Algo ha llovido desde aquel profesor de Ciencias Políticas mileurista, desconocido y que empezaba a promocionarse por los platós de televisión. Por aquel entonces se irradiaba la idea de que la esperanza de otro mundo era posible.
Un mundo en el que los poderosos y opresores del pueblo iban a tener su merecido porque se estaba fraguando una revolución silenciosa, sin precedentes, que iba a poner a todos los pecadores en el sitio que les correspondía. Se iba a hacer justicia de una vez por todas.
Así, no fueron pocos los seducidos por los cánticos de quienes renegaban de los partidos tradicionales -1.245.948 votos en sus primeros comicios al Parlamento Europeo- en un contexto regado por la desafección hacia la política.
Se creó el marco, como plantearía Lakoff, para justificar que los de siempre no podrían cambiar la situación de desesperación de millones de personas, ya que “los de siempre” eran los responsables de haber llegado al punto actual.
Todo parecía apuntar que la “izquierda verdadera” se abría camino entre plató y plató televisivo hasta el punto de que las encuestas les daban como favoritos para llegar a gobernar.
Y así era, hasta que, al igual que en las novelas de Orwell, las cosas empezaron a truncarse. La nueva política, que hasta el momento había renegado de la vieja política, se hizo vieja de la noche a la mañana: los aparatos más carcas y casposos tomaron vida como las hormigas en primavera, la falta de libertad, el mesianismo indiscutible, la fe ciega en el líder o el desprecio hacia cualquier tipo de idea diferente se habían convertido en elementos habituales en el operar de Podemos.
Respondía un afamado y, últimamente, denostado líder que “el poder desgasta, pero la oposición aún más”. Algo parecido le está pasando a la marca de nueva creación Podemos, puesto que la frustración por no haber logrado sus expectativas ha desbarajustado su hoja de ruta.
Podemos, al igual que todos los partidos, está constituido por personas, con sus filias y sus fobias, pero que, a la vista de los hechos, algunas de estas fobias transgreden un concepto básico de cualquier organización moderna del siglo XXI: el respeto por la libertad.
No es comprensible que un partido que ha presumido de ser el más democrático o el que más promueve la participación de las bases no esté siendo coherente con sus principios, y lo que es peor desde mi punto de vista, respetuoso con las personas que tratan de aportar una visión diferente.
Errejón ha pasado de ser el adolescente empollón simpático a la piedra en el zapato de Pablo Iglesias. Eso sí, tal vez fruto de la arrogancia y la soberbia de este, y del oportunismo de quienes rodean a Iglesias. Es habitual que quienes ostentan el liderazgo de una organización estén inmersos en multitud de problemas y siempre prefieran escuchar y se sientan más identificados con quienes les ríen las ‘gracietas’, que con quienes les puedan aquejar con propuestas o ideas que impliquen un mayor esfuerzo o que rompan su zona de confort. Somos humanos.
Podemos se convirtió en el partido de la esperanza y de la ilusión para muchas personas que se hallaban en el sumidero de la desesperación a raíz de la crisis. Sin embargo, la deriva que ha tomado el partido y la emergencia de cada vez más discrepancias políticas en lo orgánico, dibujan la realidad de un partido que se descompone en el día a día: ni la frescura, ni la agilidad, ni la ilusión que transmitía es la misma.
Lo que en teoría nos vendían como un crisol de esperanza y democracia, deriva sin rumbo hacia la descomposición orgánica y de partido. Partido viejo, por cierto. Muy viejo.