Al tiempo que escribo esta colaboración mensual, se está celebrando en València la Cumbre Internacional de la Semana de Cuatro Días. El evento, en buena medida producto de la tenacidad de Enric Nomdedéu, reunirá a personas expertas, políticas y agentes sociales de todo el mundo para compartir experiencias y puntos de vista sobre la propuesta de reducir la jornada laboral a 4 días o 32 horas por semana, sin disminución salarial como contrapartida. Entre los participantes del encuentro, que será clausurado en su primera sesión por Yolanda Díaz, estará Unai Sordo, secretario general de CCOO, cuya presencia –por motivos obvios- no me resisto a subrayar.
¿Es posible producir más y mejor acortando la jornada laboral? ¿podría redundar en beneficio del funcionamiento de la economía? ¿y en el de la salud de las personas, de la sostenibilidad medioambiental o de la reducción de las brechas de género? Son algunas de las preguntas que lleva implícito este debate. Una cuestión, la de la reducción de la jornada y el reparto del trabajo, que no es novedosa, aunque, al menos en este país, ha quedado un tanto relegada al ostracismo desde la crisis económica de 2008 y la consecuente deriva de condiciones laborales que ocasionó. Ahora, tras un cambio de políticas, que está por ver si tienen continuidad, algunas voces alientan la necesidad de reabrir una reflexión serena de las bondades y, porqué no decirlo, también de las dificultades, para que la reducción de la jornada sea un objetivo tangible en un horizonte no muy lejano.
En ese sentido es una satisfacción encontrarse con iniciativas públicas como la puesta en marcha del Programa 4/2025, impulsado por la Secretaría Autonómica de Empleo, para incentivar la jornada de 32 horas en el tejido empresarial valenciano. Este programa experimental, muy ambicioso en sus planteamientos y muy modesto en términos presupuestarios, propone ayudas directas a las empresas para cubrir el coste salarial durante el primer año, reduciendo esa subvención al 50% el segundo año y al 25% el tercero, a cambio del mantenimiento de todos los puestos de trabajo y sin reducción salarial, además de ofrecer ayudas a la creación de nuevos empleos.
El programa pretende, desde lo público, seguir el camino de algunas iniciativas empresariales que han acometido reestructuraciones en la línea de trabajar menos horas para trabajar mejor, muy especialmente en sectores intensivos en uso tecnológico. También, de paso, pone a nuestro Servicio Público de Empleo a la vanguardia a la hora de replicar proyectos implementados en países de nuestro entorno que han obtenido importantes resultados, que apuntan a la consecución de un aumento considerable de la productividad consecuencia de una mayor motivación de las personas trabajadoras, y paralelamente, una mejora de las condiciones de seguridad y salud laboral.
Un cambio de paradigma tan ambicioso sobre el que se viene a reflexionar en València estos días requiere del liderazgo de este debate desde el ámbito público. En ese sentido, el programa pretende incentivar y minimizar el riesgo de las empresas que, en complicidad y diálogo con la Representación Legal de los Trabajadores, decidan acometer cambios estructurales hacia la reducción de jornada. Una cuestión nada fácil, imposible a veces, en un mundo empresarial donde predominan las pequeñas y medianas empresas y los sectores productivos intensivos en mano de obra.
La historia nos ha enseñado muchas veces que las iniciativas más pequeñas pueden avivar la consecución de grandes logros, por lo que saludamos con entusiasmo que el Gobierno valenciano sitúe en el debate público este asunto, más ahora que nos referimos incesantemente a la necesidad de transformar nuestro modelo productivo. La reducción de la jornada de trabajo bien pudiera contribuir a favorecer la igualdad de oportunidades, porque liberar tiempo favorece la conciliación familiar y, por ende, facilita la corresponsabilidad en los cuidados. También puede ayudar a racionalizar las emisiones vinculadas a la movilidad y disminuir el uso energético para mitigar el cambio climático. Puede estimular la creación de nuevos puestos de trabajo, reduciendo con ello el desempleo. Puede revitalizar la actividad de los sectores económicos relacionados con el ocio y el tiempo libre, contribuyendo considerablemente al estímulo del consumo y su efecto en la economía. Pero, por encima de todo, puede servir para vivir mejor. Porque miren, también es una cuestión de hedonismo, la clase trabajadora en pleno siglo XXI se ha ganado a pulso aspirar a quitarle horas libres al tiempo, simplemente para tumbarse a ver cómo la vida no nos pasa de largo.