Tormenta de verano. A primeros del mes de julio, el ministro de Consumo Alberto Garzón, colgó un vídeo en el que comentaba algunas cuestiones referentes al consumo de carne y sus consecuencias. Su título “Menos carne y más vida” parecía taxativo, aunque luego su contenido y su tono eran conciliadores. No se trataba de ninguna novedad, el texto reunía afirmaciones y razonamientos sustentados en informes conocidos, que gozan de sobrada autoridad científica. Al día siguiente , eldiario, publicó un artículo donde el ministro volvía a repetir los mismos argumentos. Como ministro de Consumo a nadie debía extrañar que nos aconsejara comer menos carne, y como miembro de un gobierno, preocupado por el cambio climático y la transición ecológica (una vicepresidencia) , tampoco debía sorprendernos que relacionara la ganadería industrial con el cambio climático. Yo eché de menos que, como economista, no añadiera el enfoque económico y nos hablara de la importancia mundial de las grandes empresas cárnicas, sus oligopolios, los contactos financieros con los bancos, los desmanes y despilfarros en tierras y aguas en América, y para finalizar las grandes externalidades negativas que genera la ganadería industrial. La contestación que recibió fue muy displicente. Su compañero de gabinete, el ministro de Agricultura, despachó el tema con argumentos de oportunidad, y tenía razón, ¿a quien se le ocurre a primeros de julio y en plenas vacaciones, con el personal cocinando barbacoas, hacer un alegato contra el excesivo consumo de carne? A la vez, el presidente del Gobierno, puntualizó, con un comentario gastronómico sobre el punto a que debe ser cocinado un chuletón. Fantástico. Por su parte, la patronal ganadera envió un comunicado, donde empezaba mostrando su estupor frente al comentario del ministro Garzón; claro que si uno continuaba leyendo acababa también estupefacto por los argumentos de la patronal, que reñía a Garzón y rebatía sus declaraciones. Me temo que las grandes empresas ganaderas van a necesitar algo más para defender su actividad. Para finalizar hubo algunas noticias de prensa para apoyar al ministro y otras para desacreditarlo. Lo habitual. Y entonces la polémica terminó y todos nos fuimos con la barbacoa a otra parte.
Cuando expulsamos la realidad por la puerta esta vuelve entrando por la ventana. En septiembre, cuando el incidente de la carne se había olvidado, apareció el informe Atlas of Meat, publicado al amparo de la Sociedad Henrich Böll y de los Friends of Heart, entidades ambas de reconocido prestigio internacional. En el informe se trata de resaltar la complejidad del asunto ganadero, que reposa sobre tres apartados temáticos estrechamente interrelacionados: económico, social y medioambiental. El material expuesto se divide en breves capítulos, cuya comprensión se apoya en unos excelentes gráficos, que ayudan mucho a desarrollar con pedagogía cada tema. Algunas cuestiones son de sobra conocidas: el consumo excesivo de carne y productos elaborados, conlleva la obesidad y problemas para la salud como el cáncer. La salud de los animales destinados al consumo humano tampoco es muy boyante y trata de mejorarse con antibióticos. No pueden vivir en condiciones saludables, pero los mantenemos con vida, no vayan a morirse y estropearnos el negocio. En la actualidad las penosas condiciones de los trabajadores en los mataderos europeos están recibiendo la atención de periodistas, que comprueban como una parte de la mano de obra procede de países extranjeros, algunos sin papeles, con contratos precarios, con problemas a la hora de entender lo que se habla, o cómo se les instruye en las operaciones a realizar en el trabajo, lo cual comporta un riesgo en su ejecución, agravado por el ritmo en la cadena y las horas de trabajo. Hay muchos y muy interesantes temas, pero se haría prolijo su desarrollo, así que ahora me centraré en el consumo y su futuro.
¿El futuro les pertenece? Nuestro Atlas of Meat presenta una encuesta realizada en octubre del 2020 entre la gente joven (15-25 años) de Alemania, en la que se les pregunta sobre sus hábitos alimentarios, en concreto el consumo de carne. Del total de la muestra de encuestados, el 10,4% se declaran vegetarianos, el 2,3% veganos, o sea que el 13% no consume nada de carne. El capítulo de flexitarianos contabilizaría un 25%. Pero ¿qué es un flexitariano? (palabra adaptada del inglés) En su definición más estricta es un vegetariano que ocasionalmente come carne. Como observarán, las palabras flexibilidad y ocasionalmente dan mucho juego. Pero eso en mi opinión abre un campo de discusión provechoso, y aumenta el número de personas interesadas en la resolución del problema cárnico. Si sumamos vegetarianos, veganos y flexitarianos tenemos un total de casi el 40% de los jóvenes que limitan, en mayor o menor grado, el consumo de carne, con una tendencia en el resto de la población a consumirla cada vez menos, y con una voluntad, resumida en el lema: “menos pero mejor carne”. Para mí un flexitariano, grupo que presumo irá creciendo, y llevándolo al terreno valenciano, sería alguien que el fin de semana cocinaría, se comería, y disfrutaría de una paella de pollo y conejo, acompañados de legumbres (tavella y garrofó). Pero el resto de la semana comería sobre todo como un vegetariano clásico.
Se nos amontona la faena. Mientras escribo todo esto leo dos artículos del mismo 13 de octubre. En eldiario “El Gobierno de Murcia ignoró varios avisos de que las macrogranjas de cerdos contaminaban el Mar Menor ” y en The Guardian, “Toilet of Europe’ : Spain’s pig farms blamed for mass fish die-offs”. Uno de ellos, el español, con unas fotos de la contaminación muy inquietantes y reveladoras. Los dos se basan en el informe “Análisis de soluciones para el objetivo del vertido cero al Mar Menor proveniente del campo de Cartagena. Apendice 1. Diagnóstico”, realizado por el Ministerio para la Transición Ecológica y publicado en marzo del 2019. En los artículos se detallan las responsabilidades que en el terreno de la contaminación de la laguna tienen las empresas ganaderas porcinas, que resumidas serían las siguientes: a) las granjas porcinas tiene un papel importante en la contaminación del Mar Menor b) el almacenamiento de purines no funciona c) existe una gran e insostenible concentración de la industria ganadera d) la producción de productos porcinos ha crecido desmesuradamente como consecuencia de las demandas chinas por la peste porcina en dicho país. Ahora, las preguntas ¿Un beneficio a corto plazo en la exportación de porcino justifica la destrucción de tantos recursos naturales? Ni aún siendo muy optimista, o muy ingenuo, el plazo para conseguir un objetivo cero de vertido será largo y la recuperación del patrimonio natural puede que se eternice. Pero no se desanimen. Y ahora la pregunta final ¿Cuál es el precio y quién paga el desaguisado de esta hecatombe ambiental? Una investigadora ha resumido el problema: la región de Murcia no puede llegar a ser los aseos de Europa, y con ella ha brindado un excelente titular al The Guardian
Hay otras zonas en la España vaciada que son objetivos para la implantación de las grandes empresas ganaderas en tierras con pocos vecinos y de edad, con escasos recursos económicos que conforman ayuntamientos que tienen limitadas defensas jurídicas, y que son objeto de deseo ganadero industrial. Al parecer, el problema de ese vaciamiento territorial se soluciona llenándolo de gallinas y cerdos, mientras que el vecindario ve que su patrimonio cultural y social, base para una modesta recuperación, se va al garete. Para los activistas ecológicos y sociales hay un buen trabajo en la plataforma de vecinos de las provincias de Cuenca y Albacete que se oponen a la instalación de una explotación avícola de gallinas, con una capacidad de un 1.020.000 gallinas y 360.000 pollitas de recría en el paraje de Hoya Cabrera del municipio de San Clemente y muy cerca de la pedanía de Ventas de Alcolea en el municipio de Villarrobledo. Si pueden, hagan algo y ayuden a los vecinos.