Probablemente estés leyendo esto en un ordenador portátil, un teléfono o una tablet, e incluso puede que lo estés leyendo en los tres en diferentes momentos. Tarde o temprano, uno de estos dispositivos va a dejar de funcionar. Quizá falle la batería, o no puedas actualizar el sistema operativo, o simplemente dejen de gustarte y quieras comprar el último modelo. ¿Qué vas a hacer con ellos?
Si eres como la mayoría de la gente, probablemente los tires a la basura. Según las últimas cifras de E-Waste Monitor, en 2019 se generó una cifra récord de 53,6 millones de toneladas de residuos electrónicos en todo el mundo, lo que supone un aumento del 21% respecto a cinco años antes.
El informe predice que la basura electrónica mundial (productos desechados con una batería o un enchufe) alcanzará las 74 millones de toneladas en 2030. Solo el 17,4% de los residuos electrónicos de 2019 se recogieron y reciclaron.
¿Qué ocurre con el resto que no se recicla? Con casi total seguridad, esos aparatos acabarán en un país en desarrollo, como Ghana, donde serán desmontados a mano e incinerados. En los países desarrollados existen normas que controlan estrictamente la forma de eliminar los residuos electrónicos.
Por desgracia, estas mismas normas no existen en muchos países en desarrollo. En consecuencia, los residuos electrónicos se arrojan a menudo en vertederos o se queman, liberando sustancias químicas tóxicas y provocando graves problemas de salud a quienes viven cerca del vertedero. Además, estas sustancias químicas pueden contaminar el suelo y las reservas de agua de la zona.
En los últimos años, los aparatos electrónicos han aumentando su capacidad y disminuido su tamaño enormemente. Esto ha sido en parte gracias al uso de metales preciosos, como el oro, la plata y el paladio. Estos metales presentes en los residuos electrónicos pueden recuperarse y reutilizarse, y tienen un alto valor en el mercado.
El problema no es tanto el valor de estos componentes, sino si es rentable extraerlos de la basura electrónica. Un método habitual es la fundición en un horno a altas temperaturas para separar los metales.
Este proceso consume mucha energía y genera grandes cantidades de gases tóxicos. Otro método es la lixiviación, que utiliza soluciones químicas para disolver los metales y poder separarlos, pero es mucho más cara, y apenas se utiliza.
Otros componentes valiosos de la basura electrónica son el cobre y el aluminio, que también pueden reciclarse, de nuevo por incineración. El litio de las baterías es un componente cada vez más escaso y, sin embargo, uno de los más difíciles de reciclar y, también, uno de los más contaminantes si se filtra en el suelo y el agua.
El proceso comienza con el triturado de los residuos electrónicos en trozos pequeños para después separar el litio de otros materiales, como el plástico y el metal. Sigue un proceso químico para extraer el litio de los fragmentos. Es tan complejo y caro que muchas instalaciones de reciclaje no aceptan residuos electrónicos que contengan litio.
El caso de las pantallas LCD es igual de grave. Aunque las pantallas planas han supuesto un gran avance y consumen muy poco energía, son una pesadilla para reciclar. Contienen elementos tóxicos como el mercurio, el plomo y el cadmio. Además, su construcción es tan compleja que la única solución rentable es incinerarlas, con un alto riesgo de contaminación.
Cosas que como consumidores podemos hacer
Hay varias cosas que como consumidores podemos hacer para reducir nuestra huella de residuos electrónicos:
1. Asustarse (un poco)
Si has leído hasta aquí, ya has cumplido con este requisito. El mal tratamiento de los residuos electrónicos representan un inmenso problema para el medio ambiente, la economía mundial, la escasez de elementos estratégicos y la vida de las personas en países en desarrollo.
Según el informe de la Universidad de las Naciones Unidas, la falta de concienciación de la población en España es uno de los grandes problemas, ya que se encuentran grandes cantidades de residuos electrónicos en la basura.
2. Llevar a reciclar nuestros aparatos
Aunque parezca evidente, esta es una de las carencias más importantes. Según el informe anterior, España mejoró algo su tasa de recogida de residuos electrónicos pasando del 34% en 2016 al 48% en 2018, muy lejos del objetivo europeo de recuperar el 85%.
Uno de los principales factores según el estudio es que grandes cantidades de residuos son gestionadas por los chatarreros, lo que a su vez es una consecuencia de la falta de conciencia entre la población. Tampoco hay una gestión adecuada de los residuos entre empresas.
3. Exigir responsabilidades políticas
No toda la responsabilidad puede recaer sobre los ciudadanos, sobre todo si las instituciones no colaboran. Los programas de reciclado de RAEE (Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos) en España son responsabilidad de las diferentes Comunidades Autónomas y Ayuntamientos, así como las campañas de concienciación.
En los casos en los que hay contenedores específicos (como los envases), los resultados han sido buenos en los últimos años. Pero, sin una red adecuada de puntos limpios, el reciclaje supone un esfuerzo extra para las personas. En España hay unos 1.700 puntos limpios, pero no serán suficientes para el objetivo de duplicar el reciclaje en 2025.
4. Elegir productos más sostenibles
En España, la legislación pone el peso del reciclado en el fabricante, pero de poco sirve si la mayoría de productos son fabricados fuera. Greenpeace publica desde hace años una guía de electrónica verde.
En su última edición, Nokia es la mejor empresa de electrónica por su uso de materiales sostenibles y no contaminantes. Samsung y Apple también alcanzan una buena calificación por sus programas de reciclado. En cambio, firmas como Nintendo están a la cola.
5. Pensar antes de comprar y comprar menos
Debemos ser más conscientes de los productos que compramos y de la frecuencia con la que nos cambiamos por modelos más nuevos. Solo deberíamos comprar aparatos electrónicos nuevos cuando sea absolutamente necesario y esforzarnos por reparar los que ya tenemos cuando se rompen.
Esto último va en contra de los intereses de los fabricantes, claro, pero la futura nueva regulación europea sobre el derecho a reparar puede abrir esa posibilidad.
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