A los ciudadanos del País Valenciano nos ha costado Dios y ayuda despertarnos del sueño opiáceo del Edén y tras 24 (1991) y 20 (1995) años de dominio abrumador pepero expresar, ¡¡por fin!!, nuestro descontento con tantos lustros de prepotencia, destrucción de la memoria y corrupción generalizada de pseudogobernantes y amigantes. Todo por la pasta. Todavía necesitamos bastantes dosis de terapia para entender nuestro comportamiento colectivo y discernir responsabilidades pero el caso es que los últimos resultados electorales nos redimen en parte y expresan un claro rechazo a seguir mandados por la prole de amorales que nos han puesto en el mapa a golpe de escándalos e indecencias varias.
Antes de la consulta yo manifesté a veces mi preferencia por una unión “previa” de la izquierda para evitar el castigo de la ley d’Hont (que se lo digan a los de Gandia) y defendía que frente a los ataques de “frentepopulismo” de la derecha (espantajo habitual al igual que sacar del armario el resquemor contra rojos y comunistas) había que contestar con toda contundencia: el único frente popular era el del PP donde se fundían desde la extrema derecha hasta el centro derecha y no les había ido mal. Además, tenían experiencia en pactos ex-post para desbancar a la izquierda (1991: Rita Barberá y su alianza con Unió Valenciana). Amigos y conocidos más metidos en harina no opinaban lo mismo. Era mejor ir cada uno con su “marca” y luego pactar con el “programa”. Quizá tuvieran razón y, por una vez, la división previa no ha impedido que los votantes del PSPV-PSOE, Compromís y Podemos (Ciudadanos es otro cantar) hayan superado en general a los votantes del PP y que incluso en muchos casos no necesiten la llave de Ciudadanos, partido emergente al que se han apuntado muchos exvotantes del PP y que genera una comprensible reticencia.
Hasta aquí llegó la riada como decimos por estos lares. Y ahora, ahora qué. Se supone que los receptores de los votos del rechazo deberían ponerse de acuerdo con rapidez y empezar a trabajar y a concretar. Pero llevamos ya diez días de goteo y ceremonia de la confusión. Quizá los actores del sainete lo tengan todo muy claro y solo quieran marcar el territorio imitando a la especie canina. Quizá se trate de jugadas de ajedrez, de maniobras espectrales en la oscuridad, de la incontinencia de generar noticies diariamente, de practicar el farol, de aprender el juego de cromos o quien sabe de qué. Pero a un servidor y a muchos de su reducido entorno ya nos está subiendo en exceso la bilirubina. Ojalá (Alá lo quiera) sea todo este lamentable espectáculo fruto pasajero de la impericia y/o de querer estar en el candelabro, en acertada expresión de una folklórica. Así y todo se lo podrían evitar, negociar en silencio y salir a la palestra cuando proceda.
No me corresponde, ni sé, ni quiero decirle a nadie, lo que debe o no hacer. Por otra parte, al lado de las atrocidades que la especie humana ha hecho, hace y hará (¿nos merecemos seguir existiendo?) quizá sea excesivo dar tanto pábulo al vodevil. Pero nuestra vida cotidiana sería sensiblemente mejor si se impusiera la decencia como deseaba Emilio Lledó, un magnífico espécimen que ayuda a mantener la esperanza. Si además recuperamos la memoria colectiva nuestra salud mental lo agradecerá. Que tomen nota los negociadores de turno. Si nos defraudan no habrá perdón.