El sumario 304: la última fuga de San Miguel de los Reyes
El 30 de julio de 1962, sobre las dos menos cuarto del mediodía, Fermín entró en pánico. A sus treinta y dos años llegó a dudar incluso de su capacidad para hacer una suma. Por si acaso, comenzó el recuento de nuevo. Esa discrepancia entre números solo podía ser fruto del calor y el cansancio. ¡Cómo iba a estar ocurriéndole a él algo así, durante su servicio, a plena luz del día! Henchido de rabia, les obligó a repetir hasta tres veces más, brazo en alto, los arriba a España y a Franco, para intentar robar algo de tiempo a la realidad y recuperar la fuerza necesaria para hacer saltar todas las alarmas. Porque sí, no había duda: faltaban once presos en la prisión de San Miguel de los Reyes.
De capital de la República a Valencia del Cid
Tras el fin de la guerra, en València, donde dos años antes se había refugiado el gobierno de la II República, se apelotonaban miles de republicanos tanto en sus cárceles como en otros espacios habilitados para concentrar a la nueva población reclusa. Por ejemplo, el convento de Santa Clara para presas políticas o la plaza de toros transformada de la noche a la mañana en campo de concentración. El antiguo monasterio de San Miguel de los Reyes, que originariamente fue una alquería andalusí, situado a las afueras de la ciudad, rodeado de huerta y de cielo, ya era presidio desde las postrimerías del siglo XIX, por lo que fue rápidamente convertido en uno de los principales espacios carcelarios para presos políticos, llegando a reunir hasta cuatro mil hombres los primeros años de posguerra.
El “Good bye, Lenin” valenciano
Allí, desde el 1 de abril de 1939, fueron amontonándose miles de presos, entre ellos el que fuera alcalde republicano de València durante la guerra y que, a la sazón, había protegido la talla de la Virgen de los Desamparados ocultándola en una dependencia del ayuntamiento. Se llamaba José Cano Coloma y su vida podría haber servido de inspiración al director de la película “Good bye, Lenin” porque, al igual que su protagonista, consiguió engañar a su madre anciana y enferma, y hacerla creer que vivía a salvo en el exilio suizo.
Esta historia la conocemos gracias a que algunos de los supervivientes dejaron constancia escrita de su paso por San Miguel. Son estas memorias las únicas fuentes con las que contamos los historiadores para reconstruir la vida carcelaria de este antiguo monasterio, ya que en los archivos no hemos hallado rastro de los expedientes penitenciarios de quienes estuvieron allí recluidos durante el periodo de la dictadura.
Las otras fugas
No era la primera vez que se producía una evasión en el antiguo monasterio cisterciense. Ya en 1946 se escaparon cuatro presos anarquistas horadando un túnel cerca de la cripta de Germana de Foix —fundadora del monasterio—, mientras las autoridades penitenciarias pensaban que estaban construyendo un pozo. Aquellos cuatro hombres, de los que no hemos podido recuperar los nombres, salieron indemnes de la estrecha galería, según el testimonio de los antiguos presos políticos Juan Busquets e Isidro Guardia. De esa aventura, la arqueología logró recuperar el estrato de tierra que atestigua la fuga y, también, una taza y un antiguo candil del XIX que pudieron servir de iluminación a los fugados. Hubo al menos otra fuga, en 1954, aunque esta vez malograda, en la que participó el propio Busquets. Unos cuantos penados se descolgaron de los muros, agarrados a unas telas de saco anudadas a modo de cuerda. Ninguno consiguió escapar. Y Juan, por si la desgracia fuera poca, cayó a una acequia y se rompió ambas piernas.
El sumario 304
El 30 de julio de 1962 fue diferente. Once presos lograron escapar de la cárcel de San Miguel de los Reyes. Hasta ahora sabíamos de este hecho gracias únicamente a la hemeroteca, porque la prensa se encargó de pregonar a los cuatro vientos los nombres de los fugados: Antonio S. S., Amador M., Ramón T., Escolástico M. C., Eustaquio C. P., Emilio R. M., Enrique A. M., Antonio B. L., Alfonso G. S., Manuel B. y Francisco D. E. Por contextualizar, estos hombres se fugaron el mismo año en que tuvo lugar la crisis de los misiles, se rodó “Atraco a las tres” y se casaron Sofía y Juan Carlos, que por deseo expreso de Franco se convertirían en reyes de España tras su muerte.
Sesenta y un años después, quienes firmamos este artículo nos tropezamos —casi literalmente— en el Arxiu del Regne con el expediente del Sumario 304, que se abrió, por parte del Juzgado número 3 de València, el día después de la evasión para determinar si los funcionarios de prisiones de San Miguel de los Reyes habían incurrido en un delito de “infidelidad en la custodia de presos”. Nuestra emoción, al leer estas seis palabras mecanografiadas, fue desbordante. Nos hallábamos ante una documentación, inédita y prolija —más de 27 caras de folio mecanografiadas—, que describe al detalle la última fuga del penal franquista de San Miguel de los Reyes.
La modesta evasión
Fermín, el hombre que el 30 de julio de 1962 entró en pánico al hacer recuento de prisioneros, fue uno de los tres funcionarios investigados en aquel proceso. Los otros se llamaban Manuel y Julio. Sus apellidos no los conocemos. Fueron tachados por el personal del Arxiu del Regne en aplicación de la normativa de protección de datos, ya que hace poco más de seis décadas que se produjeron los hechos y, por tanto, con un poco de suerte, puede que sus protagonistas sean nonagenarios que todavía recuerden aquel mediodía en que temieron convertirse en esos otros a quienes vigilaban cada día.
Fermín, por necesidad, hubo de repasar mentalmente todas sus acciones previas al momento del recuento de presos cuando, a las 13:45 del 30 de julio, después de la comida, se dio cuenta de que faltaban once. Recordaría entonces que aquella mañana había pasado por todas las dependencias dedicadas a los trabajos de carpintería y que no observó nada que se saliera de lo cotidiano. Tras apercibirse de la evasión, Fermín, Manuel y Julio “hicieron requisa general por todos y cada uno de los departamentos” y fue solo entonces cuando se tropezaron con el agujero de entrada a la galería subterránea. Una abertura que como una boca de lobo podía engullirles a ellos por pura incompetencia.
“Las máquinas (...) situadas delante mismo [del orificio del túnel], dejaban un espacio muy estrecho, de escasamente unos 40 cm.(…) [para pasar] y como además el suelo aparecía con mucho serrín y algunos desperdicios de madera, no existía signo alguno visible de la existencia de dicha boca de galería”. Esto fue lo que Fermín declaró ante la comisión judicial que se constituyó a medianoche del mismo día “en el lugar del hecho”: la sección de curvado de madera.
Prisión y fábrica clandestina
En los primeros años de la dictadura, San Miguel de los Reyes, más que una prisión, parecía una fábrica de muebles. La implantación de la redención de penas por el trabajo que ideó el franquismo fue, en palabras del historiador Julián Casanova, “un excelente medio de proporcionar mano de obra barata a muchas empresas”. Además de la sección de curvado de madera, en la cárcel existían otras dedicadas exclusivamente a las labores de carpintería, tapizado, empapelado y barnizado en las que trabajan unos doscientos reos, de cuatrocientos en total. De hecho, en la Memoria de Redención de Penas de 1950 se llega a destacar que en “la Prisión Central de San Miguel de los Reyes (...) la producción sobrepasa el millón de pesetas”. Una cifra cuyo valor hoy día sería de casi 83 millones de las antiguas pesetas, es decir, unos 500.000 euros.
Aunque no solamente se dedicaban a la industria del mueble. Según consta en la Memoria de la Dirección General de Prisiones, en 1962 este penal destacaba también por el trabajo en la piel y el calzado y por su rendimiento sobrado en el taller de cestería, llegando a producir en ese año 186.113 piezas para su posterior venta.
El túnel secreto
La galería subterránea se hallaba junto a la pared debajo de un gran ventanal, en lo que actualmente es el salón de actos de San Miguel de los Reyes, cuya entrada se encuentra en el ala sur del patio pequeño. Según hizo constar la comisión judicial, el agujero estaba “tapado por una tabla de madera, cuadrada, recubierta con una capa de hule (…)[que] deja al descubierto un agujero en el suelo de 75 cm. de largo por 55 de ancho y 70 de profundidad, aunque a medida que se avanza, se desciende más. El paso por esta galería, dada su estrechez, solo puede hacerse arrastrándose, como personalmente comprueba Su Señoría”. Y es que el juez, al parecer, se internó en el túnel para cerciorarse in situ de sus características. Debió de ser toda una experiencia para sus subalternos ver a un magistrado reptar por un agujero de tierra. Fue entonces cuando comprobaron además que “en dicha mina de ocho metros de larga, habían colocado unas bombillas tomando la corriente de la instalación del mismo taller”.
Una fuga cara al Sol
Los once presos llevaban más de ocho meses planificando al detalle la evasión. Desde septiembre de 1961, diariamente, fueron horadando la galería subterránea. El primer día “prepararon un marco de madera que colocaron en la boca del pasadizo, con su tapa correspondiente, la que cubrían con serrín, para de esta forma ocultarla”. “Levantada la tapa, después del recuento, se introducía uno en el boquete, tapando este a continuación los que quedaban en el exterior, y el que se ocultaba se dedicaba a ir socavando el terreno. La tierra que iban extrayendo, aprovechando los sacos que en la carpintería tienen para el envasado de serrín, los solían emplear ellos para sacar dicha tierra que luego escondían en unos calderines que hay en el mismo taller y junto al lugar de la excavación”.
Unos días antes de terminar el túnel establecieron el plan de huida: “Habían calculado que la salida del subterráneo coincidiera frente a una higuera cercana a un corral de cerdos (…) a unos veinte metros de distancia, (…) donde se despojarían de la ropa de penados y se organizarían en dos grupos para (…) penetrar en Francia por el Valle de Arán”. También tenían un 'Plan B', por si la fuga hubiese sido detectada enseguida, tal y como relató Francisco a un sargento de la Guardia Civil, tras ser detenido a nueve kilómetros de la prisón, en Albuixech, pocas horas después de la evasión. Tenían previsto alquilar un coche con las 150 pesetas que habían conseguido recabar cada uno de ellos en esos meses a base de convencer a los ordenanzas de que les cambiaran los vales del economato por moneda en curso legal, algo que estaba prohibido en San Miguel de los Reyes. También pensaron en robarle el arma a un sereno.
Según la confesión de Francisco, “la perforación la terminaron por la mañana del mismo día en que se fugaron (…), dejándola preparada (…) sobre las 12:30 minutos, ya que en ese momento el Sol da de cara sobre la fachada en que estaba la boca de salida, y por lo cual, los centinelas, al procurar ampararse de la sombra de las garitas, dejan de ver el exterior”. Sin embargo, en cuanto salieron del túnel, escucharon a una mujer gritar en la casa que hay junto a la higuera y “emprendieron la huida a la carrera”.
El final de la escapada
El 3 de agosto ya habían sido capturados cuatro: Alfonso, Eustaquio, Enrique y Francisco. El 5 de agosto la Guardia Civil apresó a Emilio en Tarragona. En Guadalajara, el 20 del mismo mes, fueron prendidos Amador y Antonio. La causa recogida en el sumario 304 quedó sobreseída el 2 de octubre de 1962. Y el 23 de marzo del año siguiente encontraron a Escolástico en Barcelona. No sabemos qué ocurrió con los otros tres fugados: Manuel, Ramón y el otro Antonio. En marzo del 63 perdemos el rastro a los protagonistas de esta historia. Pero lo que sí podemos afirmar a ciencia cierta es que su evasión, a pesar de su parcial fracaso, sirvió para sentenciar a muerte el uso carcelario del antiguo monasterio de San Miguel de los Reyes.
San Miguel de los Reyes, resignificado
En 1966 en Consejo de Ministros quedó traspasado el uso del edificio a la Diputación de Valencia. Desde entonces ha sido almacén de vehículos y de despojos de desahucios e incluso un colegio. En la actualidad se encuentran dentro de sus muros la Biblioteca Valenciana, la Acadèmia Valenciana de la Llengua, la Dirección General de Cultura y Patrimonio; y el Aula Didáctica de Memoria Democrática. Es alentador comprobar que donde en el siglo pasado se reprimía a demócratas, ahora se atesoren libros y se promuevan los saberes.
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