Al menos este fin de año nos trae una muy buena noticia: la LOMCE, conocida como la ley Wert de Educación, se fue ayer al baúl de las ignominias pedagógicas. Por fin, tras aprobarla el Congreso, y el Senado ayer, tenemos una nueva Ley Orgánica de Mejora de la Ley Orgánica de Educación, conocida como la LOMLOE o Ley Celaá, del actual gobierno del PSOE-UP. A quien le interese saber puntualmente en qué consiste la nueva ley puede leer los artículos que publiqué en esta sección el 19 de mayo y el 23 de junio, respectivamente, de 2020 bajo los títulos “A propósito de la nueva ley de educación” y “Un dels debats més necessaris per a l’aprovació de la nova llei d’Educació (Lomloe)”. Mantener la LOMCE era malo porque era una pésima ley y un atentado contra la educación pública. Vale ahora también la pena hacer un repaso de las características e implicaciones que ha tenido la ley Wert para comprender la filosofía y política educativa de la derechona neoliberal, y que nos sirva de vacuna para que engrudos antieducativos –en fondo y forma- de tales dimensiones no se repitan.
En primer lugar, recordemos que la ley Wert nació ya fracasada. Era y es la única ley que no apoyó ningún partido ni nadie de la comunidad educativa (asociaciones de padres, de directores, de inspectores, sindicatos del profesorado y del alumnado…). A la historia ha pasado cómo todo el alumnado con mejores notas del Estado, en la entrega de premios por sus méritos, dejaban plantado al ministro Wert sin mirarle y rechazando darle la mano. Wert había hecho el trabajo sucio a Rajoy de destrozar la enseñanza pública, y declaraba la impostura de que “recortando presupuestos se va a mejorar la enseñanza”; o con cinismo que “con 32 alumnos por aula en vez de 28 se favorece la sociabilidad”. Entró de ministro en 2011, y tras abandonar el ministerio en 2015 fue nombrado embajador ante la OCDE, con chofer y un piso en el centro de París de once mil euros al mes. Soberbio y sin complejos publicó a finales de 2019 su libro La educación en España. Asignatura pendiente, donde, como un pavo real, se vanagloria de lo mucho que mejoró la educación bajo su mandato (lo más asombroso es que da consejos para no perder “el tren del verdadero progreso”. Y dice él –¡precisamente él!- que “la tarea de esta hora tiene que impulsar desde abajo, desde la sociedad civil, la energía necesaria para que la educación dé el paso adelante que precisa para no quedarse atrás”. Desvergonzado, es él quien también propone “fijar una política educativa sólida, ajena a los vaivenes y rifirrafes partidarios”.
Sin prejuicios, la LOMCE recortó diez mil millones de euros en educación desde 2008, reduciendo la inversión pública educativa al 3,8% cuando la media de la UE era del 6,2%. Recortes, despidos, precarización de condiciones laborales del profesorado, aumento de horas docentes y más estudiantes por aula, merma retributiva, más tasas hasta en comedores o en el transporte escolar, menos becas. Pero Wert se jactaba de que estaba haciendo “más con menos”. También establecía la competitividad entre centros con rankings que se publicitaran como si de una liga deportiva se tratara. El consejo escolar quedó relegado a funciones meramente consultivas. El director ordena y manda. Eliminación del funcionamiento democrático y participativo. La programación de la educación obligatoria tendrá en cuenta la oferta de centros privados concertados existente, además de garantizar plazas que puedan ser concertadas por la demanda social (es decir, lo público cubrirá las necesidades allá donde no es rentable para la iniciativa privada; lo público ha de retirarse si le interesa a la iniciativa privada). Y más: Gerencia y administración “eficiente”: organización jerárquica y gerencialismo: una dirección nombrada por la administración gobernante, afín a la misma, que además podría escoger a sus profesores, con las derivas de enchufismos, ‘peloterismo’, chivatos y negación del claustro democrático. Implantación de evaluaciones estandarizadas y reválidas en casi todos los niveles. Externalización de la mayoría de los servicios educativos. La ley Wert, igualmente, ligaba la autonomía escolar a especialización competitiva de los centros y a los resultados académicos en función de los cuales llegarían recursos diferenciados (es decir, se aplicaban incentivos a los centros no ya en función de las necesidades de su alumnado, sino de acuerdo con el puesto en el ranking (reproducción del clasismo y ventajismo para los ricos; ley del mercado: se tendrán que reforzar los productos más demandados). La deriva de esta ley socavaba los principios de la institución escolar propuestos en el siglo XIX, y convertía el sistema educativo en un servicio de gestión e intereses parejo y dependiente de los del mundo empresarial.
La LOMCE de Wert fue la culminación de las políticas neoliberales del PP. Los neoliberales tienen el problema de que en el fondo no creen en los derechos humanos, y ven con orgullo el darwinismo social. Norberto Bobbio señaló en El fin de la democracia que “la democracia fue llevada a sus extremas consecuencias por la democracia de masas, o mejor dicho por los partidos de masas, cuyo producto es el estado benefactor”. El neoliberalismo considera que esa amplificación de las tareas del Estado atenta contra la libertad individual, y que la democracia se ha vuelto parricida (no olvidemos que los maestros del neoliberalismo, Hayek y Friedman, asesoraron y elogiaron al gobierno de Pinochet, afirmando que preferían “una dictadura neoliberal a una democracia socialdemócrata y a los nuevos derechos sociales y económicos interesados por la igualdad”. Consideraban que el concepto justicia social era contradictorio y alteraba el buen funcionamiento de las cosas. “Laissez faire, laissez passer”: nulo intervencionismo, desregulación económica total y que el mundo vaya a su aire porque la “mano invisible” del comercio es la única buena solución. La libertad para ellos es individual, heredada, egoísta, ‘apolítica’ ‘natural’ y ‘abstracta’, puro idealismo del y para el pudiente. Muy al contrario, Karl Marx postuló la superación de esta situación concreta del hombre real de la sociedad capitalista en situación de alienación-explotación, y desveló la falacia de la libertad liberal: porque la libertad está en estrecha conexión tanto con el carácter natural del ser humano cuanto con su carácter histórico y cultural: los individuos de la ‘sociedad de productores asociados’ dejan de ser gobernados casualmente desde la necesidad externa y son ellos quienes, con la educación, se alzan sobre aquella. Aun persistiendo el ‘reino de la necesidad’ y la producción, la necesidad es subordinada a la libertad. Queda entonces abierta la posibilidad del individuo auténticamente libre.
Planteada como hemos visto la cuestión de la libertad para el neoliberalismo, el Estado no debe ser ni proveedor, ni garantizador ni promotor del derecho universal y gratuito a la educación. Por otro lado, el neoliberalismo, basado en la ideología del libre mercado, es para la política pedagógica una sutil y penetrante lluvia fina pletórica de adoctrinamiento presentado con bellas palabras, y eufemismos, que se vacían de contenido y pierden su significado originario para acabar convirtiéndose en postverdades y puras mentiras. Este adoctrinamiento que pretendía la LOMCE convertía la educación en una mercancía hueca de contenidos humanistas y estaba apoyada por un gran marketing de entidades bancarias, empresas y fundaciones. La pócima neoliberal para el progreso es competir y no cooperar. La máxima es clara: “espabílate, búscate la vida y no te duermas porque nadie te ayudará”. Cada uno debe luchar solo olvidándose de la solidaridad colectiva. La emprendeduría, el hacerse uno a sí mismo, el consumismo compulsivo, el esfuerzo y la excelencia como motor de la vida para triunfar y ser rico, deviene en una ilusión engañosa ante un capitalismo salvaje, dividido en clases sociales y con un paro estructural cada vez mayor y un mercado de trabajo temporal en rotación y precarizado. Ante ello la receta es cruel: convertirse uno, como mínimo, en empresario de sí mismo y, como explicó el filósofo Byung-ChuI Han “ahora uno se explota a sí mismo y cree que se está realizando”. Karl Marx explicó cómo era la alienación del burgués y la del proletario: en una vuelta de tuerca más la educación neoliberal subsume ambas.
Hay que decir que las líneas principales de la política educativa neoliberal están directamente conectadas a esa visión del mundo deshumanizado, y forman parte del proyecto global que pretende modelar la sociedad del futuro. No han sido pedagogos o psicólogos los que fraguaron sus presupuestos, sino tecnócratas y economistas conservadores. Fue el economista neoliberal Hayek quien en su libro clásico Camino de servidumbre marcó las primeras directrices: “No demorará mucho tiempo para que las personas se convenzan de que la solución está en despojar a la autoridad de sus poderes en el ámbito de la educación”. No subyacía solo un economicismo sino una filosofía educativa elitista muy acendrada. La izquierda europea no fue a tiempo plenamente consciente de que el cambio de modelo educativo era una consecuencia y un complemento del ataque neoliberal al Estado de Bienestar. La LOMCE pretendía convertir el sistema escolar en un mercado (hasta intentó poner como asignatura “economía financiera”, mientras reducían o eliminaban materias de humanidades). Wert apostó, preconizó y generó una fuerte reducción del sector público, con medidas para segregar al alumnado y centrar las miradas solo en un tipo de contenidos curriculares, incrementando los procesos de estratificación y exclusión social de los grupos sociales más desfavorecidos. Las hasta entonces finalidades de la escolarización fueron trasladadas a una apropiación del sistema educativo hasta colocarlo al servicio de los intereses del mundo empresarial. Muchas han sido las características y prácticas que imponía la LOMCE con un vocabulario mercantilista, y gestionando los fines y métodos de colegios e institutos como si fuesen empresas.
Para colmo, a pesar de que el ministro Wert justificó su ley porque era necesario “mejorar la calidad”, España ha empeorado o mantenido sus resultados en los dos grandes exámenes internacionales (TIMSS y PISA) realizados bajo el paraguas de la LOMCE. Quedó por debajo de la media de la OCDE y de la UE. Dijimos arriba que la LOMCE empezó ya siendo una ley fracasada y sin ningún apoyo planteada por un inepto, Wert, que entró en el gobierno como un elefante en una cacharrería. El fin de la peor y elitista ley de educación de la democracia confirma más el fracaso con una incontestable estocada, pues Wert basaba la necesidad de su ley en estas pruebas, y le ha salido el tiro por la culata. Bienvenida sea la nueva ley de educación.
- Carles Marco es pedagogo y psicólogo