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CV Opinión cintillo

Cómo combatir la desinformación y los discursos del odio

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Transcurridos más de 15 días de la tragedia climática de la DANA en Valencia, parece más necesario que nunca que tratemos de extraer algunas lecciones de todo lo que está sucediendo. A los millones de toneladas de fango que está colapsando el alcantarillado de los pueblos y ciudades arrasados por las inundaciones, hay que sumarle el otro “fango”, ese al que se refirió Umberto Eco en su última novela, Número cero (2015), que ofrece una descripción desoladora del periodismo en Italia, extrapolable actualmente a cualquier país del mundo. En efecto, internet y las redes sociales se han convertido en una poderosa máquina para producir y expandir “fango”, esto es, noticias falsas, mentiras y toda suerte de manipulaciones.

Según el portal de fact-checking Maldita.es, desde la DANA del martes 29 de octubre en TikTok han circulado 129 vídeos con más de 10.000 visualizaciones, que suman en total más de 120 millones de reproducciones. Otras redes sociales como Meta (Facebook), X (Twitter), Instagram, WhatsApp o YouTube han difundido noticias falsas sobre decenas de temas, entre otros sobre los centenares de cadáveres que se iban a encontrar en aparcamientos subterráneos; sobre el origen de la propia DANA de Valencia, atribuido por los negacionistas del cambio climático a la utilización de la tecnología HAARP para alterar la meteorología; al fallo de los radares metereológicos de la AEMET, a la que se ha acusado de causar incluso las fuertes lluvias; a la eliminación de presas como causa de las avenidas de agua; etc. Como suele ocurrir, los mensajes más extremistas y “ruidosos”, suelen ser los que provocan mayor número de respuestas, creando un efecto multiplicador del potencial impacto entre los usuarios.

A esta frenética actividad en las redes sociales hay que sumarle los programas de telerrealidad y de infoentretenimiento de los medios de comunicación. Todas las cadenas de radio y TV han enviado a sus periodistas a informar desde el terreno, aunque no todos de la misma manera. Los medios de comunicación de titularidad pública –como la Corporación RTVE o À Punt Mèdia– han realizado un seguimiento respetuoso y bastante contenido de las tareas de limpieza de los miles de vecinos y voluntarios llegados de todos los rincones de España. Se constata, sin embargo, que en muchos programas de telerrealidad se confunden los hechos y las informaciones con las opiniones de tertulianos, opinadores y supuestos expertos, hasta configurar un discurso plagado, en muchos casos, de histrionismo y de excesos verbales (y visuales).

Desde el mundo académico existe bastante consenso sobre las causas de la desinformación, los discursos del odio y la expansión de las mentiras. Se nos ocurren algunas iniciativas que pueden ayudar a combatir el problema.

En primer lugar, es urgente recordar que los medios de comunicación públicos y privados disponen de códigos éticos y de conducta que se deben activar cuando se producen disfunciones tan graves como las que han tenido lugar estos días. Citemos un par de ejemplos muy claros. Cuando un periódico publica una tribuna de un conocido escritor que afirma que hay que “descuartizar en la plaza pública” a los responsables de la gestión de la respuesta a la emergencia por la DANA, es muy preocupante que la propia cabecera periodística sea incapaz de realizar la más mínima autocrítica y de tomar las medidas oportunas para que se controle el nivel de violencia verbal del colaborador. Lo mismo ocurre cuando, ni el responsable del programa, ni la propia cadena de TV, son capaces de hacer autocrítica ante un colaborador que se cubre de fango para resultar más creíble (y espectacular) en una conexión televisiva. Todos los medios de comunicación cuentan con la figura del defensor de la audiencia, al que una ciudadanía crítica bien informada debería dirigirse sin ambages. Los colegios y asociaciones de periodistas deben hacer oír su voz en casos así, lo que redundaría en una mejora de la credibilidad de la profesión.

En segundo lugar, los reguladores audiovisuales, consejos de la información, consejos audiovisuales, etc., tienen entre sus funciones hacer un seguimiento exhaustivo de las actividades de los operadores públicos y privados. Estos reguladores –la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, el Consejo Audiovisual de Cataluña, el Consejo Audiovisual de Andalucía y el Consejo del Audiovisual de la Comunidad Valenciana– son órganos de control, que tienen competencias para abrir expedientes administrativos en casos de abusos como los que estamos viendo estos días.

En tercer lugar, se necesita una ciudadanía crítica que tenga las competencias en alfabetización mediática e informacional (AMI) para “defenderse” ante un entorno mediático cada vez más polarizado. La mejora de las competencias AMI sólo será posible si se apuesta firmemente por la introducción de la educación mediática en todos los niveles educativos. Para ello, es urgente reforzar la formación del profesorado en el campo de las competencias AMI.

Finalmente, necesitamos contar con un sistema mediático más transparente, más plural y menos dependiente del poder político, como viene pidiendo la propia Comisión Europea, con la aprobación de medidas como el Reglamento Europeo sobre la Libertad de los Medios de Comunicación, que entró en vigor el pasado 7 de mayo de 2024, con un amplio apoyo en el parlamento de la UE. No obstante, se constata la existencia de claros movimientos para aumentar el control político de la dirección de los medios de comunicación públicos, tanto en la derecha como en la izquierda políticas, lo que constituye un retroceso democrático de extrema gravedad.

Una vez más, los políticos siguen ignorando las recomendaciones de una amplia mayoría de científicos sociales y de profesionales de la comunicación, que reclaman la necesidad de despolitizar los órganos de gobierno de los medios de comunicación públicos y que el sistema mediático sea más transparente, plural y diverso. En este contexto, la expansión del trumpismo permite presagiar un notable incremento de la desinformación y de los discursos del odio. Ante este escenario, es necesario arbitrar fórmulas de resistencia, individuales y colectivas, porque nuestra democracia está más amenazada que nunca.

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