Dicen que las oportunidades o los trenes, solo pasan una vez en la vida. Menuda tristeza estar durmiendo cuando sucede algo así o ser un bebé y no poder hacer nada. La oportunidad cuando se pierde produce mucha rabia, claro, esa opción podría haberte cambiado la vida para siempre o no, pero al menos pensarás que elegiste bien, te arriesgaste y perdiendo o ganando, te demostraste que no tenías miedo al cambio, a lo diferente, a una nueva vida.
En las últimas votaciones acompañé a votar a mi padre, juntos pensamos que seguramente estábamos ante unos comicios históricos, como los de la ciudad de Valencia y el fin del Barberismo. Cuando uno cree que va a vivir algún acontecimiento histórico suele equivocarse. Se notaba entre las personas que frecuento cierta ilusión, ciertas ganas de ver una nueva España, pero claro, mi horizonte de predicciones se centraba en esas personas y en sus votos, aunque era consciente que rodearte de gente afín solo te regala una visión sesgada de la realidad. Llegó el momento clave del recuento, aunque no se demoró demasiado, el PP llevaba tanta ventaja que un adelantamiento iba a ser imposible.
Los ánimos se templaron, las esperanzas se tornaron en ridículas ilusiones sin fundamento, la sonrisa que nos decían llevar a las urnas, se desdibujó en una suerte de inexpresivo retrato cubista. No solo habían ganado, sino que nos habían borrado la esperanza, el ensueño de un país algo diferente. Somos lo que votamos. Esa idea era buena mantenerla en la mente, hacerla nuestra y ser realistas. Ni Pedro ni Pablo consiguieron que el motor del troncomóvil echara a andar, ninguno de los dos conquistó el corazón y la cabeza de suficientes personas para desbancar a Mariano. En Valencia ganó el PP, Compromís atemperó el ánimo argumentando que todo se debía leer el clave estatal, pero en el fondo todos sabemos que esto es un aviso. Es increíble como el director de campaña del PP supo esquivar la corrupción, y entender que su caladero de votos era lo único realmente importante, que el resto era una pérdida de tiempo, que salir en programas o lugares donde Mariano provoca urticaria no valía para nada, ¿para qué convencer a personas con las ideas claras?.
Rajoy tenía que parecer campechano, cercano al cuñadismo imperante, dejarse caer por la casa de sus amigos. ¿Un votante del PP verá El Intermedio, Al Rojo Vivo o le interesará un debate con “el Coleta, el naranjito y el guapo” (entiéndase la broma)?. Pues claro que no. Mariano quería asistir a entrevistas de campaña, pero de las tranquilas, de esas que se asemejan a una barra de bar con puro y copa. Comentó la Champions en “Tiempo de Juego” en la Cope, luego se quedó en “El partido de las 12” con Joseba Larrañaga, donde ya habían estado Iglesias y Rivera. Estar en la Cope hablando de fútbol es algo relajado, que lo acerca a la mayoría de oyentes, hablar del R. Madrid entre amigos es algo natural que se hace a diario en los trabajos, en las terrazas o en cualquier lugar ocioso, ¿quién le iba a preguntar algo de Bárcenas allí?. Sus asesores supieron entonces que existen ciertos programas y espacios en los que el candidato Rajoy se desenvuelve de forma magistral, nada encorsetado, porque a él y al PP lo que les molesta es hablar de desahucios o de Ley mordaza, ahí no se sienten tan sueltos, tan vivarachos. Lo mejor era que hablara de fútbol y que jugara al futbolín, ¿hay algo más español que el futbolín?, ya que a sus potenciales votantes no les interesa para nada hablar de Gürtel o de Púnica, ¿qué palabrejas son esas?. Lo importante es echarse unas risas con el futbolín y de compadreo con Bertín Osborne, que es un hombre bien y muy guapo para las mujeres.
En el programa “En la tuya o en la mía” se hicieron confesiones, se mostraron amables, condescendientes y hasta humanos. El presidente en funciones se remangaba y enseñaba la piel, esa piel que Floriano le decía a Cospedal que no habían sabido tener con los ciudadanos. La cúpula del PP, de un modo muy hábil, supo desquitarse de todos sus asuntos con la justicia, de sus casos de corrupción. Esa estrategia sí que pasará a los anales de la historia y seguramente se deba estudiar en la facultad de Ciencias Políticas. Omitir por completo la corrupción en sus entrevistas de buen rollo, y si se hace que parezca que el presidente estaba rodeado de un séquito de mezquinos ladrones, y que él está pagando, con su impoluta honradez, los estragos de otros. Había que recordar que Mariano y su gran labor como salvador de la economía española, era una víctima más, a la que por descontado le avergonzaba la actitud de “personas que ya no estaban en el partido”.
Frente a las acusaciones no había una sonrisa, sino Venezuela, el enemigo, pues, era Podemos. Venezuela, el chavismo, los radicales, los que quieren romper España... Y así con la campaña del miedo, del yo no sé nada y soy la víctima, se llevaron el gato al agua. La encuestas preconizaban un vuelco, un subidón de factura épica, aunque olvidándose de que los más callados a veces hacen saltar la banca. Pablo Iglesias tenía pólvora, mucha y en un estado magnífico. Pólvora que no quiso hacer estallar, prefirió una sonrisa, en vez de una campaña del miedo. Ese miedo al que los españoles pobres se tendrán que enfrentar cuando el Estado del Bienestar desaparezca y todos estemos hasta el cuello de mierda. Ese tren pasó, puede que venga un tercero, donde seguro que el PP ganará por mayoría absoluta.