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La historia del día que vino a mudarlo todo: '14 de abril', de Paco Cerdá

El escritor valenciano Paco Cerdà.
22 de octubre de 2022 23:14 h

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“Acabas de morir.

Nadie lo sabe, Emilio, pero tú estás muerto.

No lo sabe Visitación, que andará dormida en casa.

No lo saben tus hijos, dos niños y una niña ya sin padre nuestro“.

 Así arranca la obra ganadora del II Premio de No Ficción de la editorial Libros del Asteroide, 14 de abril. Un inicio, tan cargado de literatura como desprovisto de artificio, que está destinado a integrarse en el podio de los mejores comienzos de la narrativa contemporánea. Paco Cerdà, su autor, es un periodista y editor valenciano nacido en el ecuador de la década de los ochenta, que ya cuenta en su haber con otros dos libros publicados: El peón (Pepitas, 2020; Mejor Libro del Año en España en los Premios Cálamo, traducido al francés y que será adaptado al cine y publicado en Estados Unidos en inglés) y Los últimos (Pepitas, 2017).

Las horas canónicas y el Apocalipsis

Paco Cerdà, más que un libro, ha construido un caleidoscopio con el que nos devuelve el reflejo de escenas —algunas pocas icónicas, la mayoría inéditas— de un día que cambió el devenir histórico de España. Una labor intrincada y minuciosa que le ha obligado a trabajar durante dos años cual ratón de biblioteca, husmeando entre libros académicos, hemerotecas digitales e incluso dietarios y cartas. El autor recuerda que la primera de las tareas que acometió fue imprimir sobre papel DIN-A3 todos los diarios que se publicaron el 15 de abril de 1931 a lo largo y ancho del país, predispuesto a trazar con rotulador rojo los primeros surcos del camino. Desde el principio del proceso se acompañó de un objeto que, como buen fetichista, compró deliberadamente: un duro con la efigie de Alfonso XIII fechado en 1898, que le recordaba que aquel hombre que nació rey “acabó en la misma caja que los peones y lejos del tablero que un día dominó”.

En su reconstrucción metódica de aquella jornada, como buen profesional, no dejó espacio a la improvisación. Secuenció en un documento excel los diferentes sucesos que iba descubriendo y desempolvando de la arena del tiempo. Porque no se ha limitado a hacer arqueología de los hechos más destacados, es decir, aquellos que ocuparon las portadas de los periódicos y que acabaron por formar parte del imaginario republicano postrero, sino que ha conseguido iluminar con historias nuevas todas las franjas horarias que componen el rompecabezas de un día. Para ello se ha valido de una original estructura, no exenta de simbolismo: las horas canónicas. El autor ha dividido el tiempo a la manera medieval, la que regía el ritmo de la vida en el Occidente cristiano, marcando el inicio de los distintos rezos que componen la jornada monacal: Prima, Vísperas, Tercia, Sexta, Nona, Maitines y Laudes. Cerdà quiso que el peso de la Iglesia, cuya reacción tanto tendría que ver con el cruento final de la II República, fuera una presencia invisible pero latente durante todo el libro.

No es esta la única decisión creativa que toma el autor en este sentido. También alude al Apocalipsis a través de sutiles metáforas, que, como el eco tenue de una trompeta lejana, se cuelan en la narración para evocar que esa misma semana de abril de 1931, según la liturgia del rito tridentino, en las iglesias de todo el país se preparaba la lectura de ese capítulo bíblico que augura el final del mundo. Un ejemplo elocuente de cómo la realidad es a veces más irónica de lo que la literatura se atrevería.  

Mil y un muertos siguen siendo mil

El mayor acierto de la obra de Cerdà reside en la jerarquización de las historias que relata. No son las peripecias de Alfonso XIII, humanizado y diminuto en sus últimas horas de monarca, las primeras en contarse. Ni siquiera lo son las reuniones clandestinas de esos prohombres cuyos apellidos aún se hallan diseminados por los callejeros de España, como Gregorio Marañón o el Conde de Romanones. Cada franja horaria se inicia con el nombre, destacado en negrita, de uno de aquellos personajes anónimos de la Historia para quienes aquel día de júbilo popular supuso el último de su vida: Emilio, encuadernador en paro; Cándida, pescadera, sindicalista, esposa y madre; Teresa Claramunt, rebelde propagandista; Francisco, un niño todavía (...) con el vientre reventado; Antonio, un chaval de Cuatro Caminos; y Eduardo, un soldado a cuyo cadáver ese día nadie supo ponerle nombre. Son los nadies de los que hablaba la poeta polaca Wisława Szymborska.

“La historia redondea los

esqueletos por decenas.

Mil y uno siguen siendo mil.

Ese uno es como si no

existiera“.

El primero de todos ellos es con el que arranca el ensayo: Emilio Arauzo Honorio, quien se vio acorralado por la violencia de los solados monárquicos que intentaban aún frenar lo inevitable. Para imaginar sus últimas horas, el autor se inspiró en la foto que le captó —incomprensiblemente— al borde de la muerte. 

“Una bala te ha entrado por la espalda y ha salido por tu vientre. Tienes otro balazo en la mano derecha. La sangre es escandalosa sobre la camisa blanca. Las curas de urgencia en la clínica de la calle Tamayo no bastan. El traslado al Equipo Quirúrgico del distrito Centro sirve para que un fotógrafo te retrate con vida por última vez. (...) Eres el único que mira a cámara, ojos entreabiertos, rostro exhausto, boca subsumida por el bigote. Así te consumes antes de que den las seis. Tu cuñado, que te perdió con los disparos, anda buscándote por todas las casas de socorro. No ha ingresado ningún Emilio y eso lo ha calmado. Aún no ha leído tu nombre en el periódico de la mañana, que narra la batalla campal de anoche. (...) Aún no sabe que has muerto”.

14 de abril, como pueden comprobar, no es un ensayo al uso sino, más bien, una crónica literaria que cabalga, tal y como el propio autor la define, muy cerca de la novela de no ficción: a ratos trepidante, como una trama de novela negra; a ratos íntima, como un soliloquio inesperado; a ratos minuciosa y prolija, como un buen texto académico de consulta. Todo ello revestido de una prosa esmerada y preciosista, que busca la verdad como un pintor flamenco se luce en la representación de lo nimio, deudora del estilo de grandes escritores a los que Cerdà admira, como Ramón J. Sénder y Chaves Nogales, y de otros más actuales, como Emmanuel Carrère o Gay Talese. Puede considerarse esta obra como el capítulo que engarza los Episodios Nacionales de Pérez Galdós con los de una guerra interminable de Almudena Grandes. Por cierto, vio la luz el mismo día que la novela póstuma de la escritora madrileña.

El inesperado lugar del que brota una idea

Cuando Paco Cerdà decidió que iba a intentar reconstruir el 14 de abril, desde todos los ángulos posibles y abarcando todas las horas transcurridas, no estaba mirando una fotografía antigua, ni abrumado por la emoción en un acto de reparación histórica. Normalmente, el destello de las mejores ideas brota en los lugares más inesperados. Una noche cualquiera, en la cola de una pizzería, Cerdà recordó el título del ejemplar que le esperaba apilado en su escritorio, como una de tantas promesas de lecturas que a veces nunca llegan. Era 14 de julio, de Éric Vuillard, que narra episodios desconocidos sobre la Revolución Francesa. Mientras esperaba su turno, seguramente envuelto por el ruido de música y el barullo de las voces cruzadas de los clientes del restaurante, se preguntó cuál es el día que marca, como la toma de la Bastilla, el punto de giro de la historia contemporánea de España. Y fue así cómo, pocos minutos después, ya en casa, buceó por internet a la búsqueda del libro que había empezado a imaginar y que no podía creer que nadie se hubiera planteado hasta entonces. Pero así era. No existía nada parecido a la obra que acaba de publicar, dos años y pocos meses después de aquella espera.

Un cambio de perspectiva

“Ya no es un corte limpio en la historia”, nos dice cuando le preguntamos qué significa ahora para él esa fecha. “He visto las gotas de sangre derramada. Pocas pero innegables, sobre todo cuando adquieren rostro, nombres y apellidos, un pasado, una vida. Entonces nunca puedes afirmar que esas víctimas sean pocas”. Nos cuenta cómo le ha cambiado la perspectiva sobre el bloque que se enfrentaba a la monarquía: “No era monolítico. Había una gran amalgama de sensibilidades diferentes conjuradas en torno al Pacto de San Sebastián, pero cada una vivió ese día de una manera: los anarquistas tan desconfiados, los comunistas minoritarios pero ya conscientes de que aquello que se fraguaba no era exactamente lo que querían... Tampoco puedo dejar de pensar que el 14 de abril fue una fortuna para el devenir de este país porque rompió con la España del caciquismo, del Antiguo Régimen, de un cúmulo de injusticias sistémicas intolerable, pero, al mismo tiempo, tampoco puedo dejar de pensar en la historia como ese tren desbocado que se lleva tantas vidas por delante”. 

Un viaje en el tiempo

Le preguntamos a dónde iría si pudiera viajar en el tiempo hasta el 14 de abril de 1931 y, en el silencio que sigue, se puede palpar su emoción cuando chasquea la lengua y contiene el aliento mientras busca en su mente la mejor respuesta, casi como si de ella dependiera que se hiciera posible. Finalmente contesta que se iría a Segovia a hablar con Antonio Machado, porque se quedó con las ganas de integrarle en su retablo; también se colaría en las casas de la aristocracia que observaba tras los visillos cómo su mundo se derrumbaba; después subiría al barco del rey abdicado para entrevistarle; e indefectiblemente acudiría a la clínica en la que murió Emilio. “No le preguntaría nada, porque me parecería obsceno, pero le cogería la mano, sí. Y le diría que no se preocupara, que Visitación estará bien. Sería la única ficción que me permitiría”.

Paco, electricista y concejal

Puede que los escritores a veces crean saber de dónde surgieron sus historias, el momento en que les asaltó La Frase con mayúsculas. Sin embargo, son más las ocasiones en que desconocen el origen real de la semilla que hizo germinar la idea. Al mismísimo Steven Spielberg, contador de cuentos millonarios, fue James Lipton, el decano e icónico presentador del Actors Studio, quien le hizo ver que el lenguaje que creó para los extraterrestres de Encuentros en la tercera fase era un homenaje a las profesiones de sus padres: música ella e informático él. En este caso, puede que la inspiración viniera de otro Paco, un electricista de Genovés al que el 14 de abril de 1931 todavía le quedaba mucho por hacer, hasta llegar a ser concejal de sanidad, antes de que una bala de fusil acabara con su vida en el cementerio de Paterna. Cada fin de semana, desde un lienzo colgado en la pared de la casa familiar, el rostro pintado de aquel hombre mira a Paco Cerdà, su bisnieto, como una ausencia siempre presente. Puede que sean esos ojos, y no el libro de Vuillard, los verdaderos culpables de este ensayo.

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