Ruido en las cámaras

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Es muy recurrida la frase de “yo ya lo advertí” pero es cierto que llevamos mucho, quizá demasiado tiempo previniendo del tono y contenido de algunas alocuciones públicas.

No hay más que echar un vistazo a las actualizaciones de la RAE sobre aceptaciones de vocablos para constatar las diferencias en el lenguaje que la sociedad en algún momento ha inventado y todos hemos asumido como válidas a fuerza de escucharlas y utilizarlas. Ese reajuste no se da exclusivamente en los contenidos del habla, también lo encontramos en los tonos y sobre todo en la normalización de conductas que antaño nos parecían lógicas y hoy definimos como “viejunas” y, al contrario.

Y esto a qué viene. Viene a la correlación que existe entre los comportamientos de personas a las que consideramos referentes y las actuaciones generalizadas de los individuos.

Decía al principio que ya llevamos mucho tiempo avisando de los devaneos en los discursos públicos y su repercusión en el día a día. La crispación y salidas de tono en el siempre aconsejable debate político deriva indefectiblemente en la necesidad de los sujetos por imitar a sus líderes. Lejos quedan estos días las críticas constructivas o la discrepancia sosegada sobre temas claves o incluso banales.

Y toda la responsabilidad no debe caer en los hombros de los responsables políticos pues tanto error conlleva la utilización de la asperidad como su transmisión y su aceptación. En más de un artículo he indicado como pasan desapercibidas las alocuciones productivas - que las hay – y sin embargo basta con emitir un par de improperios para ser protagonista de varias noticias, objeto de discusión en tertulias y de disputa en las ya casi defenestradas redes sociales.

Si propusiera modificar leyes y normas para adecuar las actuaciones de los responsables políticos al decoro y el lenguaje amable que la vida merece, me llamarían al orden e incluso me tacharían de censora, pero vista la repercusión de la demagogia instalada en las cámaras parlamentarias nacionales, autonómicas e incluso municipales, quizá sería aconsejable abordar ese charco para no acabar enfangados hasta el cuello.

Sepan que todo los que hacemos y decimos, en su contenido y en su tono va directo a las actitudes y el lenguaje de la ciudadanía y no estoy dispuesta a que acabemos asumiendo como válidos ciertos comportamientos a fuerza de ser testigos de prácticas nada aconsejables.