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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Pan o bombas

“Los grandes egoístas son el plantel de los grandes malvados”. Esta cita de la escritora y socióloga española Concepción Arenal retrata a la perfección lo ocurrido en las últimas semanas con el caso de la venta de armas a Arabia Saudí.

Los acontecimientos ocurridos en unos pocos días han servido de clase magistral de cómo puede funcionar el mundo en la actualidad. Se identifica una injusticia, se trata de combatirla y se desiste cuando se puede volver en contra de los propios intereses.

Desde la edad infantil, la literatura y el cine nos han mostrado constantemente las figuras del bien y del mal como antagónicas, perfectamente identificables y separadas como el agua y el aceite.

En este último cuento las cosas no podían estar más claras. El malo, Arabia Saudí, un régimen dictatorial que esclaviza sin pudor a las mujeres se cierne en una guerra salvaje contra un rival indefenso, Yemen, permitiendo que 8 millones de personas queden al borde de la hambruna. Pocas veces los roles quedan aparentemente tan bien identificados.

Por otro lado, un país europeo y “progresista” se dispone a interceder en los malvados planes de la monarquía saudí. Pero por desgracia se entromete la realidad. Una realidad que supura cobardía, egoísmo e hipocresía. Una realidad que permite diluir las responsabilidades en una larga cadena de decisiones y que deja como único culpable a quien finalmente accionará esas armas. “La responsabilidad que tiene este Gobierno llega hasta nuestras fronteras; lo que puedan hacer terceros países no es responsabilidad de este Gobierno” dice el Presidente Sánchez. “Si no hacemos nosotros los barcos, los harán otros” dijo Kichi, alcalde de Cádiz. Aquí no hay gestos heroicos, buenísimos, malísimos ni dicotomías de preescolar sino una gran escala de grises que acaba pintando el retrato de cada uno y en la que cada decisión puede suponer acabar con vidas humanas.

Hacer el bien cuando no implica ningún sacrificio se llama egoísmo. Pura conveniencia. Y es algo que de lo que está lleno nuestras vidas. Todos formamos parte de un mismo engranaje y en mayor y menor medida podemos cambiar su funcionamiento. Como diría Edmun Burke: “El mayor error lo comete quien no hace nada porque sólo podría hacer un poco”. Un individuo puede presionar a los partidos, decidir en qué empresas confía y escoger su voto acorde a un ideal. Quienes se dedican a la política deben cuidar su discurso y quien gobierna tiene en su mano decisiones clave que pueden implicar alivio o sufrimiento para un gran número de personas. “Hay decisiones que matan” reza la campaña de la ONG Oxfam Intermón contra la determinación de vender armas a un país que lidera un conflicto en el que se están violando sistemáticamente los Derechos Humanos.

El problema subyacente aquí es que las desgracias lejanas parecen ajenas cuando no deberían serlo y no se reconoce al individuo que sufre en la distancia como un igual. Los trabajadores tienen que elegir “entre fabricar armas o comer” decía Pablo Echenique, quien veía esto como un “dilema imposible”. Si esas bombas pudieran caer en un pueblo español el dilema sería más posible.