+ verde, - coronavirus
Esta aparentemente sencilla fórmula puede esconder una de las grandes claves de la situación actual de pandemia que atraviesa nuestro país, y seguramente de la del mundo entero. Si somos capaces de entender la relación directa entre estos dos conceptos, supuestamente tan distantes, podremos alumbrar el camino que debemos seguir como sociedad para seguir habitando este planeta con salud, para ambas partes.
El investigador del CSIC, Fernando Valladares, nos ayuda a desgranar esta relación matemática entre verde y coronavirus. En una reciente entrevista (El Confidencial, 28.04.2020) explica claramente, como gran divulgador que es, que la naturaleza tiene unos equilibrios propios. Gracias a la riqueza de su biodiversidad se autorregula, evitando así que, por ejemplo, un virus se propague, puesto que animales inmunes al mismo hacen de cortafuegos en la cadena alimenticia.
Si entendemos el verde como paraguas, como conjunto de especies vegetales que gracias a su variedad y adaptación a las condiciones de cada territorio, forman unos hábitats para el desarrollo de los ecosistemas y de la biodiversidad, podemos deducir que a más verde, más biodiversidad y, por lo tanto, menos posibilidades de que se expanda un virus, por ejemplo la cepa de la COVID19 que ha cambiado el mundo. Fórmula demostrada.
La razones para incrementar el verde son múltiples y se vienen reclamando por diversos sectores desde hace lustros y con resultados científicos probados (incremento de salud y menor mortalidad, buen desarrollo infantil, mayor bienestar, reducción de temperatura, etcétera, etcétera), y la expansión de un virus mundial sólo viene a engrosar la lista de ellas. Pero no importa que sea la última si hace que, por fin, seamos capaces de entender la fórmula y desarrollar exponencialmente el verde. Sin embargo nos empeñamos en lo contrario, en darle la vuelta a la relación, y como analfabetos matemáticos nos dedicamos a intercambiar los signos: quitamos verde y damos alas a la expansión del virus. El salvaje incremento en la deforestación del Amazonas en Brasil es sólo la cara más visible de un problema que se repite a todas las escalas, con una reducción constante de esto que hemos llamado verde.
Hay más variables que pueden seguir acusando la relación establecida en este artículo: el reciente debate abierto sobre la necesidad de espacio en la era post-pandemia es uno de ellos. El modelo de la ciudad compacta, tan insistentemente reclamado, se empieza a poner en duda –expertos como el sociólogo Richard Sennet ya han advertido de la posible contradicción entre el modelo compacto y la obtención de espacio-, y se empieza a vislumbrar una vuelta a la ocupación masiva de territorio para poder albergar viviendas individuales que tengan asociadas zonas abiertas para protegerse del contacto entre humanos. Algo que, sin duda, no haría más que incrementar la incapacidad de entender la relación directa entre verde y coronavirus, reduciendo el verde, la biodiversidad, y aplanando el camino para que otros virus puedan ampliar su campo de acción.
Es cierto que en la ciudad compacta hay menos sitio que en la ciudad abierta o en la ciudad jardín, pero sus características de densificación han demostrado ser infinitamente más sostenibles, en todos los sentidos, que cualquiera de los demás modelos de ocupación del territorio. Si el espacio es limitado, que lo es, simplemente se trata de redistribuirlo a las nuevas necesidades: que sea para el verde y no para el coche. Maximicemos el espacio para el verde y reduzcamos al mínimo la superficie para el vehículo privado. Porque con el verde van las personas, caminando o en modos sostenibles de movilidad y, junto a las personas, el espacio para que se desarrolle la biodiversidad, el escudo de defensa de virus.
Una vez recluidos en casa por la alerta sanitaria echamos de menos la naturaleza y nos damos cuenta de que la necesitamos, ahora recluida en macetas o, con suerte, en un patio o jardín. Tenemos que ser capaces de revertir la relación matemática expuesta y sumar cada vez más verde. Hemos de impulsar la infraestructura que coserá y unirá todas las zonas con vegetación: partiendo desde las reservas naturales que todavía tenemos a las afueras de las ciudades, hasta infiltrarse por los núcleos urbanos, conectando por sus calles, plazas y parques, hasta llegar a los edificios con terrazas ajardinadas, cubiertas vegetales, medianeras verdes, y finalmente las plantas en las macetas de nuestras viviendas. Se trata de crear una red de verde global que permita el desarrollo tan necesario de la biodiversidad, que reequilibre la balanza que nos hemos empeñado durante tanto tiempo en desequilibrar en su contra.
Parece una fórmula fácil, más verde, menos coronavirus, ¿seremos capaces de aplicarla?
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