Gaza duele. Debe dolernos y mucho si el paso del tiempo no nos ha inmunizado frente al horror, si tenemos el ápice de humanidad necesario para empatizar con aquellos que están perdiendo la vida y que están siendo acorralados en esa especie de cárcel a cielo abierto que está siendo arrasada y que es la franja de Gaza. Debe dolernos si no vivimos atrapados en el frenesí de la hiperrealidad, esa interpretación descompensada de la realidad que llega a sustituir a la realidad en la que se basó, y en este caso, que de tanto verla se desdibuja.
Israel empuja a la población gazatí a la frontera sur del país para una vez allí, ¿qué? Hacinados, sin acceso a ver cubiertas sus necesidades básicas, con escasez de agua, sin los alimentos, medicinas y equipamientos quirúrgicos necesarios, con el terror de las bombas en la retina y con la UNRWA cuestionada y sin fondos, esperar. Esperar para con todo ver como su vida se desmorona (los que aun la conservan), y como el mundo mira de reojo. Y así, constatar que no pueden salir y que están acorralados a la merced de una guerra que no tiene visos de acabar pronto, sin casa a la que volver, sin futuro, sin hospitales, escuelas, sin parques... Y esperando un ataque inminente sin puerta de salida hacia ninguna parte.
Y mientras, las imágenes de lo que pasa en Gaza siguen sucediéndose dantescas y dolorosas y es normal cerrar los ojos, pasar la página, hacer scroll más rápido, porque no queremos y no podemos mirar. Pero sigue pasando y sigue urgiendo una respuesta contundente y valiente del mundo civilizado que pare los pies al exterminio de la sociedad civil palestina que, acorralada en el sur, en la que era la parte “segura”, espera sin poder seguir huyendo. Porque no hay donde.
Por eso, hoy, es importante decir que no puede haber carta blanca al horror, venga de donde venga, que matar civiles no es la solución, que estamos mirando, aunque no esté siendo respondido con la necesaria contundencia por parte de la comunidad internacional. Una comunidad que está quedando desdibujada en una situación en la que debería alzar la voz. Asistimos al sinsentido de ver a países que levantan sus banderas como garantes de los derechos pero que con sus tímidas declaraciones legitiman esta masacre. Países que desde sus democracias parecen no escuchar a las Naciones Unidas cuando hablan de catástrofe y desastre total. Así, el que calla otorga, mientras el negocio de las armas contribuye a alargar el horror. Vergüenza.
Para aquellos que tenemos hijos, el pensar cómo sería tener que sacarlos de esa pesadilla sin poder es asfixiante. Para aquellos con humanidad Gaza duele, como duelen otros tantos conflictos eternos y olvidados… Y es por ese dolor por el que no queda otra que recordarlo, que escribirlo, que denunciarlo, para que quede constancia de que, muchos repudiamos el genocidio al que está siendo sometido el pueblo palestino, de que no olvidamos.
Y es que en un mundo donde sobran las causas a las que plantar cara, Palestina se suma doliente como una más a la lista. Por ello, mientras nos quede humanidad no debemos cejar en decir basta ya y no en mi nombre. Es lo único que nos queda para reconciliarnos con la especie humana. Porque la empatía con los que sufren es uno de los signos más preciados y básicos de humanidad. Y la misma nos debe dar la entereza suficiente para plantar cara a las injusticias y hacer gala de la suerte de haber nacido en una parte del mundo donde se nos permite hacerlo, donde se nos permite alzar la voz y decir a nuestros gobernantes que no se pueden poner de perfil.
¡Basta ya!, Stop al Genocidio al pueblo palestino. Porque no es digno seguir dando carta blanca al horror.
*Maite Puertes; Portavoz de la Campaña Pobresa Zero