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“La robotización puede ser una oportunidad para exigir la reducción de la jornada laboral y la renta básica universal”

Francisco Martorell Campos, filósofo y autor de 'Soñar de otro modo'.

Sergi Pitarch

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Tras diez años investigando las utopías y las distopías, Francisco Martorell Campos presentó en 2015 su tesis doctoral Transformaciones de la utopía y la distopía en la postmodernidad. Aspectos ontológicos, epistemológicos y políticos. Un trabajo prácticamente único en España sobre las utopías y su pérdida de influencia en la posmodernidad. Su investigación llamó la atención a los editores de La Caja Books, que le encargaron una libro. La síntesis de su obra y pensamientos es Soñar de otro modo. Cómo perdimos la utopía y de qué forma recuperarla.

Este filósofo valenciano pretende bajar a la tierra el pensamiento utópico y plantea la idea de que, “aunque no lo hemos inventado aún”, hay un modelo alternativo al capitalismo. Para empezar, aboga por que se apliquen dos recetas que la izquierda no se atreve a plantear de manera radical: la reducción de la jornada laboral y la renta básica universal.

-Las utopías han tenido mala prensa desde el desengaño del socialismo real, aunque usted plantea las utopías como algo positivo. ¿Por qué?

La mala prensa de la utopía se asocia al desarrollo de los totalitarismos del siglo XX. Los mayores críticos de la utopía fueron precisamente los marxistas en el XIX. En el propio Manifiesto Comunista Marx y Engels elaboran la crítica estandard a la utopía que acaba en el famoso libro Del socialismo utópico al socialismo científico. El ataque a la utopía no procede solamente de los pensadores de corte conservador. De hecho, utopías literarias estrictamente marxistas hay muy pocas. Marx siempre se negó a dotar de contenido al futuro comunista que profetizaba. La mala prensa de la utopía en la izquierda provendría de ese ataque y de la opinión de que la utopía literaria puede interferir en la transformación real del mundo al satisfacer simbólicamente el deseo de cambio. El socialismo real no tuvo nada estrictamente utópico. Ciertamente, existieron movimientos utópicos circulando alrededor de la revolución rusa, pero fueron eliminados muy pronto, apenas unos años después de instaurarse el nuevo sistema. El socialismo real fue un sistema positivista, lo que sucede es que a los enemigos de la utopía les viene bien afirmar que el estalinismo es utópico. Es verdad que dentro del utopismo moderno hay tendencias autoritarias, pero también es verdad que la propia democracia fue un sistema utópico, como el sufragio universal o los derechos de la mujer.

-Plantea en el libro, que define como planfleto por su intencionalidad política, que vivimos bajo el pensamiento único donde no hay nada más allá del capitalismo y centra su crítica en el TINA (There is not alternative). ¿Es la utopía la única manera de salir de ese sistema irreversible?

Ese impasse político al que alude se produce porque la utopía desaparece como horizonte, básicamente en el ámbito de la izquierda política. Hayek y Popper trazaron una conexión filosófica entre el totalitarismo estalinista y el nacionalsocialista y la utopía. Ellos contribuyeron a que la utopía tuviera muy mala prensa y la izquierda lo compró. Tras la caída del muro de Berlín se produce el abandono de la utopía, pero empieza antes. El sistema aprovechó ese incidente para difundir el mensaje de que había quedado demostrado que la utopía había finalizado. En ese momento, Margaret Thatcher difundió el famoso eslogan de que “no hay alternativa”, que suele sintetizarse con el acrónimo de TINA. Todo libro cuenta con al menos un personaje malvado. El de Soñar de otro modo es TINA, enseña del neoliberalismo y del derrotismo postmoderno.

-Y la pregunta que contesta en el libro es que “sí hay alternativa”.

Hay alternativa (de hecho hay muchas alternativas), lo que pasa es que, por diferentes razones de corte sociológico, histórico e ideológico, todavía no la hemos concebido. Decir que no hay alternativa al sistema capitalista neoliberal en el que nos encontramos es, diría, una afirmación ontológica. Porque nos aseguran que cualquier alternativa nos llevará a un mundo peor y que no hay cambio posible. Lo que explico en el libro es que no hay alternativa porque no se nos ha ocurrido. Pero que no se nos haya ocurrido todavía significa que nuestra imaginación política se encuentra en estos momentos en un estado de suma gravedad. Nos imaginamos el hombre inmortal o el fin del mundo y no un futuro distinto al capitalismo. Es esta imaginación en bancarrota lo que define el mundo en el que vivimos.

-Viene a decir en el libro que ningún partido de izquierdas se plantea políticas más atrevidas que las socialdemócratas. Pablo Iglesias, el líder de Podemos, llegó a verbalizar que pretendía encarnar el espíritu del PSOE de los años 80 del siglo XX. ¿No son una contradicción esas referencias pasadas con el avance de la sociedad?

No propongo que haya que volver a la izquierda de los años 50. Lo que señalo es la derechización en la que hemos estado sumidos durante el último medio siglo. Hay una constatación de cómo la izquierda se ha desutopizado. Es un toque de atención recordando que las medidas que planteaba la izquierda de los años 50 eran a la vista de ahora casi revolucionarias. La izquierda ha sido absolutamente derrotada. Mi sugerencia no es volver atrás, a una supuesta época dorada del progresismo, sino seguir adelante y encontrar las fórmulas para que la izquierda cumpla su función social y retome su proyecto emancipador, que abandonó tras renunciar a la utopía. La función social de la izquierda es hacer progresar la sociedad y mejorarla en un proyecto de transformación a gran escala. La izquierda se ha creído la cantinela de la derecha de que la utopía es peligrosa y se dedica a recatar a las personas y a solucionar problemas concretos sin mirar a largo plazo.

-Plantea en el libro que la izquierda lleva décadas a la defensiva.

La prueba está en que heredamos de nuestros antepasados una serie de derechos e instituciones y ante las cuales nos hemos visto obligados por la presión neoliberal y las políticas de recortes desplegadas tras la crisis a mantener una posición defensiva. Defender la sanidad y la educación pública, las pensiones... Esos logros los heredamos de las respectivas luchas de nuestros antepasados. ¿Qué logros vamos a dejar nosotros a nuestros descendientes? A este paso pocos, porque estamos ocupados en defender logros conseguidos y no en crear nuevos.

-¿El 15M es nuestra última utopía fracasada?

Sí. El 15M tuvo un momento claramente utópico. Incluso adoptó una forma utópica en la famosa acampada en la puerta del Sol. La utopía destelló fugazmente, pero duró muy poco. El problema que tuvo el 15M es el problema que tienen los movimientos de izquierda en la posmodernidad, que es el de la perdurabilidad. El 15M duró lo que duró y desapareció. Es verdad que se transmitió a través de ciertos canales y se transformó y dio lugar a formaciones políticas, asociaciones o medios de comunicación. No fue en vano. Aún hoy hay herencias de este que merecen la pena, pero en tanto que movimiento de transformación el 15M fue fugaz. La formación política que brotó directamente del 15M y que asumió algunos componentes utópicos apenas ha tardado dos años en desutopizarse.

-¿Pero esa desutopización ha sido por elección propia o ha sido por la presión del sistema que los ha intentado destruir?

Tiene mas de autodesutopización. El ejemplo que pongo en el libro es la renta básica universal. Al principio iba en el programa de Podemos y recibió todo tipo de improperios. Cuando percibieron en esa formación que la defensa abierta, directa y constante de la RBU podía conferirles mala prensa o alimentar prejuicios en su contra, la propuesta tal cual desapareció del programa. Ahora defienden sustitutos a la baja, sucedáneos. Así y todo, es justo admitir que logros como el reciente aumento del salario mínimo justifican sobradamente la existencia de Podemos.

-También plantea en el libro la reducción de la jornada laboral, algo que siempre está en el debate en Francia y que hace poco planteó Podemos. La propuesta ha pasado sin pena ni gloria y se ha sacado rápidamente de la agenda política y mediática.

La reducción de la jornada laboral, al igual que la RBU, son medidas perfectamente lógicas y realizables y a la vez utópicas. La utopía no es contradictoria con lo realizable. Estas dos medidas nos sirven para demostrarlo. La reducción de la jornada laboral apunta a cotas más altas. Es importante plantear las 34 horas semanales o el fin de semana de tres días. Más con la precariedad laboral que tenemos.

-Plantea incluso que la robotización puede ayudar a esa reducción de la jornada laboral.

La reducción de la jornada laboral y la RBU son dos propuestas de transformación social que adquieren sentido junto a la automatización del trabajo. Esa automatización crecerá y ante este escenario hay dos opciones: la distópica tradicional de que todo va a ir a peor y las máquinas nos robarán el trabajo y la otra lectura utópica, crítica y edificante que ve este cambio como una oportunidad para exigir la reducción de la jornada laboral y la RBU. Quizá nos encontremos en el futuro que el trabajo disponible es escaso. ¿Le va a interesar al sistema capitalista tener tasas de paro del 50 %? Yo creo que no. El sistema capitalista necesita tener un amplísimo ejército de consumidores y en esos niveles de desempleo el consumo caería.

-¿El sistema se hundiría?

Claro. Nos encontramos en una tesitura en que el propio sistema es el mayor interesado en que se reduzca la jornada laboral y en aplicar algo parecido a la renta básica universal. Pero para que eso sea posible no debemos confiar en que el sistema lo aplique, sino que hay que apoyar esas medidas, divulgarlas y trabajarlas. Cuando en los años 40 y 50 y el keynesianismo lo dominaba todo, cuando iban los neoliberales a las universidades y presentaban su programa les tachaban de locos. El sentido común de entonces decía que la economía debía contar con cierta regulación estatal. Pero Friedman, Hayek y sus acólitos trabajaron esas ideas hasta que llegó su momento. Las ideas políticas y los cambios políticos se producen con las crisis. Por ello, hay que estar preparado para que cuando llegue la crisis puedas plantear ideas alternativas.

-Eric Hobsbawn, Josep Fontana y otros historiadores y economistas marxistas plantean que ese éxito de las ideas socialdemócratas o keynesianas fue gracias a la presión del socialismo real y al miedo que el capital temía a la revolución proletaria que había triunfado en la URSS. Cuando la Unión Soviética cae ya hay vía libre para el neoliberalismo.

Todo coincide. Cuando llega la crisis del keynesianismo el socialismo real está a punto de desaparecer. Y con la caída de la alternativa ya no hace falta pactar con el trabajo. Con la última crisis del 2008 se ha demostrado que la izquierda no tenía una alternativa o propuesta que ofrecer. La izquierda se ha dedicado desde finales de los años 70 a trabajar cuestiones culturales e identitarias: los derechos de los gays, de las minorías étnicas, los derechos de los animales o el medio ambiente. Pero en economía hace ya muchas décadas que no se ha propuesto nada novedoso.

-Es muy crítico con las distopías, pero alaba una: 'El cuento de la criada' ( The Handmaid's Tale). ).

El problema no son las distopías en sí mismas, que cumplen una función valiosa de crítica social, sino el monopolio distópico en el que nos encontramos. El hecho de que solo tengamos distopías y no utopías. Mientras las utopías y las distopías estuvieran equilibradas en la balanza no habría problemas. Pero hoy tenemos distopías sin utopías. Hay una carencia de utopías sociales.

-'El cuento de la criada' ha servido para el movimiento feminista.

El cuento de la criada, y no solo esa distopía, ha servido. Yo distingo distopías totales y distopías parciales. Las primeras son aquellas en las que el sistema opresor no es derrotado, mientras que en las segundas el protagonista sí que es capaz de derrotar al sistema imperante. El cuento de la criada va en la dirección de las distopías parciales porque apunta a una revolución en el seno de ese país ignominioso y a la derrota patriarcal que nos relata. En ese sentido sí que tiene un elemento edificante y que no nos lleva a la desesperación y al derrotismo. Representa el proceso gradual de liberación de las oprimidas en el seno de un país. Se ha convertido en un símbolo de la lucha feminista, así y todo El cuento de la criada en cuanto que distopía limita su acción reivindicativa a la protesta. Protestar es imprescindible, hay motivos de sobra, pero solo con la protesta no vamos a cambiar las cosas. Hacen falta utopías que además de cuestionar el presente nos ofrezcan una sugerencia de cómo mejorarlo.

-En ese optimismo utópico que plantea subyace un pesimismo sobre la actualidad. Pero defensores del actual modelo podrían criticar el libro acusándolo de tener una visión eurocéntrica. Cierto es que en Occidente las cosas están peor, pero en China, India o Brasil, por poner tres ejemplos, millones de personas han conseguido salir de la pobreza. ¿No cae en una visión demasiado etnocéntrica?

Es importante no confundir utopía con optimismo. El utópico no es precisamente un optimista, puesto que lo que hace es cuestionar el presente. El utópico reconoce el mal en el mundo y lo sufre intensamente. Pero en lugar de refugiarse en la desesperación plantea que las cosas pueden mejorar.

-¿Pero la situación y expectativas fuera de Occidente son tan pesimistas?

Podría ser un reproche al libro y a mi obra. Muchas personas han salido de la pobreza en esos países emergentes y ante eso no tememos más que felicitarnos, lo que es una prueba más de que el progreso existe. Y por tanto no creo que sea contradictorio con lo que sostengo en el libro, que es una visión no metafísica del progreso. No hay progreso necesario, pero es obvio que la humanidad ha progresado. Concibo la utopía como un género literario, como un tipo de deseo y como una práctica política que tiene en Occidente su ser. Eso no significa que no haya escritores utópicos en países no occidentales, pero la sede de la utopía es Occidente. Occidente también goza de muy mala prensa y se le achacan todo tipo de males, pero es en ese occidente donde brotó ese deseo emancipador universal que tras las vacaciones posmodernas hemos abandonado y que haríamos bien en recuperar. Puede que la visión que planteo peque de etnocéntrica, pero la sugerencia es la siguiente: todas las culturas tienen cabida en ese futuro mejor en el que soñamos. Ese futuro postcapitalista. Pero dentro de esa diversidad cultural seguramente deberían regir a nivel político los principios occidentales de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Obviamente, si alguna tradición o cultura no occidental conciben algún día un marco político transformador mejor que el ilustrado, haremos bien en adoptarlo. Pero de momento, no ha sucedido.

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