Louis Pasteur estaría asombrado. Hace poco menos de un año, el mundo llevaba meses luchando sin armas eficaces contra la COVID-19, una pandemia causada por un nuevo coronaviurs, el SARS-CoV-2 , de gran mortalidad y alta capacidad de contagio. Actualmente, más de 3.600 millones de personas, casi un 47% de la población mundial, ha recibido al menos una dosis y, de esas personas, más de 2.700 millones, un 35% de la población mundial, están vacunadas completamente.
Cuesta hacerse una idea, pero la campaña de vacunación, que se ha calificado de histórica, ha sido una auténtica epopeya de la que la humanidad habrá de extraer muchas lecciones, tanto de su éxito científico y sanitario como de sus sombras en forma de un injusto acceso en las zonas más desfavorecidas del planeta, escandalosamente retrasadas en la administración de unos sueros que han demostrado su eficacia para frenar las alarmantes cifras de muertos y hospitalizados.
Edward Jenner, a finales del siglo XVIII, con su experimento contra la viruela, revolucionó las expectativas de futuro en materia de salud pública al abrir una era que ha permitido erradicar muchas enfermedades o restringir severamente su incidencia. La lista incluye enfermedades como el sarampión, la viruela, la poliomielitis, la hepatitis, el tétanos, la rabia, el cólera, la tos ferina, el tifus, la peste, la difteria… y más recientemente, el ébola, el papiloma humano o la COVID-19, justo cuando parece que también la malaria pasará a formar parte, por fin, de las inmunizaciones posibles.
El desarrollo de vacunas ha sido impulsado históricamente por gobiernos, organizaciones no gubernamentales, agencias internacionales, centros científicos y universidades. En esta pandemia mundial también ha sido la inversión de centenares de millones de euros de fondos públicos lo que ha permitido el desarrollo de las diferentes vacunas. La industria farmacéutica ha aprovechado esos fondos para su fabricación y ha quedado en el ambiente el debate sobre la conveniencia de liberar las patentes, operación reclamada desde una visión planetaria de su función.
Pero más allá de la colosal empresa que supone fabricar tantos millones de viales, ha sido necesario un despliegue logístico y sanitario que ha puesto a prueba las estructuras políticas y de salud. Un aspecto en el que la Unión Europea ha mostrado su potencia y en el que sistemas como el español han revelado su eficacia. De la compra centralizada desde la Comisión Europea a la administración masiva de las dosis a cargo de los gobiernos autonómicos, se ha demostrado la importancia de ese sistema experto que denominamos servicio público de salud.
A estas alturas, España es uno de los países con unos niveles de vacunación más altos, gracias también a que ciertas demagogias políticas y ciertas manipulaciones negacionistas han suscitado entre nosotros poca resistencia a las ventajas indiscutibles de la inmunización adquirida. Casi un 80% de los españoles han recibido al menos una dosis de alguna de las vacunas contra la COVID-19 y cerca de un 78% tienen la inmunización completa.
El Gobierno autonómico acaba de otorgar con motivo del 9 d’Octubre, la fiesta de esta comunidad, la alta distinción de la Generalitat Valenciana a los equipos de vacunación contra la pandemia. “Hemos protegido al 90% de la población, gracias a la ciencia, al enorme civismo de la ciudadanía y a los equipos de vacunación”, señaló el presidente valenciano Ximo Puig en su discurso institucional. En efecto, se han hecho diversos homenajes a las víctimas, que son ya 4,8 millones en el mundo (de ellas 84.700 en España), y a los sanitarios que han batallado en centros de salud y hospitales contra el coronavirus. Pero no está claro si valoramos suficientemente todo lo que le debemos a la ciencia y la importancia de otorgarle financiación y recursos dignos. Como dijo Pasteur: “No os dejéis corromper por un escepticismo estéril y deprimente; no os desalentéis ante la tristeza de ciertas horas que pasan sobre las naciones. Vivid en la serena paz de los laboratorios y las bibliotecas. Preguntaos primero: ¿Qué he hecho por instruirme? Y, después, al ir progresando: ¿Qué he hecho por mi patria? Hasta que llegue el día en que podáis sentir la íntima satisfacción de pensar en que de alguna manera habéis contribuido al progreso y bienestar de la humanidad”.