Un recuerdo: Murray Bookchin (1921-2006)
Murray Bookchin, sociólogo y activista norteamericano, es conocido por su extensa colección de publicaciones, su actividad en la enseñanza y su activismo político. Durante su vida, apasionante, se mantuvo fiel a la tesis de Marx: Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo. También, su manifiesta independencia intelectual y política le llevó, por coherencia, a transitar entre diferentes partidos marxistas hasta recalar en el anarquismo. De toda su amplia obra, me gustaría detenerme en su libro menos conocido, Our Synthetic Environment , firmado con el seudónimo de Lewis Herber, publicado en 1962, y que constituyó un verdadero fracaso de ventas: sólo ochocientas copias. Este fiasco contrasta con el éxito de la obra de Rachel Carson La primavera silenciosa, editado sólo unos pocos meses después. En lo que ambos coincidían, era en su estado de ánimo, que en aquellos años no era nada bueno: Carson escribió y luego divulgó el libro atenazada por un cáncer terminal, presionada y calumniada por la todopoderosa industria química, y negada por parte del corpus científico norteamericano. Por su parte, Bookchin afrontaba desengaños en el terreno personal y en el político; la revolución obrera, por la que tanto había luchado, ya no se iba a dar, ni en los Estados Unidos, centro del capitalismo mundial, ni en la URSS, patria del proletariado.
Como destacaba Bookchin en su libro, la vida de los americanos había cambiado profundamente a lo largo de los años 60; la ciencia y la tecnología encabezaban unas transformaciones que hacían irreconocible y muy lejano el pasado reciente. El dominio de la naturaleza, mediante el concurso de la ciencia, era total. Se había creado un medio ambiente artificial que sustituía al natural, dado que era la única forma de atender a la demanda de comida y hacer viable una población humana en crecimiento y asentada en grandes ciudades. Pero estos cambios conllevaban problemas para la salud distintos a los que la población había padecido hasta entonces. Los más importantes, ahora, derivaban de la obesidad, diabetes y corazón; al tiempo que aparecían otros, relacionados con las formas de vida y trabajo, que afectaban al carácter emocional y a la conducta psicológica. Una nueva realidad social conllevaba nuevas enfermedades, que debían ser afrontadas desde una perspectiva global (económica, medioambiental y social). Para el estudio de esta problemática, Bookchin introduce el concepto de ecología social, que enriquecerá el análisis y la comprensión de la relación del hombre con el medio ambiente al añadir a los entornos natural y sintético, los sociales y culturales.
Un libro: La mente bien ajardinada
Este año, en abril, me sorprendió muy agradablemente la edición en castellano del libro de la médico y jardinera Sue Stuart-Smith La mente bien ajardinada. Excelente libro, donde se reclama la importancia en la psiquiatría de una psicoterapia basada en la estrecha interrelación de la población con las plantas y los árboles. Como destaca la escritora en su amplia relación de experimentos psicoterapéuticos, algunas de las enfermedades pueden prevenirse o se puede ayudar a su curación con el contacto con la naturaleza. La doctora Stuart-Smith reúne la competencia profesional de la medicina con la divulgación. No en balde tiene una licenciatura en Literatura Inglesa, en Cambridge. El libro informa de manera ordenada y fácil a los lectores no especializados en psiquiatría ni en jardinería. A las dotes divulgativas hay que sumar el lenguaje sensible, con el que está escrito. La autora recuerda con su libro al de Carson La primavera silenciosa, pues ambas escritoras se asemejan en su competencia y el dominio de la lengua inglesa. De todos los contenidos he elegido los que se mencionan en el capítulo 5, Traer la naturaleza a la ciudad. El capítulo se inicia con una breve excursión histórica donde se subraya la presencia de los jardines en las ciudades, desde los míticos jardines colgantes de Babilonia a los de la antiquísima ciudad sumeria de Uruk. Sigue con una referencia a John Evelyn (1620-1706), testigo de grandes acontecimientos de Londres como son la Gran Plaga de 1665 y el Gran Incendio de 1666 que destruyó la ciudad, y que registró en sus diarios; como jardinero ya propone la creación de parques y jardines que disminuyan la contaminación en capital. Si la situación sanitaria de las ciudades era muy preocupante en el siglo XVII, aún empeoró con la industrialización y la formación de las megalópolis con millones de habitantes, de las que destacarían Londres y Nueva York. Recalca la figura de Frederick Law Olmsted , norteamericano, arquitecto paisajista, en cuya numerosa obra encontraremos el Central Park de Nueva York. Para Olmsted, las ciudades provocaban “tensión nerviosa, exceso de ansiedad, febrilidad, impaciencia e irritabilidad”, y la construcción de jardines y paseos podía ser beneficiosa para la salud. Las conclusiones que nos brinda la autora son: los jardines pueden paliar los excesos de la ciudad (ruidos y olores) ; la ciudad disminuye las relaciones sociales entre familiares y amigos. Paradójicamente la soledad se extiende entre los ciudadanos y constituye en la actualidad motivo de preocupación. Finalmente, los árboles y jardines pueden mejorar considerablemente la salud de la población.
Un paseo: La Avenida Blasco Ibáñez
El pasado diecisiete de diciembre, el grupo Aire Libre de la Fundación Cañada Blanch organizó un paseo por la Avenida Blasco Ibáñez de la ciudad de Valencia. La actividad consistía en caminar por el primer tramo de la avenida, donde se conjugan arquitectura y jardín. Dirigidos y acompañados por dos de los componentes de Aire Libre: Mate Santamaría, jardinera, y Miguel del Rey, arquitecto, andamos, un buen grupo siguiendo y disfrutando de las explicaciones que nos iban dando. Primero, Miguel del Rey nos ofreció una panorámica histórica de los proyectos que se habían ideado, desde el primigenio de Casimiro Meseguer aprobado en 1888. Conociendo la evolución que ha tenido el paseo, desde la proyectada construcción de viviendas singulares y casas para las clases populares, a la posterior edificación de la Ciudad Universitaria. Y estableciendo una interesante conjunción entre los planificadores y el entorno histórico y social. Conforme deambulábamos por el paseo desarrollaba la idea de la unión entre edificios y jardín, y como este importante enlace se había consumado con mayor o menor grado de armonía, aportando equilibrio y sosiego a los viandantes. La parte del jardín con sus arboles correspondió a Mate Santamaría, que nos iba presentando los árboles, destacando aquello mas importante de su vida ¿cuáles eran? ¿de dónde venían? ¿cuando se plantaron? O los cuidados que habían recibido, a veces poco afortunados (podas, abandonos). Cómo sus jardineros los agruparon o destacaron alguno en soledad. Y convenía resaltar, al inicio de la avenida, una escultura de Atenea, que nos recuerda el símbolo de la sabiduría que la diosa comparte con la Universidad. Curiosamente, un ciprés oculta, en un lado de la estatua, el escudo con la cabeza de la medusa, que ahora vigila y protege con su aterradora mirada el jardín. Con este viaje, Aire Libre nos ha regalado estas Navidades la llave para penetrar en un paseo, ahora excesivamente transitado y ocupado por coches, donde existe un jardín, aún vivo, que nos da tranquilidad, belleza y salud. De nuestro interés y cuidados depende su existencia.