El segundo 23F más importante de la historia

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Con la perspectiva histórica que dan los tres días transcurridos, apenas me quedan dudas de que la conmemoración, por todo lo alto, del 40 aniversario del golpe de Estado del    23-F iba con segundas y tuvo algo de operación “Salvar al soldado emérito”. Hubo una clara intencionalidad de poner en valor el papel “determinante” del entonces Rey Juan Carlos I para sofocar aquella rebelión armada, bananera pero armada, contra la joven democracia española, y contraponerlo a la espiral de desprestigio uniformemente acelerado iniciada por el monarca ya antes de su abdicación. De paso puede que los promotores buscasen también que esta reivindicación de la parte menos ensuciada de la biografía del padre tuviese beneficiosos efectos colaterales en el reinado de su hijo Felipe VI, cuestionado por importantes sectores de la sociedad.

Vale, la coyuntura es la coyuntura, y 40 años es una cifra mucho más redonda que 38, pero no me parece nada bien que llegada esa fecha solo nos quede en la memoria el sabor a tanques por las calles, diputados por los suelos, bigotudos con tricornio gritando ¡Se sienten, coño!, y la salvadora intervención “after hours” del monarca poniendo orden. Me parece injusto que no haya habido ninguna referencia mediática ni institucional, al menos que servidor haya encontrado rastreando la red durante 72 horas, al segundo        23-F más importante de la historia de España: el de 1983, cuando el consejo de ministros del primer gobierno socialista aprobó la expropiación forzosa del grupo RUMASA.

Durante muchos años, cuando leía los periódicos de derechas, que en ese tiempo eran todos, y veía tantos anuncios con el dibujito (logotipo) de la abeja laboriosa, que era el emblema de la empresa de José María Ruiz Mateos, mi padre solía decir que si algún día quebraba RUMASA España se iba a ir a la mierda. No hizo falta que quebrase. Los jóvenes socialistas, que no llevaban ni tres meses en el Gobierno de España, después de haber arrasado en las elecciones, la expropiaron el 23 de febrero de 1983 “por razones de utilidad pública e interés social”.

No hubo uniformes ni pistolas, pero aquello fue una bomba. La decisión afectaba a un holding con aproximadamente 700 empresas, más de 60.000 trabajadores y una facturación anual de 350.000 millones de pesetas. La puñetera abeja estaba por todas partes. Controlaba 18 bancos, un montón de bodegas riojanas y andaluzas, decenas de hoteles repartidos por toda España, todos ellos con nombres de animales (Los Galgos, Las Garzas, Las Ocas, Los Patos...), Mantequerías Leonesas, Loewe, Galerías Preciados... Aunque no le dediquen ni la centésima parte de tiempo y esfuerzos que a poner en solfa la operación “Salvar al soldado emérito”, esa intervención merece ser recordada.

España no se fue a la mierda, como aseguraba mi padre, tampoco con el chapucero golpe del Estado del otro 23-F. El que se largó lo más pronto que pudo fue José María Ruiz Mateos, primero a Londres, luego a Fráncfort, donde le detuvieron y encarcelaron. El hombre más rico ejerció de buen preso sin saber alemán. Más tarde fue extraditado y tiempo después protagonizó un intento de agresión física al ministro Miguel Boyer al grito de ¡que te pego, leche, que te pego!, que se hizo famoso en toda España (ahora se diría viral) y fue valioso material fungible para chistes y humoristas. Boyer le debe a Ruiz Mateos la parte de su notoriedad pública y mediática que no le llegó después, al contraer matrimonio con Isabel Preysler, a la que más tarde convertiría en viuda. Otro sociata de primera generación que acabó abrazando a la jet.

En el decreto de expropiación capitaneado por el ministro de Economía se argumentaba como razones para la expropiación, recurrida y perdida por Alianza Popular ante los tribunales, obstrucción a la labor del Banco de España, falta de auditorías, excesivos riesgos asumidos, cientos de millones de pesetas de deuda a la Seguridad social y varios miles de millones a Hacienda, además de la apremiante necesidad de salvar los puestos de trabajo. Boyer señaló años después que se quiso evitar la quiebra del grupo, pero que no había nada personal contra el empresario jerezano y militante del Opus Dei. 

No fue una nacionalización. Bien al contrario, a los pocos meses se inició un proceso de reprivatización en el que algunos listos se quedaron con las mejores empresas del holding. Pongamos por caso el empresario venezolano Gustavo Cisneros, que compró Galerías Preciados por poco más de mil millones de pesetas y la revendió diez años después a un grupo británico por aproximadamente 30.000 millones, adelantándose a la cultura del pelotazo que después tuvo su profeta en el ministro Solchaga. También un tal Marcos Eguizábal se quedó con las mejores bodegas de RUMASA, como las riojanas Paternina o Bodegas Franco Españolas, por muy poco dinero. En otras empresas, bastantes, hubo que poner pasta del erario, y no poca.

Las razones de Estado son las razones de Estado y es normal que se agarren a cualquier clavo, aunque siga ardiendo, para atajar el desprestigio que el rey emérito ha traído a una monarquía que se esfuerza por mantenerse. Otra bien distintas es que caiga en el olvido el segundo 23-F más famoso e importante de la historia de España.