Estrés, ansiedad, soledad y culpa: así afrontan los jóvenes valencianos la segunda crisis de sus vidas

Estrés, ansiedad, soledad, culpa. Son los sentimientos que más se repiten entre los jóvenes durante la pandemia. Al glosario de la juventud valenciana hay que añadir precariedad, incertidumbre y falta de expectativas. Emigrar se convierte en un sueño para algunos, si las restricciones para frenar el coronavirus lo permiten. Fuera hay trabajo, oportunidades y la opción de comenzar un proyecto de vida. Otros, quienes pueden asumir el coste de oportunidad, se plantean las oposiciones; no por la vocación de servicio público, sino por tener algo estable en sus vidas. “No vivimos peor que quienes crecieron en la Transición, pero que te esfuerces, que estudies, no te garantiza nada”, expresa Ana Domínguez, responsable del Consejo de la Juventud de València, que acaba de presentar un informe sobre el impacto de la pandemia en la juventud.

Los nacidos a partir de los años noventa han pasado su juventud o comienzan la misma habiendo atravesado dos grandes crisis. La primera, la de 2008, dejó un mercado laboral con una estructura débil y precarizada, unos cimientos débiles que la pandemia se ha encargado de sacudir y que se intuye que no todos los sectores resistirán. En un país con un paro juvenil del 40%, el doble que la media europea, uno de cada cuatro jóvenes ha perdido su empleo o ha entrado en un ERTE en Valencia, mientras que un 29% ha visto reducida su jornada laboral, su contrato o su sueldo en este 2020. “Muchas personas de mi entorno ya estaban antes de toda la pandemia con mucha inestabilidad laboral o pendientes de qué iba a pasar el año siguiente o cuando se acabase el contrato. Y, aun así, había mucha gente que cuando salía de la carrera tampoco tenia garantizado el acceso al mercado laboral”, expresa una de las encuestadas.

La pasada semana, el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) y el Observatorio Valenciano del Trabajo Decente, que depende de los servicios públicos de empleo, publicaban un informe sobre el impacto de la pandemia en el sector turístico. En el análisis del sector, que pone de manifiesto su precariedad, el estudio destaca que cerca de un 30% de los empleados en en hostelería tienen entre 16 y 30 años, lo que “apunta a la relevancia del sector como alternativa durante las primeras fases de inserción de los más jóvenes”. Además, recordaba que el desajuste educativo es “más acusado” en la Comunitat Valenciana que en el resto de España en este sector, rozando el 80% en personas con estudios universitarios para puestos por debajo de su cualificación. Así, uno de los sectores más populares para trabajar entre la población joven es profundamente precario y volátil, y además está en riesgo. “Perdí el trabajo por culpa de la pandemia porque era camarera y obviamente me echaron” o “llegará un momento que me quedaré sin dinero, y automáticamente me tendré que ir a casa de mi madre”, son algunos de los testimonios recogidos en el informe del Consejo de la Juventud.

Los que tienen trabajo tampoco lo tienen en condiciones óptimas. Aunque más de la mitad asegura estar satisfecho con su situación laboral, el 72% cree que para las personas jóvenes la situación laboral es mala o muy mala. Sobre el teletrabajo, el 83,1% tiene que aportar sus propios recursos y al 32% les dificulta la conciliación. Las mujeres jóvenes señalan los aspectos negativos de forma general: consideran que trabajan más, que tienen problemas para desconectar y dificultades para conciliar.

A la juventud de la ciudad le preocupa contagiarse de coronavirus (un 58,3% lo afirma), pero todavía les preocupa más contagiar a las personas de riesgo de su entorno (un 84% confiesa ese temor). La visión que en los medios de comunicación y en las redes sociales se da de la actitud de este colectivo de la población les lleva a sentirse criminalizados y culpables constantemente. Así, los jóvenes no solo sufren las consecuencias presentes de la enfermedad, sino que se ven en el centro de las críticas: “Si cojo yo el coronavirus y me muero, me muero yo, pero el problema es sentirte con la conciencia de que por tu culpa alguien a quien quieres o que no conoces, da igual, se ha muerto”, recoge otro testimonio. Como consecuencia de estas crisis estructurales, más de la mitad responden afirmativamente que les gustaría recibir apoyo psicológico, y una tercera parte lo solicitaría si fuera gratuito.

Con estas perspectivas, la juventud ve complicada su emancipación y se enfrenta a un mundo sin apenas expectativas. Quienes estudian dudan de si conseguirán finalizar el curso académico, si conseguirán un trabajo estable y bien pagado; quienes trabajan tienen miedo de acabar en un ERTE, quienes están en un ERTE de que se acaben sus ahorros. El escritor Eduardo Bayón publicaba un artículo reciente en el que consideraba que un gran problema de la juventud es la falta de expectativas, enfrentarse a un futuro negro. Ana Domínguez, responsable del CJV, lo suscribe y recuerda que “las dificultades socioeconómicas se heredan”. “Nos faltan certezas”, afirma, recordando los “huecos en blanco de la vida laboral”, que complican el acceso a una vivienda en alquiler y de un proyecto de vida en sí mismo. El catedrático de Geografía Humana Joan Romero exponía en la comisión de reconstrucción de las Corts Valencianes que “el diálogo intergeneracional cada vez se romperá más” a causa de la precariedad juvenil, a la par que advertía de que 1,3 millones de jóvenes (hasta 40 años) apenas tienen expectativas de futuro, condicionados por la realidad material. “Si tuviera que elegir dos prioridades para esta década, esta [los jóvenes] sería una”. En una entrevista reciente con la Agencia Efe, el catedrático insistía en “la inseguridad” de los jóvenes en el futuro y urgía a solucionar el problema de la vivienda para este colectivo.

'Juventud sin futuro' fue uno de los colectivos que impulsó el movimiento 15M, germen de algunos partidos y movilización que cambió algunas formas de hacer política dentro y fuera de las instituciones. “Sin casa, sin curro, sin pensión”, era uno de los lemas del movimiento que firmó su disolución en marzo de 2017. Tres años después, muchos jóvenes sienten que ese lema les acompaña como una maldición: sin casa, sin trabajo, sin expectativas de futuro.