Falta feminismo cotidiano

No voy a mentir, ser feminista no es fácil. El machismo no está en nuestros genes, no lo hemos escogido conscientemente, pero lo hemos interiorizado tanto que somos incapaces de verlo. Todos somos machistas hasta que decidimos dejar de serlo, y es un proceso tan liberador como doloroso, porque remueve tus cimientos y te obliga a replantearte hasta tu propia identidad.

Yo no recuerdo muy bien cuándo ni cómo empecé a ser feminista, pero si tuviera que hacer balance de cómo ha cambiado mi vida, diría que estoy enfadada. He descubierto que los hombres cobran un 14 por ciento más que las mujeres, que ellas dedican el doble de tiempo al cuidado del hogar y de los hijos, que nueve de cada diez casos de anorexia afecta a chicas, que ocho de cada diez prostitutas ejercen en contra de su voluntad, que se denuncia en España una violación cada ocho horas, que hay 40.000 muertes al año en el mundo por complicaciones durante el aborto y que la violencia de género se ha cobrado más de 900 víctimas en los últimos 15 años.

También, he descubierto las consecuencias de los micromachismos, los peligros del mito del amor romántico, la esclavitud de los mandatos del género, las mentiras que sustentan la historia y que ni en el lenguaje somos iguales. He descubierto, en definitiva, que tenemos menos derechos que la otra mitad de la población, solo por ser mujeres.

Es erróneo creer que quien no adopta una perspectiva de género feminista, ve el mundo con neutralidad o imparcialidad. Lo hace desde el adrocentrismo, con el hombre como eje y con la mirada masculina como la única posible y la universal. Estoy de acuerdo con el exdelegado del Gobierno para la Violencia de Género, Miguel Lorente, cuando afirma que no se puede ser feminista por omisión, puesto que no hacer nada implica colaborar con el sexismo. Y, en este sentido, siento ser pesimista. Sé que la corriente nos lleva a creer que estamos ante una nueva ola y que cada vez hay más conciencia feminista, sin embargo, creo que sobra palabrería y hace falta acción.  

Todos somos muy feministas hasta que acusan de acoso sexual a un miembro de tu grupo favorito. Todos somos muy feministas hasta que es tu amigo quien abusa de una mujer que va borracha. Todos somos muy feministas hasta que tu pareja te engaña con otra. Entonces, repetiremos que hay que ver las pruebas, que a quién se le ocurre beber tanto y que es ella la que se ha metido en medio de una relación. A la hora de la verdad, empiezan las excusas y se echa de menos ese feminismo cotidiano, el que tenemos que tenemos que aplicarnos en nuestro día a día.

Ser feminista no es fácil, pero no hay alternativa. El feminismo es darte contra un muro una y otra vez, es reconocer tus propias contradicciones y es descubrirte como víctima de un sistema injusto. El feminismo es agotador, pero también esperanzador y poderoso. Vale la pena. Al final, es el único camino hacia la verdad y la libertad.