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CV Opinión cintillo

Demolición

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Sostenía Hannah Arendt hace casi sesenta años a propósito de la controversia creada por sus crónicas sobre el juicio de Eichmann en Jerusalén, que la verdad y la política no se llevan demasiado bien. Arendt, en su ensayo Verdad y mentira en la política, advierte sobre los peligros que conlleva la manipulación sistemática de la verdad en la esfera pública, especialmente cuando la mentira se convierte en una herramienta política habitual. Según ella, el mayor riesgo no es solo que los gobernantes mientan, sino que al mentir por sistema se llegue a borrar la línea entre realidad y ficción, de modo que el ciudadano ya no pueda distinguir entre lo que es verdad y lo que es falso, entre lo que le cuentan que pasó y lo que realmente sucedió. Si esto ocurría en los años sesenta cuando los medios de difusión se circunscribían a la radio, la prensa y la televisión en blanco y negro, no hace falta resaltar el impacto demoledor que la mentira alcanza ahora en un mundo globalizado bajo el dominio de las redes sociales e infinitos seudo medios digitales alimentados con los dineros que les transfieren quienes han convertido la mentira en su principal estrategia política y de dominio. 

Arendt insistía en que la política requiere una base de realidad compartida para que el debate público, que es la esencia de la democracia, sea posible y útil para la ciudadanía. En el contexto de una catástrofe como la DANA del pasado 29 de octubre, donde el sufrimiento que padecen los familiares de las 228 personas fallecidas y decenas de miles de damnificados sigue latentes, los responsables públicos encabezados por el todavía presidente de la Generalitat, el infame Carlos Mazón, recurren a la manipulación de audios, mantienen oculta la agenda real del comensal de El Ventorro, admiten en sede judicial que no tenían conocimientos de las funciones propias de sus bien remunerados cargos, se excusan en que los responsables eran otros degradando el principio de jerarquía de nuestra administración pública… todo esto antes de afrontar que ellos eran quienes tenían que haber activado las acciones que paliaran la catástrofe del 29 de octubre especialmente en lo que es más importante ante cualquier desastre: salvar el mayor número de vidas posibles.

Es cierto que venimos de situaciones repetidas donde la mentira es el instrumento esencial para conseguir objetivos que de otro modo no se alcanzarían. Quedaron atrás los tiempos en los que un político sorprendido en fragante mentira quedaba desautorizado ante la sociedad y, en las democracias más avanzadas, era motivo de dimisión o de destitución. Eso se acabó, estamos en una nueva era donde la verdad ha perdido su valor esencial. Esta nueva era política comenzó con aquella gran mentira que alcanzó magnitudes planetarias, la madre de todas las mentiras, la de las inexistentes armas de destrucción masiva como excusa para invadir un país rico en petróleo. Mentira inventada por el cuarteto de las Azores, las crónicas hablan del trio, Bush hijo, Blair y Aznar, pero siempre se olvidan del anfitrión, el oscuro Durao Barroso.

Aquella mentira sirvió también para meter a España en una guerra y modeló un nuevo estilo de hacer política, a nivel nacional e internacional, y tuvo éxito porque una vez desvelada la verdad nunca se procedió contra los responsables de aquella guerra ilegal e injustificada cuya única razón era controlar el flujo del petróleo de Irak matando a decenas de miles de personas y sumiendo Oriente Medio en el caos que todavía perdura veinte años después. El cuarteto debió ser juzgado por crímenes contra la humanidad, pero nadie se atrevió ni tan siquiera a plantearlo dando por afianzada la barbarie y normalizado que se puede invadir un país y bombardear o acribillar a sus ciudadanos sin que ninguna institución nacional o internacional pueda impedirlo ni exigir responsabilidades como ahora está ocurriendo en Gaza. Después de la madre de todas las mentiras vinieron otras, como la derivada de los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, cuando el gobierno de Aznar, con su portavoz el condenado por corrupción Zaplana, noqueados por el trasfondo y consecuencias del crimen, se los imputaron a los asesinos de ETA con tal de evitar reconocer que la masacre era obra de terroristas islámicos en venganza por la guerra de Irak. 

Mentira tras mentira, el marco del debate político se ha convertido en un juego de trileros y estafadores. El todavía presidente de la Generalitat nos presentó su gobierno como el de los mejores e inmediatamente se apresuró a cancelar cualquier actuación de la mayoría parlamentaria anterior que pudiera incidir en una mejora de las instituciones autonómicas. Suprimieron la Agencia Valenciana de Emergencias que tenía por objetivo unir y coordinar todos los recursos existentes para hacer frente de forma más eficaz a cualquier catástrofe como la DANA. Tomaron los órganos de control que pudieran incomodar a las fechorías que se avecinaban como hicieron con la Agencia Antifraude, órgano responsable de promover la ética pública en las administraciones valencianas y que, con la burda mentira de que les Corts ya tenía un código ético y se adherían a él, cancelaron el código ético de la Agencia y disolvieron el comité de ética. Y hasta han ido a por la Academia Valenciana de la Lengua que fue una creación exitosa de su propio partido para normalizar el uso de nuestra lengua y de la que ahora se auto enmiendan acometiendo su acoso político y presupuestario.

A pesar de todo, en aquello que envuelve la DANA la verdad se va abriendo camino poco a poco gracias a una jueza de instrucción que con ejemplar precisión está haciendo emerger con toda su crudeza las conductas negligentes en aquel aciago día. Y conforme se va desvelando la verdad nos invade la sensación de que el 29 de octubre no existió gobierno para hacer frente a la mayor catástrofe sufrida en siglos, una sensación que ha apresado a la mayoría de la población que siente que ante tanta desgracia no hubo instituciones autonómicas que le hicieran frente; de que los valencianos el 29 de octubre tuvimos un Consell de pacotilla, una banda de impostores y estafadores políticos que más allá de cantar habaneras y afanarse en sus trapicheos y negocios inconfesables poca cosa más sabían o estaban dispuestos a hacer por los demás. Y esa sensación es aún mayor cuando se ha sabido que despreciaron las alertas meteorológicas; se burlaron de quienes sí adoptaron las medidas básicas; se fueron de jarana mientras ríos y barrancos arrasaban a su paso tierras y ciudades; y desecharon que sus propios medios actuaran con diligencia movilizando todos los recursos que disponían. La demolición de nuestro autogobierno está entre las víctimas no contabilizadas de la DANA y que, sin embargo, nos va a acarrear las peores consecuencias.

Porque cualquier persona lo que espera de su gobierno es que defienda la vida de sus ciudadanos y al no hacerlo es lógico que se pregunte para qué entonces sirve ese gobierno. Si quien debía haber estado al frente de sus responsabilidades dirigiendo y coordinando los operativos de protección y salvamento y garantizando la movilización de todos los recursos necesarios, nos enteramos ahora que dejó en tierra seis helicópteros de salvamento, mandó a casa unas horas antes del desastre a los funcionarios que vigilaban el nivel de las aguas en los barrancos, despreció la incorporación de más de doscientos agentes forestales, no movilizó a más de mil bomberos disponibles, no quiso activar ninguna alarma que advirtiera del peligro hasta después de que las aguas ya habían matado a más de dos centenares de personas y hasta impidieron que llegara ayuda de otras comunidades, después de todo esto es lógico que se piense que estamos en manos de unos inútiles pero también y es lo más grave, que la administración autonómica entera es una inutilidad. Ahí está la clave de la situación política actual y este sería el objetivo oculto de la agenda política del partido extremista que sostiene al zombi del Palau.

Demoler las instituciones autonómicas y volver al centralismo anterior a la Constitución está en el ADN del partido franquista a cuyos brazos se ha lanzado el Consell de Carlos Mazón. Sostenido por los ultras que juegan en su propio interés porque un gobierno de inútiles incrementa la sensación ciudadana de que el autogobierno no sirve para nada, mientras se disparan sus expectativas electorales, tal y como acreditan las últimas encuestas.

La asunción del relato xenófobo y aporofóbico contenido en el torpe discurso con el que Mazón anunció el acuerdo presupuestario para 2025 confirmaba esa transubstanciación perversa hacia una ideología que, si un día gobierna España, sin ninguna duda hará tabla rasa del Título VIII de la Constitución y, por supuesto, de bastantes más derechos. La demolición del espacio público democrático gracias a las mentiras se habrá consumado. 

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