Los menores en contacto con el coronavirus presentan problemas psicológicos interiorizantes iguales o superiores al de la población clínica. Depresión, ansiedad y quejas somáticas (malestar físico) son los principales problemas de los menores que han perdido a algún familiar o han tenido contacto con casos positivos en su entorno cercano. “No encontramos que sean más agresivos o tengan problemas de conducta” sino mayores puntuaciones en depresión o ansiedad, aquellos malestares que uno guarda para sí, expone José Gil, psicólogo y codirector de varios masters en universidades valencianas.
El psicólogo, codirector del Máster Propio en Psicología y Psicoterapia de la Universitat de València, acaba de finalizar una investigación sobre el impacto emocional de la Covid en niños y adolescentes en contacto con la enfermedad. El estudio analiza grupo de la población infanto-juvenil, que ha tenido un contacto directo con el COVID-19, bien por algún familiar fallecido, por confinamiento o por haber sufrido la enfermedad y se compara con una muestra que recurre a la ayuda psicológica por problemas clínicos en el municipio de Alcàsser, en cuya unidad trabaja.
Una de las principales conclusiones es que la familia actúa como agente modulador clave en la percepción de sus hijos del problema. Las personas con mayor puntuación en las escalas clínicas perciben un ambiente familiar más alterado: “Cuando la familia vive el problema intensamente, con mucha gravedad, repercute con mayor fuerza en el joven y aparecen más problemas en las escalas interiorizadas (depresión, ansiedad, ansiedad social, quejas somáticas, obsesión compulsión y sintomatología postraumática)”, apunta.
Gil considera que las familias deben asumir que las situaciones dramáticas forman parte de la vida y trasladarlo desde la infancia, además de educar en la frustración. “Hay que enseñar a aprender a afrontar situaciones de frustración y acepar que estas situaciones van a estar en la vida. Los que trabajamos en educación nos encontramos que hay niños a los que no les han dicho 'esto no se hace', que no saben actuar ante la contrariedad”, critica.
La omisión del dolor o de la frustración genera aquello que se ha denominado “generación de cristal”, un término cuasi despectivo por el que referirse a los jóvenes que se están haciendo adultos y presentan problemas de ansiedad pese a criarse en un entorno considerado más cómodo (mayor acceso a la formación, mayor igualdad de género, menores carencias materiales). “Antes, cuando tratábamos problemas emocionales nos encontrábamos con personas que habían sufrido una infancia muy dura. En estos momentos las depresiones son de de personas educadas entre algodones”, apunta el psicólogo, preocupado por el fenómeno.
“La vida es aceptar el devenir de las cosas. Al ser humano lo que más le fastidia es la pérdida: de salud, económica.. y en esta vida vas perdiendo cosas, cualidades, seres queridos. La aceptación para mi es importantísima. Ver qué podemos hacer, tener capacidad de respuesta”, sentencia.