Vaya por delante todo mi reconocimiento a la excepcional obra de ingeniería política diseñada y puesta en práctica por parte de los ideólogos de la marca política PODEMOS. Pero el reconocimiento no es sinónimo de coincidencia, y menos en lo político.
Personalmente, nunca me han gustado los mesianismos. Prefiero a los políticos imperfectos. A los que no tienen ningún empacho en reconocer que son humanos, aunque tengan bien presente que su responsabilidad es la de acertar en su toma decisiones y de gobernar para todos desde la tolerancia y el respeto.
Hay dos producciones que me gusta tener muy presentes en la interpretación de la política y las relaciones entre personas en este contexto: uno es el libro de Orwell Rebelión en la granja y, la otra, la película Primary Colors de Mike Nichols. El primero, por su descripción de la evolución de las utopías que confían el destino a los mesías. La segunda, por su descripción de la realidad imperfecta de las organizaciones políticas y las personas que las conforman.
En un artículo publicado hace algunos meses citábamos algunas de las causas que habían contribuido al éxito de la marca PODEMOS en términos de marketing político (ver “Podemos: ¿moda o tendencia?”), tales como: la existencia de un entorno favorable, unos competidores directos desorientados y encorsetados en viejos clichés, la concreción de un buen producto y el atino del mensaje dentro de la estrategia de comunicación.
Pero lo cierto es que desde hace algunos meses la marca política no goza de su mejor momento. La suma de desavenencias políticas en el territorio –cosas de la democracia-, algún que otro caso de fraude aumentado por los medios de comunicación –no olvidemos para quién trabajan en su mayoría-, así como la caída de presencia de su líder y cara más visible, Pablo Iglesias, ha contribuido en gran medida a rebajar la expectativa de valor de la organización política.
Mientras que hace escasamente un año los diferentes sondeos los posicionaban como los auténticos e indiscutibles campeones, pasados los últimos comicios autonómicos hemos podido observar una tendencia paulatina decreciente en la simpatía hacia la marca.
En política el tiempo es muy relativo, y más que relativo, en ocasiones muy incierto: ¿Quién iba a sospechar hace un par de años que la todopoderosa Rita Barberá iba a ser sustituida por un señor que va en bicicleta al Ayuntamiento? ¿Quién me iba a decir que tal día como ayer coincidía con Alfonso Grau en la cola del supermercado como un mortal más?
Tres meses en política, además de inciertos, pueden resultar una eternidad, y lo que ocurra de aquí a las próximas elecciones, a pesar de las encuestas, es una auténtica incógnita.
No cabe duda de que la imagen de marca de Podemos no se encuentra en el mismo nivel al de hace algunos meses. Líneas arriba hacía alusión a dos obras Primary Colors y Rebelión en la granja, simplemente por el hecho de tener presentes dos cosas: la primera, es que las organizaciones políticas –todas- las conforman personas. Lamentablemente las personas tenemos el defecto ser imperfectas. La segunda, es que obviar este defecto y confiar nuestra suerte a los mesías, y no asumir responsabilidades como ciudadanos que vivimos en democracia, nos puede abocar a un pozo peor.
La marca política Podemos y Pablo Iglesias disfrutaron de mucha presencia mediática en su momento inicial, lo que contribuyó en gran medida a un muy buen posicionamiento de la organización. Eso sí, fruto del share que generaban en las cadenas de televisión, tanto Pablo Iglesias como el resto de caras visibles. A lo mejor, algún golpe de efecto van a necesitar para lograr poner en valor a la marca. A lo mejor, es ahora cuando toca reafirmarse como estrategas e ideólogos. Aunque, como comentábamos en un artículo anterior, a lo mejor Podemos se acaba consagrando más como una moda que una tendencia. Tiempo al tiempo.