previsiones -ahora llamadas distópicas- de aquellos grandes visionarios siguen siendo de una rabiosa actualidad, siguen echando haces de luz en las tinieblas profundas de lo que nos pasa. Pero, para visionario, me quedo con mi viejo y querido anarquista tío Bulla cuando, hace más de cincuenta años, decía: “mires pande mires to es mortífero”. Cincuenta años y es como si la frase fuera de ayer mismo. ¿O no? Seguro que sí. Seguro.