Nos cuidan, cuidémoslos

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Se ha convertido en una frase hecha eso de que tenemos un sistema sanitario maravilloso en España, y en cierto modo es verdad, pero lo logramos a costa de pagar una miseria a nuestros médicos. 

Por un lado, está la sanidad pública en la que los médicos españoles disponen de una renta media de 53.000 euros brutos anuales, lo que supone un 45 por ciento menos que sus homólogos franceses (96.000 euros) y casi un 60 por ciento menos que los alemanes (125.000 euros) y británicos (129.000 euros). El problema no es solo que sea injusta tamaña diferencia, es que conlleva una fuga de cerebros que, como país, España no se puede permitir.  Como se dice en esta tierra, no tiene “trellat” pagar entre todos su formación para que luego se vayan. 

Para remediar esta situación, muchos profesionales se convierten en pluriempleados y se desloman a trabajar sumando a su jornada laboral en el hospital público, la consulta privada por las tardes. Allí la mayoría de los pacientes acuden a visitarlos a través de seguros sanitarios. Y es entonces cuando traumatólogos con más de cuarenta años de experiencia, eminencias en el campo de la neurología, otorrinolaringólogos que te resolverían cualquier problema y demás especialistas médicos de primerísimo nivel son abusados de forma rastrera por las compañías aseguradoras que les pagan la hilarante cantidad de doce euros por consulta y paciente. Han oído bien. Después de un mínimo de seis años de carrera, cuatro de especialidad y treinta o cuarenta años de inestimable experiencia cobran menos que cualquier trabajador sin ningún tipo de formación. 

Sinceramente, me parece un insulto a la inteligencia que te llamen héroe y que te paguen como a un villano.  La razón por la que todos resisten se llama vocación. La he vivido de cerca porque en mi familia ha habido muchos médicos. Pero quizás el caso que más me ha impresionado ha sido la del doctor Escartí Carbonell. Digestólogo, ha ejercido toda la vida como ángel de la guarda del amor de mi vida. Visionario donde los haya, diagnosticó a mi pareja la enfermedad de Chron a los 19 años cuando eran pocos los que en España hablaban de ello. Aún hoy los enfermos se pasan muchos meses, o incluso años antes de que averigüen que es lo que les ocurre, lo cual por supuesto agrava y empeora los síntomas de la dolencia. 

Antes de su jubilación acudíamos con regularidad a su consulta privada. Nunca me atreví a corroborar con él eso de los doce euros, pero lo que es seguro es que nos atendía con la misma profesionalidad y el mismo cariño que si hubiese cobrado doscientos por consulta. No pude evitar llorar el día que nos anunció que se retiraba. Se tarda toda una vida en ser tan buen médico como él. Por eso, con cada uno que se va, se pierde una fuente de conocimiento y sabiduría irremplazable. Hace poco tuvimos la ocasión de volver a verlo y me comentó que en sus primeros meses de retiro ha escrito un libro sobre un lugar mágico, un lugar inspirador para él llamado Alpuente. Conociéndole está claro que vale la pena leerlo. 

Solo espero que las próximas generaciones de médicos que le sucedan y que ejerzan con ese grado de entrega sean más y mejor pagados. Si eso ocurre, entonces sí que podremos presumir de nuestro sistema sanitario, de lo contrario, todo lo bueno que ocurre es a costa de ellos y de su vocación.