Una sola semana de emisiones de la nueva televisión pública valenciana no es suficiente para hacer balance de conjunto. Aún así podemos decir que hemos visto programas elaborados con rigor por excelentes profesionales, que hace meses que se trabajan para hacer producción de calidad, utilizar lenguaje no sexista, visibilizar a las mujeres y, en definitiva, poner en marcha con dignidad esta máquina de la tele que requiere un esfuerzo colectivo importantísimo. Las expectativas son grandes y va por delante una sentida felicitación y respeto. Pero nos ha llamado mucho la atención, mucho, en ese conjunto, la propuesta semanal de “Famílies”, un programa que, según dice, “retrata de manera intimista y entretenida los diferentes modelos familiares de la sociedad contemporánea”. Y merece una reflexión, porque no es en absoluto un “retrato” inocente.
El problema no es a quien retrata el programa, no se trata de borrar del mapa a nadie, más bien al contrario, se trata de abrir el foco para observar la realidad en toda su complejidad. El problema es el “cómo”. Y en el primer episodio emitido, quizás con la idea de mostrar diversidad se ha realizado un producto que refuerza estereotipos machistas y, lo que es peor, legitima la explotación reproductiva. De hecho, el programa hace una presentación acrítica, centrada en la apelación a las emociones, que simplifica la realidad de los modelos familiares que presenta, ofrece un relato idílico de los dos casos que muestra, edulcorados mediante el relato y la selección musical, refuerza como positivas y normalizadas creencias y realidades que son dañinas y han significado un cautiverio y un enorme sufrimiento para las mujeres. Un tratamiento que idealiza y simplifica situaciones de enorme complejidad y trata la información de manera segada. Resulta sorpresivo. Por un lado, han presentado en el primer capítulo el modelo de familia patriarcal más tradicional, precisamente aquel que no es en absoluto representativo de esos nuevos modelos de diversidad familiar. Una mujer que hace una declaración tradicional-patriarcal de libro. Dice –transcripción literal- “Yo me ha casado y me ha entregado en cuerpo y alma, corazón y vida, y lo que él -su marido- ha dicho está bien dicho”. También explica, haciendo una referencia no explícita al discurso feminista, que “Mi vocación siempre ha sido casarme, tener mi casa, servir a mi marido, a mis hijos y vivir en mi casa, por eso no me siento frustrada de nada” (sic). El “retrato” es el de un modelo existente, que hay que mostrar, pero con rigor, en toda su complejidad. Y lamentablemente, el programa no lo hace.
Nos presenta la idealización del amor romántico, la entrega total, la maternidad y el “servicio al hombre” como deseo de vida, además consciente y libre. La idea también de que lo que es personal es privado y se tiene que quedar “entre las cuatro paredes de casa”. Todo con música de violines. Ninguna mención, en la entrevista, por ejemplo, a las condiciones del trabajo doméstico –horarios de 24 horas, cero retribuciones, ningún derecho laboral, sin derecho a baja por enfermedad-. Ninguna mención a la estructura económica de este modelo familiar, a qué pensión de jubilación le ha quedado a la mujer que ha dedicado la vida al cuidado de los otros, ninguna visibilidad a las consecuencias que para las mujeres ha tenido este modelo familiar en su salud, en su desarrollo personal, en la calidad de vida, en la toma de conciencia de la situación de discriminación. A continuación, el programa presenta como modelo contrapuesto al tradicional el de una pareja de hombres con una niña comprada en los EEUU mediante una agencia de contratación de mujeres de alquiler. El modelo que hubiera podido servir de réplica al primero habría sido, por ejemplo, el de una pareja también con descendencia pero con planteamientos feministas, que con su discurso pudiera ofrecer una visión de contraste real con el modelo tradicional patriarcal. Una mujer con autonomía, que no quiere “servir” a nadie, que denuncia la falta de corresponsabilidad y defiende una relación de iguales, que habla de sus deseos más allá de la maternidad, ... un modelo que permita hacer una réplica real al primero y poner sobre la mesa el reverso del modelo tradicional.
Pero el programa prefiere contraponer como modelo de modernidad el de la pareja de hombres que ha ido a EEUU a conseguir una niña. Un “modelo” absolutamente minoritario, excepcional, que se basa en una práctica considerada ilegal en España y en la mayor parte de países de Europa. La cuestión que sería exigible no es ocultarla pero sí hacer un tratamiento riguroso, para una sociedad inteligente, exigente y que reclama producciones de calidad que no tratan de ofrecerle visiones parciales e interesadas de la realidad.
Uno de los padres de la pareja entrevistada dice, refiriéndose a la madre biológica gestante, que “Ella no era la madre biológica, simplemente lo había gestado, lo había guardado y ya está”. Cuando dice “simplemente” está refiriéndose a un proceso en el cual interviene toda la fisiología de la mujer que gesta, además de sus emociones y la conexión neurológica madre-embrión. Un “simplemente” que reduce el complejo proceso de una gestación a lo que podría suponer calentar un vaso de leche en un microondas. Un proceso que implica la negación de la filiación de la madre que ha parido, la mercantilización del cuerpo de las mujeres y de las criaturas y la vulneración de la ley de reproducción humana asistida, entre otras cosas.
No podemos profundizar aquí, sin alargarnos excesivamente, en la complejidad de los vientres de alquiler, pero el tratamiento que recibe el caso de la pareja de padres gays es una defensa sin fisuras, una exaltación podríamos decir, de esta práctica que implica que una mujer gesta y entrega el bebé que ha gestado a las personas que pagan en el mercado reproductivo para llevárselo. Un tratamiento falaz, simplista, tendencioso y edulcorado al extremo, al que el programa otorga categoría de normalidad y legitimidad.
Las personas que participan cuentan su visión de la realidad y no se les puede pedir otra cosa. Pero el guión ofrece una exposición parcial que es una reiterada defensa de la opción por el alquiler de vientres, sustentada con emociones, que exalta el deseo de descendencia como si fuera un derecho para cuya satisfacción todo vale, y mezclado con el fervor religioso, la tradición de la ofrenda de flores a la virgen y el apoyo de la comunidad fallera. De hecho en la entrevista la familia sustenta la legitimidad de su opción con argumentos como que “la niña está bautizada, mi mejor amigo es sacerdote, que es el que la bautizó” o “El padrino hizo un discurso en la iglesia reivindicando los nuevos modelos de familia” y “tenemos muchas amistades que son muy religiosas y que están en una rama de la religión muy conservadora pero que nos demuestran mucho cariño y apoyo”. No sabemos nada sobre a qué se dedican los padres, su capacidad económica, qué les ha costado el proceso o cuales son sus preocupaciones en la educación de la niña. El entorno que se muestra es el fervor religioso –imagen de la Virgen María al fondo del espacio de la entrevista-, momentos emotivos en actos falleros –uno de los padres es presidente de Falla- y con la niña vestida de fallera en el escenario e imágenes idílicas con la madre gestante de la niña.
Con todo, hoy son mucho más representativas de la sociedad valenciana las familias de parejas que no pueden permitirse tener hijos porque la crisis les ha segado la capacidad económica, o parejas y mujeres jóvenes que no pueden tener hijos porque los estilos de vida actuales tienen consecuencias devastadoras para la fertilidad.
Lo que muestra el tratamiento informativo de este programa es un reflejo de lo que ocurre en la sociedad. No podremos deshacernos de los planteamientos machistas de un día para otro. La nueva radio y televisión tampoco podrán. Pero los medios son un potente reproductor de ideas y tienen una enorme responsabilidad y compromiso con el cambio social, así que habrá que seguir levantando la voz, reclamar rigor e identificar y señalar aquello que todavía es necesario transformar.