El comisario Roberto Conesa –especialista de la Brigada Político Social en infiltraciones, entrenado por la CIA y jefe de la Brigada Central de la Comisaría General de Investigación Social en 1974– continuó engordando en las postrimerías del franquismo la lista de premios en metálico y felicitaciones por las operaciones cíclicas contra los grupos de la izquierda radical antifranquista. El policía, además, detuvo en 1973 a los presuntos responsables del secuestro de Felipe Huarte, el primer empresario secuestrado por ETA, y un año después recibió una felicitación y un premio en metálico de 25.000 pesetas por impedir el secuestro del conde de Barcelona en Mónaco.
Tras el atentado de ETA del 13 de septiembre de 1974 contra la cafetería Rolando de Madrid, situada a tiro de piedra de la DGS, Conesa es recompensado con 50.000 pesetas por las detenciones de los supuestos autores. Tanto en su expediente como en la rueda de prensa posterior a las detenciones, el comisario atribuyó falsamente al PCE una vinculación con el atentado que en realidad nunca existió.
A sus órdenes trabajaba por aquel entonces un desconocido policía llamado José Manuel Villarejo Pérez, aprendiz de las cloacas de las que, andando el tiempo, llegará a ser su máximo exponente. En 1975, la Dirección General de Seguridad propone conceder una cruz al mérito policial a Villarejo y la misma cruz con distintivo rojo al comisario Conesa. Aquel mismo año, en agosto, Villarejo participa en Madrid, a las órdenes de Conesa, en una operación contra el FRAP, “logrando la detención de la totalidad de los dirigentes”, y por la que cobró 25.000 pesetas de premio en metálico.
Otro policía de inquietante fama a sus órdenes es El Pelos (“que es como le llamo por su pelambrera a lo moderno”, explicó en una entrevista en ABC). Los detenidos de la oposición antifranquista lo apodaban Billy el Niño y su legendario historial de maltratos y torturas lo persigue hasta hoy. El inspector Antonio González Pacheco, de infausto recuerdo para sus numerosas víctimas, fue el alumno aventajado de Conesa. Su negro currículum lo resumió emocionado en el Congreso de los Diputados el actual vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, con algunos de los abundantes testimonios de las salvajes torturas de la Brigada Político Social.
El historial de Billy el Niño, publicado por eldiario.es, va en paralelo al de su maestro Roberto Conesa, del que era discípulo y amigo. En una operación contra el FRAP en julio de 1975, Conesa es recompensado con 30.000 pesetas y su discípulo El Pelos, con 20.000. El 30 de septiembre de 1975, tres días después de los últimos fusilamientos del franquismo de cinco militantes del FRAP y de ETA, el comisario es agraciado por la Presidencia del Gobierno con la Orden Imperial del Yugo y las Flechas.
Tras la muerte de Franco, a Conesa lo alejan de Madrid. El 22 de junio de 1976, el ministro de Gobernación Manuel Fraga lo nombra jefe superior de Policía en València, donde sustituye al comisario José de Oleza, otro histórico de la Brigada Político Social. En la capital del Turia fue el máximo jefe de la Policía valenciana hasta que el 30 de enero de 1977, el ministro de Gobernación, Rodolfo Martín Villa, lo llama desde Madrid para situarlo al frente de la investigación del secuestro de Antonio María de Oriol y Urquijo, presidente del Consejo de Estado, y del teniente general Emilio Villaescusa, presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar.
Lo primero que hizo cuando llegó a la capital fue reunirse con Billy el Niño y reagrupar a “sus niños” especializados en los GRAPO, un turbio grupúsculo infiltrado por Conesa y sus hombres.
“En general son los partidos minoritarios, y no los de masas, los que recurren a la violencia; y precisamente por ser partidos pequeños cuesta más trabajo infiltrarse en ellos”, explicó Conesa tras la liberación de Oriol y Villaescusa. Aquella legendaria operación le valió al comisario una recompensa de 200.000 pesetas, según su expediente, y el blanqueamiento mediático del personaje (con algunas excepciones: los reportajes del periodista Gregorio Morán en Diario 16, disponibles actualmente en el Archivo Linz, detallan el currículum del súperagente).
La periodista Pilar Urbano publicó una serie de reportajes en ABC sobre la actuación de Conesa en la resolución del secuestro a manos de los GRAPO que dan cuenta del blanqueamiento del histórico represor: “No es un hombre endurecido ni hosco, ni frío, ni muchísimo menos despiadado”, escribió.
“Mire, Pilar”, dijo Conesa en una comida con la periodista a la que no faltó la esposa del comisario, “no he dejado de asistir ni a un solo interrogatorio (...), ¡lo juro por mi alma que no he seguido más técnica que la del diálogo! (...) Le doy mi palabra de honor de veterano policía que no se ha tratado mal a ninguno de los detenidos”, sostiene Conesa ante la periodista, quien pregunta embelesada: “¿Cómo funciona su cerebro, Conesa?”.
El 2 de junio de 1977, el ministro de la Gobernación Rodolfo Martín Villa nombra al policía comisario general de Información, uno de los puestos clave, desde el que pilotará todo tipo de oscuras tramas relacionadas con la guerra sucia. El comisario tendrá así “plena dedicación habitual al servicio, sin límite de horario”.
El expediente de Conesa incluye las numerosas citaciones de la Audiencia Nacional (antiguo Tribunal de Orden Público, el organismo represivo por excelencia del franquismo) tanto a Conesa como a Billy el Niño por sumarios como el del secuestro de Oriol y Villaescusa o el asesinato de los abogados de Atocha.
González Pacheco compareció (tras varias citaciones) en este último juicio pero en casi todos los grandes procesos de la Transición Conesa y su alumno se escaquearon hábilmente de declarar ante el juez escudándose en “viajes al extranjero” y “servicios de represión del terrorismo”. Cada vez que lo citaban en la Audiencia Nacional, daba la casualidad de que El Pelos estaba “en el extranjero en servicios de interés público relacionados con la seguridad ciudadana”.
En el expediente de Conesa consta una interpelación del grupo socialista en el Congreso al Gobierno por el “hábito” de ambos funcionarios de no comparecer ante la justicia. Tampoco comparecerán en varios juicios por torturas (como, entre otros, el de los malos tratos denunciados por Pablo Mayoral, militante del FRAP y actual presidente de La Comuna de Presos del Franquismo).
Hoy, Billy el Niño –ya jubilado tras una larga etapa en la empresa privada– tiene un apartamento en Benicàssim, según descubrió el programa 360 grados de ETB. El ex agente de la Brigada Político Social conoció bien la costa castellonense cuando estaba a las órdenes de Conesa, al que acompañaba a reuniones con el mercenario y sicario de los GAL Jean Pierre Chérid, según el testimonio de su viuda en el libro Chérid, un sicario en las cloacas del Estado, de la periodista Ana María Pascual. La mujer contó que los comisarios Roberto Conesa y Manuel Ballesteros, junto con Billy el Niño, frecuentaban la terraza del restaurante del aeroclub que regentaban los hermanos Gilbert y Clément Perret.
Teresa Rilo, la viuda de Chérid, conoció a aquellos dos “tipos cordiales, atentos y educados” pese a las “divertidas advertencias” de su marido sicario: “Estos han sido gángsters, como los de las películas”, le decía. La familia, marselleses del milieu criminal parisino de los años 60, llegó a la costa valenciana huyendo literalmente a tiros de una guerra de bandas en la capital francesa. A los hermanos Perret siempre se les ha vinculado a la guerra sucia (y, singularmente, al atentado contra el Bar Hendayais). En 1985, en aquel mismo restaurante del aeroclub de Castellón, ETA asesinó a Clément Perret.
En el restaurante, entre “parrilladas de carne y de verdura”, coincidían estos inquietantes personajes con el comisario Conesa, “un tipo siniestro, de aspecto enfermizo”, al que siempre acompañaba Billy el Niño, “su mano derecha”. “Formaban un dúo curioso: el maestro y el pupilo; el hombre serio, de pocas palabras, y su vehemente alumno”, dice Teresa Rilo. En el juicio por el atentado del Bar Hendayais, por el que fue condenado y finalmente absuelto por el Tribunal Supremo el comisario Manuel Ballesteros, se descubrió que Billy el Niño era quien pagaba medio millón de pesetas mensuales a los supuestos confidentes que presuntamente cometieron el crimen, tal como publicó El País.
Maestro y pupilo, según el testimonio presencial de la viuda de Chérid, frecuentaban también la pizzería L'Appuntamento, uno de los epicentros de las tramas negras neofascistas durante la Transición. Por allí coincidían con terroristas italianos como Stefano Delle Chiae o Carlo Cicuttini, el cuarto pistolero del atentado contra los abogados laboralistas de Atocha, entre muchos otros personajes poco recomendables.
Otro de los sonados casos en los que se vio implicado Conesa fue el intento de asesinato, el 5 de abril de 1978 en Argel, del líder del Movimiento por la Autodeterminación y la Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC), Antonio Cubillo. En la bautizada Operación Mallorca, que dejó gravemente herido y en silla de ruedas a Cubillo, “Roberto Conesa, que por aquel entonces se hallaba al frente de la Comisaría General de Información, se encargó de llevar a la práctica toda la parte operativa”, afirma la historiadora Sophie Baby en El mito de la transición pacífica (Akal, 2018).
José Luis Espinosa Pardo, uno de esos oscuros personajes del tardofranquismo y de la Transición poco conocidos, fue un histórico infiltrado de Conesa en el FRAP (participó en su fundación) y en los GRAPO, entre muchos otros partidos, según los datos que aporta el periodista Federico Utrera en Canarias, secreto de Estado (Mateos López Editores, 1996). Espinosa, fallecido en 2016 y cuyo papel fue clave en la detención del comité central de los GRAPO en Benidorm el 9 de octubre de 1977, fue condenado a 20 años de cárcel por la Audiencia Nacional (salió en libertad en 1996).
Tras infiltrarse entre los independentistas canarios e incluso proporcionarles explosivos para cometer atentados en Madrid, Espinosa “hizo de puente entre el GRAPO y el MPAIAC”, sostiene el historiador Xavier Casals en La transición española, el voto ignorado de las armas (Pasado y Presente, 2016). Casals opina que “es difícil contestar a la pregunta de quién fue el responsable último del atentado contra Cubillo y la autonomía que tuvo Conesa al ordenarlo”. El valioso testimonio del infiltrado José Luis Espinosa aparece en el documental Cubillo, historia de un crimen de Estado.
La sentencia por el intento de asesinato de Cubillo alude a los “hombres de atrás” que impulsaron el atentado desde el “aparato policial” (en 1987, Espinosa y Conesa protagonizaron un careo judicial en el que se tutearon). “Ha resultado acreditada la intervención, junto a Espinosa, de otro u otros 'hombres de atrás' pertenecientes al aparato policial español de aquella época y que fueron también quienes tomaron la decisión delictiva”, reza la sentencia. En 1992, el Tribunal Supremo confirmó el fallo y solicitó la apertura de una nueva instrucción para identificar a los policías implicados.
Tras su jubilación en 1979 (año en que sufrió un infarto), Conesa desapareció del mapa. Existen versiones contradictorias sobre sus actividades después de 40 años en la Policía (algunos sostienen que se trasladó a vivir a Canarias y otros que fue jefe de seguridad de una empresa hotelera en República Dominicana). ¿Fue él mismo quien las difundió para despistar? “Algunas cosas es mejor que no se sepan nunca”, dijo en 2008 el director de los servicios de información durante la Transición, Andrés Cassinello...
El comisario Roberto Conesa murió el 26 de enero de 1994 a los 77 años de edad. Fue, tal como lo definió el escritor Jorge Semprún, “la imagen genérica de un pasado de violencia y de sangre”.
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