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Jardín del Turia: un proyecto incompleto (y 2)

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Como hemos visto en la primera parte de este artículo, el parque de 120 hectáreas que atraviesa la ciudad de oeste a este –oficialmente denominado Jardín del Túria- debe su origen a la última gran riada de octubre 1957, cuando se optó por la construcción de un nuevo cauce de desagüe al sur de la ciudad. Los 12 kilómetros de este nuevo canal, flanqueado por sendas autopistas, poco tienen que ver con la imagen de un río. Así que el río Túria se quedó detenido a las puertas de la ciudad, y sus aguas siguen fluyendo a través de las acequias de riego.Una vez eliminado el peligro de ‘la autopista por el viejo cauce’ se puso en marcha, en 1980, el plan especial para crear una zona verde en su lugar. Durante un tiempo, hubo quienes creían que haber construido un jardín en el lecho liberado fue una pérdida de la oportunidad para “solucionar” los problemas de tráfico en Valencia.

Una propuesta oficial de 1973 combinaba las funciones de parque y vía rápida metropolitana. Como se puede ver aquí, el tráfico de paso circularía por el cauce bajo los ojos pegados a los pretiles del río, y en los márgenes superiores, el tráfico local con una vía arbolada. Una opción que, como sugería el arquitecto Armando Llopis[1] en 2010, llegaba un poco tarde, cuando la idea del parque ya se había consolidado.

Los puentes y los pretiles

En las últimas cinco décadas se ha doblado su número, llegando a los veinte puentes actuales, una cifra excesiva si se compara con ciudades mucho mayores como París o Londres, y cuyo objetivo ha sido facilitar la accesibilidad motorizada. En ese proceso, resulta evidente que la protección legal de que gozan los pretiles y los puentes históricos, no se ha tenido en cuenta a la hora de proteger el conjunto del río, permitiendo ampliaciones en unos casos o excesos como en el del (mal llamado) puente de las Artes. Es como si en un edificio histórico monumental se permitieran sobreelevaciones de varias plantas sin ningún criterio estético o de uso. Adolfo Herrero dedicó un artículo al asunto en 2002, donde advertía del riesgo de seguir cubriendo el cauce como si fuera una acequia cualquiera[2].

El viejo cauce mantiene todavía sus pretiles y la configuración rectangular de su sección transversal, pero, evidentemente, tampoco es un río. Su efecto barrera, si bien naturalizado, subsiste. Y en las vías marginales que discurren a lo largo del cauce se han resituado los flujos de vehículos que no fueron admitidos en el propio lecho del río. De manera sutil se ha ido ampliando la capacidad de dichas vías marginales a costa de aumentar las dificultades de acceso a pie, y por ello, el Jardín del Turia no ha conseguido del todo ser ese remanso de paz en medio de la ciudad con el que muchos soñaban. Una transición adecuada del parque con sus riberas sigue siendo una asignatura pendiente.

Los pretiles son patrimonio de la ciudad desde que la Fàbrica de Murs i Valls canalizara el río a finales del siglo XVI. “Pero en el momento en que han perdido su función de contención de las avenidas desde el desvío del río, parecería oportuno plantearse la conveniencia de su preservación en puntos concretos del recorrido en que su eliminación aportaría un beneficio para  la estructura urbana mayor que preservando su totalidad” afirmaba la arquitecta Elena Azcárraga en un trabajo académico de 2007[3].

Bofill no deja ver el bosque

Volvamos a 1981, cuando el arquitecto Ricardo Bofill fue el encargado del plan especial del viejo cauce. Su intento de recrear un jardín neoclásico no fue unánimemente aceptado, pero el plan siguió adelante, aunque finalmente solo se ejecutaron dos de los once tramos proyectados, delimitados básicamente por los puentes, tal como se había fraccionado para su gestión.

Han transcurrido cuarenta años, y a ojos de hoy, con el agravamiento de los efectos de la crisis climática y la nueva mirada hacia el paisajismo, resulta lógico imaginar que el parque tendría otro diseño. La insistencia de nuestros estimados Miguel Gil Corell, Trini Simó y Just Ramírez sugiriendo la opción, bien diferente, de un bosque urbano, donde la vegetación, el arbolado, fueran los protagonistas en un paisaje continuo, no tuvo cabida. Bofill no deja ver el bosque fue el título de un artículo de Just y Carles Dolç[4].  

Cabe recordar que, en aquel momento, el parque más extenso de la ciudad se situaba en las 17 hectáreas del Jardín de Viveros. Y sabemos que los árboles y las plantas cumplen funciones medioambientales y de salud pública de primer orden: refrescan el ambiente, absorben agua de lluvia, emiten oxígeno, y eliminan el azufre y el dióxido de carbono del aire. Además, establecen un vínculo psicológico con la naturaleza y el campo.

Con el paso del tiempo, el espacio público fue acogiendo algunos equipamientos de dudoso encaje con el parque, especialmente grandes pistas deportivas. Un asunto que ahora habría que reconsiderar analizando otros espacios disponibles.

A favor del río

Pero lo que sin duda sería hoy imposible de asumir es la amputación del tramo final del río, por más que ese tramo apenas derivaba caudales sobrantes del drenaje de las grandes acequias. Así que, de nuevo, y tal como venimos haciendo en Iniciativa Túria, surge la reclamación que formuló de manera magistral otro compañero añorado, Antonio Estevan, en 2006:

La única forma digna de resolver la anómala situación que atraviesa el río Turia desde hace unas pocas décadas -un tiempo que no es nada en la historia de un río ni en la de una ciudad- es la de aplicar criterios acordes con los tiempos que corren, esto es, rehabilitar el río en su cauce histórico, en armonía con los jardines. En el cauce de un río permanente lo que tiene que haber es una corriente de agua continua hasta el mar, y hoy en día poner en su lugar representaciones acuáticas o evocaciones hidráulicas resulta estéticamente ridículo y ecológicamente inadmisible [5]

En esa línea, el pasado 22 de marzo dicho colectivo promovió un manifiesto, suscrito por buen número de entidades cívicas, en el que denunciaba que con el paso de los años el proyecto inicial del Jardín del Turia ha ido desfigurándose. El agua, que tendría que ser protagonista y nexo de unión de los diferentes tramos del parque, ha perdido protagonismo hasta desaparecer totalmente en numerosas partes. Además, en el tramo final, los problemas se han ido agravando: el Puerto desvió la desembocadura original y ha cubierto la conexión con el mar; el lecho del río entre el Grau y Natzaret, desfigurado por la nefasta instalación del circuido de F1, permanece abandonado, con problemas de contaminación de suelos y sedimentos, malos olores e inundabilidad, que los vecinos de los barrios adyacentes exigen solucionar. Cabe esperar que el recientemente anunciado concurso para el parque de desembocadura acabe reparando de manera satisfactoria estos desaguisados.

Por todo ello, el colectivo citado viene reclamando, desde 2007, la necesidad de recuperar el carácter fluvial del tramo urbano del viejo cauce. Dicha recuperación no solo es compatible con el uso actual del Jardín, sino que mejoraría sustancialmente su función y el paisaje.

Por otra parte, recientemente el ayuntamiento ha promovido un estudio para repensar el futuro del nuevo cauce. Así que ahora tenemos dos cauces y un río perdido para seguir reflexionando con la mirada puesta en el futuro. Un futuro que tiene la infraestructura verde como uno de los retos más urgentes a plantear.

Vuelvo al principio de este artículo doble: con todo lo analizado y criticado, mantengo que el Jardín de Túria sigue siendo es el mejor regalo de la València democrática, el de mayor impacto social y ambiental…aunque incompleto.

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[1] Historia de la Ciudad. Tomo VI. Proyecto y complejidad. 

[2] Colectivo TERRA CRÍTICA 16-6-2002 diario Levante.

[3] El Turia, un río expulsado, 2007.

[4] Diario de Valencia, 14-10-1981.

[5] Fragmento del artículo ‘El río’, diario El País 12-10-2007.

Como hemos visto en la primera parte de este artículo, el parque de 120 hectáreas que atraviesa la ciudad de oeste a este –oficialmente denominado Jardín del Túria- debe su origen a la última gran riada de octubre 1957, cuando se optó por la construcción de un nuevo cauce de desagüe al sur de la ciudad. Los 12 kilómetros de este nuevo canal, flanqueado por sendas autopistas, poco tienen que ver con la imagen de un río. Así que el río Túria se quedó detenido a las puertas de la ciudad, y sus aguas siguen fluyendo a través de las acequias de riego.Una vez eliminado el peligro de ‘la autopista por el viejo cauce’ se puso en marcha, en 1980, el plan especial para crear una zona verde en su lugar. Durante un tiempo, hubo quienes creían que haber construido un jardín en el lecho liberado fue una pérdida de la oportunidad para “solucionar” los problemas de tráfico en Valencia.

Una propuesta oficial de 1973 combinaba las funciones de parque y vía rápida metropolitana. Como se puede ver aquí, el tráfico de paso circularía por el cauce bajo los ojos pegados a los pretiles del río, y en los márgenes superiores, el tráfico local con una vía arbolada. Una opción que, como sugería el arquitecto Armando Llopis[1] en 2010, llegaba un poco tarde, cuando la idea del parque ya se había consolidado.