La Tierra es redonda. Algunos excéntricos discuten esto, aun a costa del ridículo. Por otro lado, aunque el tamaño de la tierra no permite afirmaciones tan arriesgadas, una parte muy numerosa de la población se comporta como si los recursos del planeta, y entre ellos las energías fósiles, fueran ilimitados. Es evidente que los empresarios del negocio petrolero disponen de datos precisos sobre las existencias reales de crudo en el subsuelo, pero mientras llega la fecha de cierre se enriquecen, contaminan y aceleran el cambio climático.
En 1961, Yuri Gagarin, en el primer viaje espacial de circunvalación de la tierra, confirmó su forma y tamaño desde una astronave. Sólo cinco años mas tarde, en 1966, el economista Kenneth Boulding, en su artículo The Economics of the Coming Spaceship Earth, cambió el punto de vista del astronauta ruso y, en una metáfora insuperable, definió la tierra como una nave espacial, subrayando que el planeta tiene un espacio limitado, con unos recursos y una capacidad de absorber residuos finitos. Tendrían que pasar decenas de años para que, con el cambio climático, volviéramos a tener en cuenta seriamente las dimensiones de nuestro habitat y, por lo tanto, el escaso volumen de residuos que puede admitir.
La Unión Europea tiene un plan. Nuestra institución continental cuenta con una gran experiencia burocrática y muchos recursos. Multitud de funcionarios escriben documentos, los discuten y publican. Ni el Covid ha podido detener esta actividad. Veamos algunos de los que han producido últimamente: El Pacto Verde Europeo (11.12.2019) “define una nueva estrategia de crecimiento sostenible e integrador”, para “convertir Europa en el primer continente climático neutro de aquí a 2050”. No está mal pero resulta poco claro. ¿Qué es un continente climático neutro? Subrayemos que el límite cronológico es para dentro de tres décadas. Números redondos: para qué discutir por año más o menos. Todo lo cual nos proporciona un texto impreciso. Los objetivos a alcanzar pueden suscitar un amplio consenso y agruparse en tres apartados generales e interrelacionados: cambio climático, energía y economía limpia y circular. Las acciones que se reclaman son la sustitución de las energías fósiles, el ahorro de materiales y la disminución de la contaminación por residuos. Es evidente que la preocupación por el cambio climático, las energías limpias y el control de residuos ha venido para quedarse.
“De la granja a la mesa”. Buen eslogan, al que se añade la coletilla “para un sistema alimentario justo, saludable y respetuoso con el medio ambiente” (20.05.2020). Prescindamos de los calificativos y centremos nuestra atención en la fórmula “sistema alimentario”. Para la Comisión Europea, abarca temas como la producción agrícola, su transporte, transformación, almacenamiento de alimentos y su venta. Pero no acaba aquí la cosa; hay que reflexionar también sobre las cualidades nutritivas de los alimentos y, por qué no, de sus precios. ¡Ah, se me olvidaba!: igualmente sobre el régimen económico, social y cultural de los agricultores, los pequeños comerciantes, empleados y dueños de grandes superficies. Tampoco debemos dejar de lado el bienestar animal, el despilfarro de la comida y, por supuesto, la aspiración a reducir la huella climática en todas estas actividades. La idea es reunir y estudiar todos estos temas, tanto sus contenidos como sus interrelaciones. Abrumador, pero necesario para entender el problema alimentario y formular propuestas.
De todos los muchos e importantes temas enunciados hay algunos que se centran en la producción agrícola y que me gustaría comentar a continuación.
“Elixires de muerte”. La Comisión plantea una reducción del 50% en el uso de plaguicidas químicos. Bien, hay que valorar muy positivamente esta aspiración. Pero no va a ser fácil. Hace bastantes años, en 1962, Rachel Carson consiguió publicar uno de los libros mas importante e influyente de nuestro tiempo con el poético título de Primavera silenciosa. En él relata las consecuencias que para la naturaleza y la salud pública tuvo el uso del DDT. De su lectura puede concluirse que los plaguicidas químicos atentan contra los ecosistemas eliminando la flora y la fauna, disminuyendo la biodiversidad y afectando a la salud pública al potenciar el cáncer. La reacción de empresas químicas, institutos científicos y funcionarios de cuestiones agrícolas fue mayoritariamente en contra, con un tono agresivo y muy violento, por decirlo suavemente. Sólo una persona con el coraje y las convicciones de Carson pudo resistir este ataque. A ello le ayudó, y ella misma contribuyó a crear, una amplia corriente de opinión disconforme con las actuaciones discrecionales del gobierno norteamericano en esas materias, para que dejaran de ser un asunto aparentemente sólo científico y económico y pasaran a ser juzgadas en términos de decisiones democráticas. La población norteamericana tenía derecho a una información completa y veraz, para después impulsar a sus representantes políticos para que pusieran coto a esta catástrofe. Pura democracia; una lección que tiene aún vigencia plena.
Reducir el uso de fertilizantes químicos. Los abonos aportan nutrientes al suelo para mantener su fertilidad después de cada cosecha. Esto se hacía antiguamente mediante una economía circular que aprovechaba el estiércol ganadero y los excrementos de la ciudad (por ejemplo, Valencia y su huerta). Este cordón que unía agricultura, ganadería y ciudad se rompió con la industrialización. Ahora la agricultura no utiliza los residuos ganaderos y ciudadanos como abonos, sino que se suple con la industria química; por otra parte el aumento de la producción de cereales se aprovecha para cebar la producción ganadera, que a su vez genera más residuos contaminantes que aceleran el cambio climático. ¿Cuál es el coste de la contaminación? La economía tiene instrumentos para calcularlo, y lo hace. ¿Quién lo paga?. Aquí los economistas no se mojan. Si se define la contaminación como una “externalidad” uno puede temerse lo peor, pues algo externo a la actividad empresarial agrícola o industrial lo acaba pagando la ciudadanía.
Algunas preguntas y respuestas breves ¿Todos los alimentos acaban en el consumo humano? No: ver el maíz. ¿Hay desperdicio de alimentos? Si, no hay más que abrir la nevera o echar un vistazo a la basura propia y a los excedentes de los supermercados. Exhibir la relación entre aumentos de fertilizantes químicos y rendimientos es correcto. Preguntarse por los excedentes agrarios y ganaderos, también. Amenazar con el apocalipsis del hambre en un futuro crecimiento de la población mundial es no entender que la natalidad tiene un componente social que las personas podemos regular. Al razonamiento malthusiano puro y duro habría que introducir la desigualdad social como un factor determinante del hambre.
Bienestar animal y resistencia antimicrobiana. Ambos están muy relacionados. Para que los animales alcancen los objetivos asignados en las granjas industriales es necesario que lleven una vida llena de sufrimiento. Como tienen, en esas circunstancias, la mala costumbre de enfermar y morir, se les administran antibióticos para que cumplan en plazo los objetivos de producción. Es de tal magnitud el consumo de antibióticos en la ganadería, que supera al de las personas.
Mientras, las bacterias y virus generan mutaciones para superar la acción de los antibióticos, lo que provoca un mayor consumo de los mismos. De modo que las granjas industriales son un excelente reservorio donde bacterias y virus viven, mueren, y se transforman. Al tiempo que las personas tienen ante sí un catálogo amplio y cambiante de posibles infecciones, algunas sumamente peligrosas, y una menor ayuda en los antibióticos que pueden usar. Quienes tienen acceso a ellos.