Aunque suene raro yo tuve un tio bisabuelo general nazi; Hans Leyers. Al final de la guerra fue detenido por su propio chófer italiano que al mismo tiempo había estado espiándole para la resistencia. El dilema moral del italiano era hasta cuánto debía cooperar con el general sin sentirse colaboracionista y para mejor servir a la resistencia. Salvando las distancias, la anécdota nos plantea un problema moral al que se enfrentará la gestión cultural en el País Valenciano.
Ceder la política cultural a la ultraderecha con el objetivo de que estén entretenidos y no molesten en el erial-punto-dos que está promocionando Carlos Mazón está siendo dañino y paradójico. En las sociedades contemporáneas las políticas culturales se inventaron precisamente como antibiótico para curar las enfermedades que transmite la ultraderecha. Si la cultura nos salva y nos separa del odio, la intolerancia y la barbarie, tal y como afirma la reciente declaración de Cáceres -firmada por todos los ministros de la UE-, ¿qué hacer cuando el PP encomienda la política cultural a los promotores del odio, la intolerancia y la barbarie?. ¿Qué hacer cuando de Mazón les ha cedido la proyección de nuestro universo simbólico a los que niegan la violencia de género, a los que no creen en el compromiso global con los valores y los objetivos de la agenda 2030, a los que son racistas y homófobos?.
No hay política cultural blanca porque toda política pública, por su propia definición, tiene la intencionalidad de cambiar la realidad sobre la que opera. Y en el ámbito de la programación pública la única aspiración posible es generar experiencias culturales potencialmente transformadoras que sacudan nuestras conciencias mediante impactos estéticos, cognitivos, emocionales o relacionales, y que cambian valores, visiones y actitudes .Pérez Pont y su programa en el Centre de Cultura Contemporánea, pero también Núria Enguita desde el IVAM, o Francesc Felipe desde la Filmoteca o Guillermo Arazo desde la Granja o cualquier otra gestora cultural profesional programan experiencias culturales que persiguen los objetivos de la Agenda 2030, que incluyen la igualdad de sexos, que denuncian la xenofobia, que promueven la inclusión, que alertan sobre el cambio climático.
La política cultural es necesariamente de colores. Y el tono pardo de VOX solo puede ser un blanco muy sucio. Una vez que se ha abierto la veda de cesar a los gestores culturales que accedieron a sus puestos mediante el código de las buenas prácticas, es el momento de reclutar colaboracionistas.
La cooperación en cualquier grado, con esta camarilla aún inadaptada al ecosistema cultural valenciano y hasta ahora circunscrita y limitada en su cancerígena capacidad de dañar, es conceptualmente colaboracionista. Entendemos este término como el ejercicio de la cooperación necesaria para materializar y legitimar la ocupación no natural del espacio de la política cultural por parte de personas, ideas o proyectos que precisamente contradicen la funcionalidad intrínseca de la misma que es lograr sociedades más sanas, justas, críticas, libres, tolerantes, integradoras e igualitarias.
Se buscan colaboracionistas. No digo que les resulte tarea sencilla, pero los encontrarán. Todo cuerpo social contiene el número suficiente de oportunistas con escrúpulos ligeros, maspapistas serviles y acomplejados y estómagos dispuestos al agradecimiento. Ya lo vimos en la etapa más corrupta del PP donde nunca faltaron personas en la gestión y mediación cultural mientras se pasaban facturas de la Gürtel y Consuelo Ciscar le arreglaba exposiciones mundiales a su hijo con los recursos del IVAM con la aquiescencia general.
En aquel momento era servirse de las palabras en mayúscula de la cultura para engrasar esa eficaz máquina del expolio y la extracción. Ahora se trata de retorcer las palabras de la cultura para negar la capacidad transformadora de la misma y de paso utilizar los puestos de la gestión cultural para comprar para la causa a amigas y conocidos.
Ahora, sin autolesionarse en soflamas apocalípticas, esta aproximación no significa que precarias y precarios con enorme talento que pululan en segundos niveles de la administración cultural, encadenando compromisos de asistencia técnica con contratos menores miserables y conformando con pasión e inteligencia la verdadera excelencia de la política cultural, tengan que sacrificarse en aras de la rectitud moral. Se puede estar en la boca del lobo y colaborar con la Resistencia. La ultraderecha tendrá dificultades para detectar la sutileza de los mensajes artísticos. Seguro que será fácil trolearles. La resistencia también necesita de quintacolumnistas
Por cierto mi tio-bisabuelo después de un par de años en prisión, murió plácidamente en 1981 como pastor protestante y reconocido por los vecinos de su comunidad en un pequeño pueblo de Alemania. Vicente Barrera, Paula Añó y Sergio Arlandis seguro que también tiene una comunidad de amigos y vecinos con deseos de que vuelvan a sus pueblos pequeños.