“Con Netanyahu no hay ninguna posibilidad de que se instaure la paz en los territorios palestinos”. Esto escribí en las notas de mi viaje a los territorios ocupados de Cisjordania en abril del año 2010.
Alguien me pidió ayer que lo contara y he vuelto a abrir la caja con los recuerdos de aquel viaje. Como le dije a esa persona, reconozco que me cuesta escribir lo que pienso porque los sentimientos son muy “contundentes”, hay experiencias que no se pueden verbalizar, porque si lo haces, ninguna de tus palabras es bastante para comunicar esas arrugas en el corazón que te dejan lo relatos de un pueblo, sus gentes y sus dirigentes cuando llevan años vagando por el desierto, sin tierra y sin aliados, como nómadas repudiados del paraíso. No puedo escribir los relatos de las viudas, de las madres cuyos hijos cayeron víctimas de las bombas mientras jugaban en el patio de su casa, de familias que viven a cincuenta metros y un día se levantaron con una valla de cinco de altura que las separa y les obliga a buscar un paso para poder ver a una hermana que va a dar a luz. La oyen gemir, pero deben recorrer cuarenta km hasta el checkpoint, soportar burlas, esperas arbitrarias y abusos de poder. He sido testigo. Hablo con mi voz de lo que vieron mis ojos.
He sufrido en los Check Point, que militares adolescentes te apunten con una ametralladora, te cacheen con sorna, se rían de mi o me roben la cámara fotográfica por ir acompañada de un grupo de palestinos y no puedo justificar la laxitud moral con la que toleramos campos de refugiados como el campo de Dheisheh donde viven familias enteras en una sola habitación de 10 m² desde el año 1949, donde las paredes de las calles son pinturas con los rostros de jóvenes, adolescentes y niños asesinados por el ejército israelí en alguna de sus incursiones exterminadoras. Miles de ellos viven, rezan, van a la escuela, crecen y ya son bisabuelos sin conocer otras calles que las del gueto. Allí están, sin esperanza, mientras la comunidad internacional tiene miles de problemas urgentes que resolver y el pueblo palestino nunca es uno de ellos.
En Gaza, la situación es todavía peor. Fui testigo de la apuesta por la paz de Al Fatha y Hamas, que fue suscrita por toda la población palestina pero nunca fructificó. La paz nunca será posible mientras exista Netanyahu. Las hienas sólo engordan si la violencia deja los suficientes cadàveres.
Mientras, el resto del mundo “civilizado”, ése que presume de ser propietario de la bula moral que da la democracia, cabecea y le riñe a Netanyahu como se riñe un niño travieso que da patadas a un cojo.
Teméis a Israel y eso os ha embaucado en dos falacias: que el terrorismo es unilateral y que contra los terroristas, todo vale. Y habéis comprado esa mierda cuando nunca hubieseis justificado que, para acabar con ETA, el estado español hubiera pulverizado el país Vasco, asesinado a miles de bilbaínos con la excusa de que esconden gudaris o que arrasaran San Sebastián o Pamplona hasta convertirlas en ruinas distópicas.
Prefiero el relato de David y Goliat que me cuenta la Biblia. Para cuentos, este es mucho más certero en contar lo que pasa en Gaza, aquella antigua tierra de los filisteos donde un joven pastor con una honda se enfrentó a un gigante.
Al pueblo judío, que fue víctima de la mayor crueldad imaginable en el siglo XX, Netanyahu lo está convirtiendo en verdugo. Volví a Israel en 2016, esta vez a la parte sionista. Un antiguo militar se empeñó en llevarme a los Altos del Golán y mostrarme la machada de los judíos contra los árabes. Jamás he visto tanto odio de un ser humano hacia otro. Ser nazi debió ser algo parecido. En una de las reuniones que mantuvimos con Al Fatah nos suplicaron que las democracias europeas y EEUU tutelaran un proceso similar al proceso de paz de Sudáfrica para reconciliar negros y blancos y acabar con el apartheid. El odio germina en un segundo y da fruto sin tregua. Por eso, Palestina necesita cirugía política, un plan potente de reconciliación. Pero con Netanyahu, que se olviden. Es imposible. La historia lo juzgará como uno de los mayores criminales de la humanidad.
Esa superioridad moral de la que alardeamos tanto los países democráticos está empezando a ser una burda estafa, una hipócrita pose que fingimos mientras nos apartamos para que no nos roce la pedrada. Hay que reconocer al estado palestino y hacerlo con todas las consecuencias. Hay que pararle los pies al carnicero de Netanyahu. Hay que poner en marcha un inmediato plan de paz y reconciliación en los territorios ocupados de Cisjordania y Gaza.
Que no tengo ni idea de geopolítica ya lo sé, parece que os oigo reíros de mi. Es verdad, yo sólo pasaba por allí. Pero vuestra “sabiduría”, desde el año 1948, tampoco ha servido de mucho. Siguen las masacres, humillaciones y lágrimas de un pueblo al que se le ha robado su historia, su dignidad y su tierra. Y encima, le pedís que no se rebele, que no se queje, que perdone y no ejerza la venganza, pedís que entierre a sus muertos sin hacer ruido, que se quede quietecito y se arrincone todavía un poquito más, que se apriete, (Gaza tiene una de las densidades más altas del mundo, rozan los 7000 habitantes por kilómetro cuadrado), que otra tribu necesita más tierra.
Porque eso del “ojo por ojo y diente por diente” del viejo Libro sólo se ha escrito para uso israelita. Para los palestinos, visto lo visto, se escribió lo de “poner la otra mejilla”.