Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

CV Opinión cintillo

Ampliar las infraestructuras... pero las verdes

Anillo verde de València. Propuesta del autor sobre cartografía base Google Maps.

1

Sinceramente creía que el gran aviso de la pandemia global provocada por la COVID-19 había sido el revulsivo definitivo para visualizar que estamos rebasando todos los límites que garantizan la estabilidad del planeta. Una pesadilla pandémica que, por lo menos, nos había hecho abrir los ojos definitivamente como sociedad hacia lo que estamos haciéndole a la tierra y a nosotros mismos.

Los mensajes de la desestabilización venían siendo claros y contundentes: incendios de extensiones inimaginables (como los de Australia del pasado verano), inundaciones que superan todos los registros previos (como los recientes de Alemania), la desaparición progresiva del permafrost, glaciares y los casquetes polares, la acidificación de océanos, la decoloración de las grandes barreras de coral, la masiva extinción de especies y la enorme pérdida de biodiversidad, etcétera, etcétera, etcétera.

Iluso de mi, creía que si todos estos indicadores no eran suficientes aún, esta situación pandémica, que nos ha tocado a todos, en mayor o menor medida, sería el revulsivo final. Aquel ante el cual no podríamos cerrar los ojos ya más.

En el año 2010, el científico Johan Rockström, a la cabeza de un amplio grupo de investigadores, consiguió dictaminar los 9 límites que garantizaban la estabilidad del planeta, aquella que había permanecido durante más de 10.000 años y había permitido el desarrollo de la sociedad humana. Peligrosamente, ya hace más de diez años, estábamos rebasando varios de ellos. Hoy nos vuelve a recordar (mucho más alarmado) en el fantástico documental para la Netflix “los límites de nuestro planeta: una mirada científica”, que ya hemos entrado en la zona de alto riesgo en cuatro de ellos, en tres nos dirigimos preocupantemente a su límite, y en los dos restantes ni siquiera se han podido cuantificar los fuertes impactos producidos…

Greta Thunberg, en su discurso en el Foro Económico Mundial de Davos, en enero de 2020, nos recordaba que nuestra casa está ardiendo, y que nuestras inacciones están avivando las llamas. Nos dijo que deberíamos tener miedo y que actuáramos si queríamos a nuestros hijos (yo sí que quiero al mío) por encima de todo lo demás.

El COVID, los límites rebasados (algunos con serias dudas de posibilidad de retorno), la casa en llamas… ¿qué más hacía falta?

Entonces apareció Ursula von der Leyen, presidenta de la Unión Europea, anunciando en un emotivo discurso que había llegado un punto de inflexión, y proponía un gran Pacto Verde Europeo como la máxima prioridad para la Unión, para transformar la economía y la sociedad de la UE para responder a las ambiciones climáticas. Además, tras la marcha del negacionista Trump, Estados Unidos había vuelto a ser miembro del Acuerdo de París y volvía a remar en la misma dirección. El traslado aquí en España, fue que Pedro Sánchez dijo que situaría la transición ecológica “en primera línea” de su gobierno…

Ahora sí, seguía yo con mis ilusiones, finalmente en el camino de doblegar otra curva, esta vez la de la gran aceleración, camino a reducir, por fin, todos los indicadores que habían hecho saltar las alarmas científica para conseguir estabilizar de nuevo el planeta.

Y entonces el bofetón de la realidad… resulta que no hemos aprendido nada. Cuando estábamos aún intentando recuperarnos del COVID (física y mentalmente), la propuesta de gran calado de mi ciudad es ampliar el mega-puerto de València, con todas las conexiones e infraestructuras grises (incluso un túnel marino) necesarias para ello. A esta majadera idea, se suman las recientes propuestas de ampliación de los dos aeropuertos más grandes de España, Barajas y el Prat, este último a consta del Parque Natural del Delta de l’Ebre. ¿Pero dónde está la transición ecológica, el Pacto Verde Europeo, el no seguir empujando hacia la desestabilización del planeta? ¿Acaso la casa ya no está en llamas?

Stefano Mancuso, una de las máximas autoridades en el campo de la neurobiología vegetal, propone que para empezar a eliminar el exceso de CO2 (no reducir las emisiones, sino empezar a descarbonizar), harían falta un billón de árboles en el planeta. Si hacemos una regla de tres, con la población mundial como marco de referencia, a València por su población le tocaría plantar 200 millones de árboles. Es un gran reto, pero este sí que debería ser una de las prioridades de la ciudad, ampliar la infraestructura verde. Podríamos, por ejemplo, llenar de árboles los malditos terrenos de la ZAL, el parque de desembocadura, el frente de Nazaret (que tanto se lo merece), y los dos márgenes del Nuevo Cauce del Turia, sumando cerca de 2 millones de metros cuadrados, para empezar así un gran proyecto en la línea del Pacto Verde Europeo. Parece que todavía no hemos entendido que hay que ampliar las infraestructuras, pero las verdes.

Etiquetas
stats