¿Por qué los españoles odian a sus hijos?
Unas horas antes de volver a incorporarse a su turno, un amigo me cuenta orgulloso que, en el restaurante de comida rápida de una conocida franquicia en el que trabaja, la noche del pasado sábado batieron récord de ventas. “Vino muchísima gente, gastamos todo el género que había por todos lados, íbamos trayendo de la nevera lo que podíamos, los cartones se iban amontonando e hicimos miles de euros de caja”, relata. Delenda est pandemia.
Dubitativo, no quiero que piense que resto mérito al esfuerzo que ha realizado, bromeo con que de “hicimos” nada, que los miles de euros de caja los hizo la franquicia y que él, si un caso, lo que hizo fue horas de más. Porque en ese trabajo, como en tantos otros, los trabajadores hacen a diario dos o tres horas de más que nadie pagará nunca. La última noche salió pasadas las cuatro de la mañana, pese a que le hacen firmar que termina a la una. Pero lo suyo es temporal, me explica, ya que además de trabajar, mi amigo está terminando su segundo grado superior y, si todo va bien, en menos de un año migrará a Alemania. Si algo tiene claro a sus veintipocos años y tras dos crisis económicas (de esas que ocurren una vez en la vida) es que en este país no hay futuro para los jóvenes.
Habría que preguntarse, ahora que España esprinta con viento a favor hacia el 70% de vacunados con pauta completa, si estamos dispuestos a cumplir aquel mantra tantas veces repetido del “de esta saldremos mejores” o si, por el contrario, el país dirá Diego donde en su día dijo digo. Y es que uno no puede evitar la sensación de que pronto dejaremos de hablar de los más de 80.000 fallecidos, de la misma forma en que fingimos que no desvalijamos en su día, entre empujones e insultos, los estantes de los supermercados.
Tampoco se hablará durante demasiado tiempo, me temo, de que la pandemia la han pagado los mayores con sus vidas. Más del 80% de los fallecidos superaban los 65 años y en la españolísima Madrid, abandonados en las residencias, murieron (y se descompusieron) por miles sin que nadie moviese un dedo. Pero la vida sigue y alguien tiene que pagar la crisis del sistema económico. El muerto al hoyo y el vivo a pagar el bollo.
Según el Informe Juventud en España 2020, elaborado por el Instituto de la Juventud (INJUVE), más del 30% de los jóvenes entre 20 y 29 años está en situación de pobreza y exclusión social, situando al país a la cabeza de Europa en desempleo juvenil. Los que tienen la suerte de trabajar lo hacen bajo una precariedad y una temporalidad endémicas, que les imposibilita, entre otras muchas cosas, acceder a una vivienda. Y como la vivienda es, también, un bien de mercado, la burbuja del ladrillo que hundió este país, se ha trasladado ahora al mercado del alquiler. Según el Observatorio de Emancipación, para poder acceder en la actualidad a un alquiler los jóvenes deberían destinar el 94% de su sueldo. Según el telediario, el 6% restante lo destinan al botellón.
Ante este panorama, cabría preguntarse a qué se debe esta situación. ¿Es fruto de las circunstancias u obedece a algún tipo de objetivo? ¿Acaso los españoles odian a sus hijos? En un conocido canal de televisión, una mesa de “expertos” debate acerca de los retos a los que se enfrenta el país. La edad media supera los 55.
Otro amigo, éste mejor posicionado, me contaba el otro día que (políticamente) ya no le ve sentido a creer en nada. Que para los que nos quedamos en España la única opción digna era opositar, que laboralmente el mundo se está volviendo loco y que este país es un sálvese quien pueda. Acto seguido me envió un enlace a un vídeo de Wall Street Wolverine, un conocido youtuber afincado en Andorra que hizo campaña por Vox, esgrime las bondades del neoliberalismo económico y anima a sus seguidores a invertir en criptomonedas. Yo, que conozco a mi amigo de toda la vida, entendí lo que me quería decir.
Y es que a finales del mes pasado, en pleno batacazo generalizado del valor de las criptomonedas debido al rechazo de su uso por parte de la Asociación de Bancos de China, el conocido youtuber alentaba a sus seguidores, la mayoría de ellos jóvenes, a no vender y aguantar el chaparrón “con cojones”. De forma paralela, y de acuerdo con los datos del INJUVE, un 16,2% de jóvenes reconocen jugar habitualmente a juegos de apuestas deportivas.
Recientemente, con motivo del décimo aniversario del 15-M, distintos medios de comunicación hacían balance de su repercusión en el panorama político español. Una década después, y con los dos partidos de Gobierno abiertamente incumpliendo en pos de un mercado especulador aquello a lo que se habían comprometido, el mensaje que desde las instituciones se envía a los jóvenes es muy peligroso: la política no sirve para cambiar nada. Y si la política hace mutis por el foro, la antipolítica eleva la voz.
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