La celebración de elecciones en la Universitat de València para determinar la persona que la dirigirá en los próximos años nos brinda a toda la comunidad universitaria una magnífica oportunidad para la revisión y el análisis del que hemos hecho, individualmente y colectivamente, en el pasado y para proyectar el que deseamos y el que creemos necesario para el futuro. Poner en diálogo esto con los programas y las ideas que nos ofrecen las dos candidatas y el candidato parece una razonable disposición personal para decidir el voto.
Seguramente serán estas las últimas elecciones a Rectora o Rector en que participaré. El pasado enero se cumplieron treinta y ocho años de mi incorporación como profesor a la actual Facultad de Magisterio, entonces escondida detrás de un acrónimo impronunciable (EUFPEGB), separada físicamente del resto de centros de la Universitat de València y dispersa en tres ubicaciones con unas condiciones indignas, las tres, de la consideración de centro de enseñanza superior.
Desde 1980 he conocido cinco rectores, y he participado activamente en la elección de cuatro de ellos, puesto que el profesor Colomer había sido elegido un año antes. De los cinco tengo recuerdos positivos, de unos más que otros, por sus actuaciones en relación con el centro donde trabajo y los estudios que impartimos. También por su actitud hacia las áreas en que he desarrollado mi actividad profesional, el valenciano y su enseñanza. Y también me parece que todos han ostentado con dignidad la condición de máximo responsable de la Universitat de València ante la sociedad a la cual se debe la institución y han expresado con firmeza el compromiso de la Universidad con el progreso del País Valenciano y la preservación de su cultura.
Presentar una candidatura al rectorado es un gesto de valentía y audacia, no exento de ambición, pero es también una manifestación de compromiso y generosidad que no puedo imaginar sin la confianza en un equipo que garantice el logro de los hitos propuestos. Y después toca explicar y defender las propuestas ante la comunidad universitaria. La campaña electoral es una magnífica oportunidad para conocer mejor la propia universidad, tan necesariamente diversa como inevitablemente dispersa. El reforzamiento de lazos con las compañeras y los compañeros de la candidatura es, a la vez, causa y efecto.
Como hemos tenido ocasión de comprobar en anteriores ocasiones, las propuestas de unos y otras no son radicalmente distintas, y la composición de los equipos y su talante supone un elemento importante a tener en cuenta. La crítica de algunas medidas o de la manera de implementarlas es absolutamente lógica cuando, como ha pasado tradicionalmente en nuestra Universidad, alguno de los candidatos concurre desde la condición de integrante del equipo rectoral que acaba su mandato. Lo que no parece razonable es la utilización de argumentos “ad personam” con el fin de buscar ventajas o descalificaciones sobre los adversarios.
Vuelvo ahora sobre los cinco rectores que he tenido ocasión de conocer. Los dos primeros, Colomer y Lapiedra, accedieron al cargo con poca o nula experiencia como vicerrectores: sólo el primero lo había sido, menos de dos años. Los tres siguientes, Ruiz, Tomàs y Morcillo, sí que tenían, si bien en grado diferente y, además, alguno de ellos dimitió meses antes y no concurría como vicerrector saliente. La edad con que accedieron al cargo, sorprendentemente, oscila mucho, entre los 43 años de Ruiz y los 59 de Tomàs y Morcillo.
Es relevante la procedencia académica o “territorial” de los rectores? Yo he conocido dos del área de ciencias de la salud, dos de ciencias básicas y uno de humanidades. Dos del campus de Burjassot y tres del de Blasco Ibáñez. Procedían de cuatro facultades diferentes. Si pensamos que es un dato de gran trascendencia, ¿tendríamos que hacer algún tipo de regulación? ¿Serviría de algo? Hay 18 centros, sin contar la Escuela de Doctorado. Al ritmo actual nos acercaríamos a mitad del siglo XXII para que todos los centros que todavía no lo han hecho “colocaran” un rector o rectora. Y casi todos piensan hoy que tienen méritos, o urgencias, para ser los siguientes.
Hemos tenido rectores con el valenciano como lengua materna y otros que tenían el castellano. Pero todos sin excepción se han comprometido con el respeto y el desarrollo de los preceptos contenidos en el artículo 6º de nuestros Estatutos. Y, estoy seguro, así seguiremos en el futuro.
A muchas de las personas que leerán estas líneas les vendrán al pensamiento otros elementos de mayor o menor relevancia que los que yo he citado. Es normal, porque su invocación ha sido recurrente en nuestras conversaciones durante los procesos que hemos vivido hasta ahora.
Así pues, ¿qué puede ayudarnos mejor a decidir el sentido de nuestro voto? Sin duda la confianza que nos inspira el candidato o candidata, el programa que nos presenta y el equipo con que cuenta para confiarle el futuro de nuestra Universidad. Por eso me parece importando distinguir entre la invocación a la experiencia de personas con experiencias heterogéneas de gestión y la apelación a la ilusión y la energía que desprende una candidatura conformada por personas que comparten una visión de la Universidad.
En mi caso no hay margen para la duda: Vicent Martínez es un gran candidato, con un buen programa y un magnífico equipo.
*Vicent Miralles Martí, profesor de la facultad de Magisterio de la Universitat de València