La investigación de la pandemia del coronavirus requiere una aproximación integral que contemple las relaciones entre sistemas. No es que yo crea que la especialización sea inútil: al contrario, el análisis concienzudo de un sistema, o de una parte del mismo, ayuda a la comprensión del fenómeno. Pero con eso sólo, por muy bien que se haga, no encontraremos la explicación a algo tan complejo como el coronavirus.
Quizás convenga enumerar aquellos campos de estudio, tan diversos, que presenta la pandemia.
Su origen. Hoy en día casi todos creen que la epidemia se inicia en China, en la ciudad de Wuhan, en uno de sus mercados de animales salvajes. El virús se localiza en los murciélagos, de ellos salta al pangolín y de este a las personas. Una vez instalado en ellas, su expansión es imparable. La existencia de estos mercados difusores de la epidemia se explica por la cultura alimenticia china, que demanda productos concretos (animales salvajes) para la confección de determinados platos. El pangolín proporciona una carne exquisita. Supongo que en su consumo influirá también el reconocimiento social: no todos pueden comprar pangolín. Pero hay también otras actividades, como la obtención de materias procedentes de estos animales muy necesarias en la confección de fármacos para la medicina tradicional china. Así, las escamas del pangolín tiene poderes medicinales, no demostrados científicamente. Todo lo anterior se enmarca en un comercio mundial de animales salvajes que reporta enormes beneficios y amenaza muy seriamente su supervivencia. Ya tenemos presentes al menos tres sistemas: cultural, sanitario y económico.
La globalización: transporte y turismo. Los contactos históricos comerciales entre Europa y Asia se basaban en general en dos flujos. De Asia a Europa se traficaba con productos refinados (seda y especias) y estas mercancias las pagaba Europa con plata. Con este comercio llegaban, con mortífera frecuencia, las epidemias, entre las cuales cabría destacar por su letalidad la peste. ¿Qué ha cambiado con el tiempo?: el trasmisor y el transporte. El trasmisor ya no es la rata, como antes, sino el hombre, mientras que el transporte naval se ha sustituido en mayor medida por el avión, el tren o el automóvil. El virus, una vez instalado en el cuerpo humano viaja por todo el mundo a una gran velocidad. Hoy estoy en Wuhan, mañana en Milan y pasado mañana en Madrid y Barcelona. Así, que convendrá plantearse las razones de tanto viaje de personas acompañadas del coronavirus. Es cierto que la globalización ha extendido las relaciones empresariales por todo el mundo. Pero el confinamiento nos ha demostrado que la presencia física en un local o ciudad no es imprescindible para la actividad empresarial. El desarrollo de la informática permite la eficiente conexión entre personas a larga distancia. Habrá que acostumbrarse a trabajar de manera distinta a la actual. Además, hay otro flujo de viajeros que responde a la llamada del turismo. Europeos y américanos van y vienen de un país a otro con el fin de satisfacer objetivos de ocio, conocer otras culturas y hábitos de vida. Pero a los occidentales se les han unido los orientales, facilmente identificables pululando, por ejemplo, en el Museo Británico, alrededor de la Sala Elgin completando con una visión rápida de unos cinco minutos los frisos y metopas del Partenón. Quizás antes miraron por encima de un grupo numeroso la Piedra Rosetta, con suerte durante dos minutos. Todo esto da qué pensar. Mientras tanto el virus salta de unos otros con total indiferencia hacia la arquitectura clásica griega. El hecho es que Londres, como otras metrópolis, tiene en el turismo uno de sus sectores económicos más importantes. Vaya, la economía otra vez. ¿Como resolverán este verano el problema epidémico Londres, París, Madrid, Barcelona, Benidorm...? Me temo que mal para la salud de los humanos.
Volvemos otra vez al origen pero ahora para escarbar en las raíces del problema. ¿Que ha ocurrido para que el virus haya dejado su ecosistema selvático y decidido conocer mundo? Para algunos investigadores y divulgadores científicos, la responsabilidad recae en las actividades y la codicia humanas. Ya no queda mucho territoro por explotar y hay una carrera por conquistar los polos y el Amazonia. ¿Qué se consigue con ello? Destruimos el ecosistema asesinando a pueblos indígenas, eliminando animales, insectos, plantas y contaminando suelos y aguas. En frase poco precisa: desbaratamos todo un mundo imprescindible para el conjunto del planeta. El virus abandona su espacio y salta a otros vectores vivos como las personas. ¿Por qué acabamos con la biodiversidad? Por motivos económicos, fundamentalmente: ganadería, explotación forestal y minería. Además, por obtener sustanciosos beneficios promovemos el turismo vírico, que sin haber sido invitado nos visita ahora de manera muy inapropiada. Por fin nos aparecen nitidamente la economía y el medio ambiente.
Resumiendo, si no nos proveemos de una visión de conjunto, e intentamos relacionar los diversos aspectos que actúan, no lograremos comprender el problema que tenemos. Quedan para el final la aplicación de la escala tiempo y algún diagnóstico político. A corto plazo hay que salvar el máximo número de vidas. Nuestro confinamiento estricto ha sido el arma más eficaz para limitar la trasmisión del virus, aunque probablemente sigue aquí. A medio plazo, y en previsión de otras pandemias, hay que explicar y ayudar a la gente a cambiar sus hábitos de vida y su actividad económica, social y cultural, al tiempo que se espera la vacuna como el maná. Finalmente, las actuaciones económicas y políticas nos hacen pensar que las instituciones e ideologías occidental (democracia neoliberal) y oriental (capitalismo comunista) no sirven para solucionar el problema. ¿Harán falta las siete plagas para que el faraón deje libre a su pueblo? Veremos.
Encontraremos muchas referencias sobre este tema en la sección “Environment” de The Guardian electrónico o en otros medios donde se van sucediendo informes y opiniones que relacionan la destrucción de la naturaleza con la pandemia. A corto plazo, sólo cabe actuar con tratamientos médicos y esperar vacunas efectivas. Pero aún así, el sistema económico-político en que vivimos, de una parte a otra del planeta, se resiste a arbitrar recursos materiales e investigaciones científicas suficientes para controlar los efectos del coronavirus y prever su prolongación o sus repeticiones, como la aparición de plagas semejantes.
Para estudiosos y tipos duros, se recomienda el libro de David Quammen Contagio. La evolución de las pandemias (Debate, 2020). Este mismo autor declaraba en una entrevista que va a ponerse a trabajar de inmediato en un libro sobre la pandemia. Tiemble despues de haber reido.