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Centenario de Paulo Freire, pedagogo de los oprimidos

26 de septiembre de 2021 23:13 h

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  • “La teoría materialista de que todos los hombres son producto de las circunstancias y de que, por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado”  Karl Marx.

Se cumple el centenario del nacimiento del gran pedagogo Paulo Freire (1921-1997, Sao Paulo, Brasil). Su obra es una de las apuestas más sólidas y reconocidas de la educación liberadora y popular. Autor de numerosos libros de Pedagogía, su obra Pedagogía del oprimido se ha constituido un clásico de la concepción liberadora de la educación, por la que opta. Para Freire la lectura y la comprensión crítica del entorno constituyen la base para la construcción de un conocimiento más libre y democrático. Para ello fomentó un diálogo continuo mediante un proceso interactivo de reflexión-acción. La pedagogía de Freire, con un carácter político, pero nada dogmática, no es una pedagogía para la adaptación, sino para la transformación. La vigencia de su pensamiento trasciende fronteras, y el ámbito restringido y originario de la alfabetización de niños y personas adultas en un país como Brasil donde la gran mayoría eran analfabetos. A partir de aquí su filosofía y metodología de la educación llega a un planteamiento global. 

Acción educativa y liberación sociopolítica van unidas. La utilización del enfoque marxista y de la lingüística generativa de Noam Chomsky, junto a un humanismo crítico que considera al hombre como ser histórico, y que muestra lo que es a través de lo que hace con su esfuerzo y trabajo, con una actitud vital basada en una concepción integradora de los valores humanos. Freire leyó la condición de opresión con la categoría marxiana de opresores y oprimidos: los opresores no pueden ser tales sin la dominación ‘objetiva’ de los oprimidos; estos, a su vez, expropiados de su conciencia y de su palabra, piensan como el opresor al haberse embebido de su ideología leyendo en modo fatalista su condición. Convencido de que “nadie libera a nadie, y que nadie es liberado por nadie, pero que todos se liberan juntos”, opone a una educación “depositaria” o “bancaria” (en la que el educando es como un depósito bancario de nociones y técnicas), una educación “problematizante” que niega el sistema unidireccional. La dialogicidad, la comunicación de ida y vuelta, va a ser la esencia de la educación como práctica de libertad y emancipadora. El diálogo es un fenómeno humano por el cual se nos revela la palabra. Por ello hay que buscar e interrogar a la palabra y sus elementos constitutivos. Descubrimos así que no hay palabra verdadera que no sea una unión inquebrantable entre acción y reflexión y, por ende, que no sea praxis. De ahí que encontrar la palabra verdadera sea transformar el mundo. El fin educativo de su método es estimular a los oprimidos a tomar conciencia de su propia situación y captar los “temas generadores” y las “perspectivas inéditas de acción” a través del diálogo comunitario, en la perspectiva de una civilización del altruismo y la participación.

Freire llamó concientización al proceso que implica el paso de una conciencia ingenua a otra crítica, tendente a la plena inserción en la sociedad en la que el hombre debe tener una participación crítica y solidaria. Esta concientización debía tomar cuerpo en el proceso de enseñanza/aprendizaje de cualquier campo del conocimiento.  Fue por ello el fundador y promotor de la pedagogía crítica, a la que se unirían otros afamados pedagogos de diversas universidades como Peter Mclaren, Henry Giroux o Michael Apple. En coherencia con estos presupuestos emprende la tarea de la alfabetización no como un proceso meramente mecánico, sino como “un acto de creación capaz de crear otros actos creadores, una alfabetización en la cual el hombre desarrolla la actividad y la vivacidad de la invención y de la reivindicación característica de los estados de búsqueda”. Su método de educación popular comenzó en 1962 en la zona más pobre de Brasil, y como los resultados fueron óptimos se decidió aplicar el método a todo Brasil. Las élites neoliberales y reaccionarias estaban al acecho, y caído el gobierno populista de Goulart, Freire ingresó en la cárcel y después huyó a Chile donde obtuvo también excelentes resultados con su método, lo que le valió el premio de la Unesco.

Hasta la aparición de Paulo Freire numerosos pedagogos habían propuesto diferentes metodologías para la enseñanza de la lectoescritura: los más conocidos son el “Alfabético o Deletreo”; el “Fonético o Fónico”; el “Silábico”; el de “Palabras Normales”; el “Síntético”; el “Analítico”; el “Ecléctico”; o el “Doman”, entre otros. Eran didácticas que no apoyaban la reflexión, ni el compromiso al no haber reflexión/acción: técnicas pues que se transforman en mero verbalismo estéril, en palabrería alienada y alienante. La metodología de Freire introduce en la enseñanza/aprendizaje la política “nacional-popular” (como insistían Gramsci o Fuster) pues no hay política del pueblo si no se traduce en una política popular. No es por tanto un método aséptico, si bien no confunde los planos político y pedagógico: ni se absorben ni se contraponen. Las lecciones de alfabetización se organizaban a partir de “palabras generadoras”, escogidas según el entorno, por medio de diapositivas, fotografías, películas, grabaciones, dibujos o carteles que propiciaban un diálogo. Los participantes del círculo de lectura dialogaban entre sí y con quien dirigía el debate sobre los contenidos asociados a las diferentes figuras y palabras, y la repercusión en su propia vida. 

El método de Freire constaba de seis fases: 1- Levantamiento del universo vocabular. 2- Elección e investigación de las palabras seleccionadas. 3- Creación de situaciones existenciales típicas del grupo de trabajo. 4- Elaboración de guías que auxilien a los coordinadores de los debates. 5- Descomposición de las familias fonéticas correspondientes a los vocablos generadores. 6- De uno en uno, los educandos van todos haciendo palabras nuevas con las posibles combinaciones a su disposición. Este proceso va creando conocimientos de palabras que enriquece la posibilidad de “decirse diciendo su mundo”.

Freire consideraba que para ser válida toda acción educativa debe ir precedida de una reflexión y análisis del hombre y del medio concreto de vida de los hombres a educar. Es preciso que la educación esté –en su contenido, en su programa y en sus métodos- adaptada al fin de permitir al hombre a construirse como persona y a transformar el mundo. En este sentido piensa que la absolutización de la ignorancia, según la cual esta se encontraría siempre en “el otro” es radicalmente opuesta al diálogo verdadero, a la retroalimentación de preguntas y respuestas y, por tanto, obstáculo para una educación liberadora. El hombre crea cultura en la medida que integrándose a las condiciones de su contexto de vida, reflexiona sobre ellas y aporta respuestas sobre los desafíos que le plantean. La cultura es pues también la aportación que el hombre hace a la naturaleza. El hombre es el hacedor de la historia: en la medida en que crea y decide, las épocas históricas se van formando y reformando. La historia es la respuesta del hombre a la naturaleza, a los otros hombres, a los modos de producción y a las relaciones sociales.

La teoría de Paulo Freire sigue viva porque sigue habiendo opresores y oprimidos, y políticas educativas neoliberales y neocolonialistas versus políticas emancipadoras y de renovación pedagógica. Colegios religiosos de alumnado pijo, y colegios públicos de alumnado de clases subalternas. Vivimos en una sociedad cerrada, silenciada –aunque se la llame democrática- creada por los opresores, una sociedad, según Freire, objeto y depredatoria. El pueblo, como el hombre que lo integra, es objetivizado por las clases dominantes: no existe el pueblo sino la masa alienada En este sentido, en la dialéctica opresores/oprimidos surgen hoy a la luz nuevas opresiones a decodificar, problematizar, reflexionar y concientizar: la complejidad de la globalización en la existencia social actual, la innovación comunicativa de los medios de comunicación y de las nuevas tecnologías, la emergencia empoderada de la mujer, la violencia de género en todas sus variantes… Y, por supuesto, la opresión galopante que sigue teniendo la lengua y la cultura del País Valenciano. Mucho al respecto se puede hacer contra estas opresiones desde la solidez teórica y pedagógica intrínseca al modelo de Paulo Freire.