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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

A quien lea

Ferias que no son para reír

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“Tens raó: som un país de botiguers i fabricants

de mitja lliura. Al món d'avui, però,

li cau la nostra lliçó no escrita

en gruixuts llibres d’història

i la lentitud d’aquest riu–n’estic segur–

convertiria en diàleg les lluites i furors del temps present“

Joan Riera, “Al ciutadà Fermí Cortés”. Favara de la Ribera-1966

La centenaria institución Feria Internacional de Muestras de València (1917-2022) es uno de los borrones más siniestros para la economía y para la ciudadanía valenciana. Su ámbito, como lo es el del Puerto de València, no es local ni metropolitano. En la celebración del centenario en 2017 un empresario, Mario Mariner, ferial y cameral–que es lo mismo– me comentó el objetivo de resituar las ferias como nuevo motor económico y de negocios de la ciudad. València es mucho más que un municipio. Almela y Vives tituló su libro: “València y su reino”. No porque València sea más que su reino–su país– sino porque no se entienden el uno sin el otro. Son complementarios e inseparables. València representa al territorio valenciano. La proliferación centrífuga e inducida de núcleos–provincianismos e insidias– de poder favorece a los enemigos de la cohesión en el País Valenciano.

Ferias vivas

La Generalitat, por la necesidad de debatirse en tantos frentes, externos e internos, no ha sido capaz de cuajar un plan de armonía y coherencia territorial. A los dirigentes empresariales parece no importarles que los taxistas hayan tenido que prescindir del turismo de negocios que generaba la Feria. Que los hoteles tengan que renunciar a esta demanda ferial, que los diseñadores hayan tenido que olvidarse de contratar stands e instalaciones, que las empresas autóctonas se queden sin la posibilidad de implementar la oferta y que los clientes potenciales– sobre todo exteriores– se hayan olvidado de la producción de industrias y servicios valencianos que antes encontraban concentrados en los certámenes generalistas y monográficos. València y la Comunidad Valenciana han perdido un motivo de entretenimiento, orgullo y satisfacción de sus ciudadanos. No es verdad que las ferias han muerto. Se transforman y se adaptan a las nuevas condiciones y exigencias del mercado. Los que fracasamos somos nosotros.

Responsabilidad

Los principales responsables del desastre en la institución Feria de València son los empresarios. Los sucesores de aquellos que la pusieron en marcha, los que la impulsaron y la promovieron. Los protagonistas que le proporcionan su razón de ser. En fecha reciente Alejandro Mañes, el último–hubo otro anterior, José María del Rivero– director general de su auge y ascensión, recordaba que se cumple el 105 aniversario de su nacimiento en 1917. Unión Gremial, con la Cámara Oficial de Comercio y el Ayuntamiento de València– la CEV y AVE no existían ni se les esperaba– la crearon para potenciar los intereses generales de la economía y los intercambios comerciales. Es triste que el debate actual se reduzca a la disputa de quien va a regir el patrimonio de sus despojos. Si Confecomerç o si Unió Gremial van a ocupar un puesto en sus órganos gestores. Si mandará en su huero recinto Arcadi España o Rafael Climent. ¿No sería más sensato poner en funcionamiento uno de los mayores recintos feriales–más de 200.000 metros cuadrados– de Europa que lleva más de 25 años decayendo, con el pretexto de privatizar lo que no puede dejar de ser público?

Purgas

Las líneas maestras de lo que fue Feria de València, una de las entidades económico-empresariales que marcaban el devenir del País Valenciano, las señala con precisión Alejandro Mañes. Víctima damnificada de la depuración seudo ideológica que llevó a cabo el Partido Popular comandado por el encausado Eduardo Zaplana en 1996. El único objetivo era ocupar plataformas de poder para “forrarse” el entorno de Zaplana y los suyos. La consumación de la megalómana ampliación ferial, a manos del tándem Alberto Catalá-Belén Juste, presidente y directora general, “especialista” en grandes obras, es la prueba. Crisol de iniciativas, núcleo de sinergias, ejemplo de colaboración público-privada culminada con los certámenes monográficos, donde los comités organizadores regían su destino. Alberto Catalá, empresario gris y sin predicamento. Belén Juste, experta en construcción en grandes superficies

Errores

Los errores se han seguido sucediendo a partir de 2015 con los gobiernos de Ximo Puig: el extrañamiento de la razón de ser de las Ferias como exponente comercial de València, Cap i Casal. La pugna interna en el Consell entre los departamentos de Economía–titular de las competencias en ferias valencianas– y Hacienda, detentadora de los avales por la deuda generada que superó los mil millones de euros. La inhibición de la Cámara de Comercio de València, cuya presidencia ocupa la vicepresidencia nata de la institución ferial. Feria y Cámara fueron lo mismo, hasta que el presidente de la Cámara dejó de serlo también de la Feria, con la caída de José Antonio Noguera de Roig, presidente de ambas hasta 1978. Esta incapacidad deriva de la debilidad institucional y financiera de la corporación cameral, a raíz del fulminante decreto Ley de José Luís Rodríguez Zapatero en 2010 que las arruinó y de la Ley de Bases de Cámaras de Comercio que fraguó Mariano Rajoy en 2014, para consolidar la entrega de estas corporaciones, mucho más centenarias, a la patronales.

Ruina

Difícilmente puede asumir la responsabilidad que le corresponde, quien no es capaz de asegurar la subsistencia de las Cámaras con los recursos que genera. La trampa de las Cámaras de Comercio, similar a la que está planteada con Feria València, consiste en que las patronales, que lo pretenden controlar todo, quieren manejarlas sin poner un euro y aprovechándose del dinero público. Estas contradicciones entre lo público y lo privado ya estaban planteadas al inicio de los gobiernos del Botànic. Tras un laborioso acuerdo aprobado y firmado entre las partes –Ayuntamiento (propietario patrimonial y moral), Consell y empresarios– bajo la batuta del director del Institut Valencià de Finances, Manuel Illueca, se paralizó su puesta en funcionamiento. El bloqueo del pacto se concitó sin explicación y de forma vejatoria para los miembros del Patronato de Feria València que no recibieron ninguna explicación sobre la suspensión. Nunca jamás se volvió a hablar de él. Algunos dimitieron. Nadie, de igual modo que en la Cámara de València, agradeció los servicios prestados ni la paciencia demostrada. La educación es cosa de cónsules y diplomáticos. El resultado de los forcejeos entre patronales, Cámaras y las distintas consellerias fue la salida del Ayuntamiento de València, propietario del negocio, solar e instalaciones. Precisamente quien no debería de haber sido forzado a abandonar un proyecto que pertenece a la ciudad de València. Sin su presencia activa no ha de funcionar nunca.

Capital mercantil

La consecuencia actual es la dificultad creciente para recuperar el papel de València como ciudad de ferias. La primera internacional de España y la única entre las españolas cofundadora de la Unión Internacional de Ferias (UFI), por encima de la de Barcelona y de la madrileña. Ifema es la culpable en primer grado del agravio de capitalidad que destruyó el equilibrio en la política ferial española, con la aquiescencia de UCD, PSOE y del Partido Popular. Intereses partidistas que se retroalimentan, para reconvertirse–por acción o desplazamiento– en el esperpento territorial en el que reina Isabel Díaz Ayuso. La presidenta de la Comunidad de Madrid condiciona el liderazgo del galleguista Alberto Núñez Feijóo. El agravio comparativo madrileño juega en contra del futuro de la institución valenciana y de los restos de su plantilla, el inexplicable parón y las contradicciones en la solución del futuro ferial valenciano que hacen inviable su reconversión. Es encomiable el esfuerzo y el empeño del equipo directivo de Feria València, con Enrique Soto y Luís Martí al frente, cuya paciencia y capacidad de readaptación, es de las pocas razones que permite a Feria València seguir levantando la persiana todos los días. Varios expedientes de regulación de empleo y la pérdida de los empleados que han logrado reubicarse, han marcado las estaciones de un calvario–público y privado– que algunos conocemos y ellos pueden explicar.

Unos por otros

De la misma forma que en los asuntos en los que las administraciones públicas no llegan a dar la nota y los intereses privados ni ponen dinero ni buena voluntad, es la sociedad valenciana la que sale perdiendo y acaba pagando el coste de una excelente oportunidad malograda. En el asunto de Feria València, las competencias feriales son de la Generalitat y los principales daños para la ciudad de València. A la hora de establecer y repartir responsabilidades se puede empezar por la gestión despótica, durante 25 años, del Ayuntamiento Barberá, que entonces presidía y era propietario pleno de la Feria. El Consistorio plenipotenciario cometió el error de dejar a Zaplana imponer sus purgas al presidente de la Feria, Antonio Baixauli, en su intento infructuoso de evitar el cese. Tres directores generales del PP, entre improductivos y nefastos, para la Feria y para València: Rafael Olcina, Belén Juste y Carlos Vargas. La incomprensible asunción de la presidencia de Feria València–ya gravemente endeudada– por el expresidente de CEV y CIERVAL, José Vicente González. Hasta que tiró la toalla. Obsesionado por la imposible privacidad de una institución pública en la que los empresarios nunca han invertido nada. La eterna divergencia entre el origen de lo público, que se nutre de los impuestos y la constatación de que todos los tributos no los aportan los empresarios que, por tanto, no son los dueños del país. Es el relato que colea de un fracaso colectivo con protagonistas y responsables.