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Whitechapel: la batalla de Cable Street, 4 de octubre de 1936; Vallecas: 7 de abril del 2021

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“Quien olvida su historia está condenado a repetirla”.

Hace treinta años, en mi segundo viaje a  Londres, decidí empezar una investigación sobre la revolución industrial, más concretamente sobre Arnold J. Toynbee (1852-1883), uno de los fundadores de la historia económica. Toynbee, durante su breve estancia en Oxford,  había iniciado los estudios académicos sobre la revolución industrial definiendo y acotando el término, que ya para siempre pasaría a ser el tema central en los posteriores estudios de historia económica. Sus alumnos, que tomaron buena nota de sus clases, en homenaje a su maestro, publicaron a su muerte un libro con el título de Lectures On the Industrial Revolution in England (1884).  Pero no es esta la faceta de Toynbee  que me interesa ahora resaltar.

A medida que avanzaba en sus estudios, se hizo más clara para él la importancia social de la realidad que investigaba. Sujeto, teoría y realidad formaron un todo indisoluble, que se manifestaba rotundamente en las intolerables condiciones sociales de la clase obrera inglesa. Por ello, junto con otros profesores, decidió que debía ayudar a la población a mejorar su vida. Su aportación consistió en proporcionarle conocimientos, y para ello se desplazaron a Whitechapel a dar clases. El barrio era tristemente conocido por ser el campo de fechorías de Jack el Destripador y por albergar a una población en condiciones infrahumanas. Instalado en la vieja utopía socialista en la que los estudios mejorarían las condiciones de los hombres, el economista británico empleó lo mejor de su vida en enseñar a los más desfavorecidos. Murió de agotamiento a los treinta años. Pero la semilla germinó y un año más tarde se construyó el Toynbee Hall; lugar de asistencia social a los vecinos y punto de encuentro entre estudiantes, profesores y gente del barrio, que aún perdura como testimonio de la unión entre la cultura y el pueblo.

Pasó el tiempo, y las  condiciones de la clase obrera fueron mejorando lentamente, pero no para todos. Whitechapel paso a estar habitada por emigrantes venidos de la Europa central e Irlanda. Mientras tanto, corría el año 1936, el fascismo estaba pujante y el continente en sus manos. También en Inglaterra crecía el movimiento liderado por Oswald Mosley, parlamentario británico que pretendía enfrentar a las clases populares inglesas con los inmigrantes, bajo la consigna del patriotismo ingles, que ya definió uno de sus compatriotas: Samuel Johnson: “el patriotismo es el último refugio de los canallas”.

Mosley, en la más pura tradición fascista, organizó para el domingo 4 de octubre de 1936 una manifestación-marcha que entraría en Londres atravesando el barrio de Whitechapel, el de Toynbee. Se trataba de hacer lo de siempre, provocar, intimidar, asustar y romper algunos huesos. En definitiva, demostrar que algunos señoritos ingleses podían practicar el deporte de apalear a los débiles.

La manifestación -autorizada, como no- y protegida por centenares de policías, encabezada por el propio Mosley y su cuadrilla inició la marcha. Ya se sabe: tambores, filas militarmente dispuestas, brazos en alto y actitudes arrogantes. Con lo que no contaba Mosley ni la policía era que los vecinos de Whitechapel no les iban a dejar pasar. Al ya famoso grito de ¡No pasarán!, que desde Madrid había viajado a Londres, se congregó una multitud: judíos, comunistas, socialistas, sindicalistas, irlandeses… que decidieron dar la batalla al fascismo. No tiene un nombre llamativo, es la batalla de Cable Street, y allí los camisas negras de Mosley y su propio líder fueron vencidos y tuvieron que retroceder.

Whitechapel está ahora habitada por asiáticos que ocupan las recién construidas casas sociales sobre la vieja maraña del antiguo barrio. Un mural sobre la pared de un antiguo edificio público de asistencia social da testimonio de que hubo una lucha por la dignidad humana, la población que camina por nuestro lado nos recuerda que ésta aún no ha terminado.