La costumbre

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Felipe VI se ampara en la “costumbre” para lanzar a Feijóo a una investidura sin mayoría suficiente, decía el titular de elDiario.es.

Me ha llamado mucho la atención porque la costumbre es un concepto peligroso dado que suele referirse a la reiteración sin revisión previa. Es la inercia, la renuncia a la reflexión, algo así como decidir que decidan nuestros antepasados. Como acostumbrarse tiene que ver con la sumisión, con el abandono de la rebeldía. Mejor acostumbrarme antes que intentar cambiar algo.

Si la costumbre fuera un argumento no habría progreso en nuestras vidas, solo repetición, continuidad, imitación, herencia. De eso saben mucho las monarquías. Es su ley.

En cambio, la llamada sociedad civil va por otros derroteros. La cultura, la medicina, la tecnología, el arte, no se alimentan de la costumbre sino de su revisión, no avanzan por la reiteración sino por la investigación. Con el riesgo del error, es verdad, pero con el objetivo del progreso. La costumbre no solo tiene el riesgo del error, tiene otro peor, insistir en él.

Quiero imaginar que Felipe VI tenía argumentos propios para proponer un candidato u otro, que si este tiene más votos, que si aquel tiene más apoyos. Imagino que dudaba, que le daría vueltas al asunto desde todos los puntos de vista razonables intentando adivinar cuál sería el camino más viable para que un candidato obtuviera la mayoría necesaria. Incluso podría haber esperado a una segunda vuelta de consultas para tratar de aclarar la situación. Todo eso sería lógico, aunque el Parlamento soberano ya había elegido una opción para su presidencia, ya le había dado una pista importante que el monarca desoyó. Pero ya ven, al final, dentro de ese abanico de posibilidades, el argumento ha sido la costumbre.

En realidad, no necesitaba recurrir a la costumbre, ni mucho menos reconocerlo, pero lo ha hecho. “Siempre ha sido así” es una frase solemne pero vacía, incluso no es cierta. En cualquier caso, ese voy y vengo constitucional de proponer y que el Parlamento decida ha adquirido un aspecto de parodia.

Ahora bien, si el rey propone un candidato y después el Parlamento elegido por el pueblo lo rechaza, no cabe duda de que el rey se ha equivocado; con tanta consulta no ha sabido tomar el pulso a la representación inequívoca del pueblo. El procedimiento no ha funcionado.

Malas noticias para la costumbre.