Los viejos y el virus

Considero innecesario repetir aquí lo que ya se nos machaca desde todos los medios de comunicación por tierra, mar y aire: que la situación es muy grave; que es fundamental evitar exponerse, y que hay que tener confianza en que esto pasará, antes o después.

Pero, dentro de esa avalancha de noticias echo a faltar una mayor atención hacia el que es el objetivo prioritario del maldito coronavirus: los viejos. Y sin ser, creo, conspiranoico el único motivo que se me ocurre es que entre los productores y comunicadores de esas noticias hay muy pocos viejos; y esto, unido al conocido síndrome de querer ignorar el futuro que afecta a muchos jóvenes, nos hace poco menos que invisibles, cuando en realidad somos, muy a pesar nuestro, los protagonistas de esta película de terror. Intentaré con estas letras paliar en parte esta injusticia expresando qué y cómo percibo personalmente, como un viejo más, la situación.

Si tuviera que resumir en una palabra el sentir general diría que los viejos estamos literalmente acojonados. Unos lo manifiestan más abiertamente y otros lo tratamos de disimular; pero el temor, sea explícito o implícito, se capta en nuestras actitudes y nuestras conversaciones. Los motivos para este temor son variados y diferentes en cada caso; pero siempre van combinados entre ellos, y nos  afectan de modo distinti según las circunstancias personales de cada uno. Me explicaré:

  • La rotura de los hábitos (pasear, la partida con otros viejos, la visita rutinaria y tantas veces innecesaria al médico), es, en el caso de los viejos, un factor de desestabilización del inestable equilibrio en que se mueven nuestras vidas.
  • La soledad es un problema muy importante, que tiene un impacto distinto si se vive solo, si se tiene una pareja, o si se convive con hijos o nietos; y tambien si se vive en un piso mínimo o en un chalet. Pero siempre se sienten las ausencias de alguien, familiares y amigos, de un modo más intenso que en el caso de personas más jóvenes. .
  • El temor a contagiarse, por la previsible consecuencia  de ser internado y aislado, nos hace estar todo el día pendientes de las manifestaciones de nuestros cuerpos. Algunos de nosotros se pasa el día tomándose la temperatura, el pulso o la tensión. Y no me extrañaría que más de uno ocultara los síntomas para evitar ser llevado al temido hospital.
  • Y el miedo a la muerte, que siempre está presente en la vida, y más en la de los viejos, pero al que ahora se le añade el temor a morirse solos, sin la compañía de los seres queridos, e incluso el de ser enterrados sin el consuelo para estos del apoyo físico de familiares y amigos. Y en este sentido, no quiero olvidar el drama terrible de los ancianos encerrados en las residencias para mayores, convertidas en campos de exterminio ante la pasividad de quienes deberían haberlo anticipado, o al menos  reaccionado a tiempo, y la lógica desmoralización de unos empleados y empleadas, que han visto transformarse su función de atención y cuidados por la de enterradores.

Ante la previsible prolongación de esta situación, solo puedo pedir tres cosas:

  • Que la Administración establezca los protocolos necesarios para atender las necesidades físicas y psicológicas de quienes dentro de este colectivo más lo necesiten. .
  • Y, dado que no tengo demasiada confianza en lo primero, que familiares, amigos y vecinos establezcan una red de protección a través de contactos telefónicos, preferiblemente por videoconferencia, y de ayuda física en compras y servicios para quienes no pueden salir de sus casas. .
  • Y, muy importante, que los medios insistan constantemente en hacernos visibles y en explicitar qué necesitamos y cómo pueden los demás ayudarnos. Dada la información de que disponemos, y por duro que esto sea, a los viejos no se nos oculta que muchos de nosotros no superaremos la pandemia. Sería mucho pedir que hasta que nos llegue la hora el resto de la sociedad se volcara en ayudarnos en lugar de ignorarnos?