Tarjetas revolving: cómo salir del abismo de la deuda interminable
Las llamadas tajetas revolving, de pago aplazado o de deuda infinita, han llegado por fin a los tribunales y, tras las primeras sentencias favorables a los consumidores, a los grandes medios. Sin embargo, fue la campaña inicial de la OCU la que puso en aviso a muchos consumidores sobre los elevadísimos intereses que comportan este tipo de sistemas de pago a crédito.
¿Qué es una tarjeta revolving?
No se trata de ningún tipo especial de tarjeta, de hecho, puede ser cualquiera que contemple los pagos y desembolsos a crédito, pero lo haga con un interés abusivamente alto en la deuda acumulada, de modo que por cada vez que aplazamos la devolución de los pagos que hemos hecho a crédito, la deuda aumenta de un modo sensible.
Por ejemplo, imaginemos que tenemos que realizar un pago caro, un regalo importante, o simplemente un capricho que no nos podemos costear, etc. Si calculamos que podemos devolver a posteriori la deuda, es posible que nos veamos tentados a tirar de tarjetas Visa, MasterCard y compañía. Su gran ventaja es que podemos disponer de inmediato de un dinero que no tenemos. Pero conviene recordar que estamos usando un dinero que no nos pertenece, un dinero alquilado, por decir de algún modo, y por dicho alquiler debemos pagar un coste.
En el precio de dicho alquiler está la diferencia de una tarjeta de crédito digamos “honesta” y una revolving. En otras palabras, la entidad financiera que nos presta el dinero a través de la tarjeta se cobrará el servicio en forma de intereses, que pueden ser moderados o muy altos. En realidad, la entidad está en su derecho y ese es precisamente su negocio; nadie presta por amor al arte. Además, si somos ordenados y a final de mes abonamos la cantidad “alquilada” en el crédito concedido, apenas tendremos que pagar intereses.
Ahora bien, si utilizamos la opción de “crédito aplazado” que nos ofrecen numerosas tarjetas, corremos el riesgo de caer en el abismo del revolving. El pago aplazado o revolving es una alternativa según la cual no tenemos que pagar la cantidad que hemos tomado prestada de la tarjeta a final de mes, sino que podemos demorarla en plazos que nosotros mismos decidimos. El gran problema de las tarjetas revolving es que estos pagos aplazados pueden tener intereses muy altos.
¿Cuál es el problema con los intereses?
Cuando decimos intereses muy altos, hablamos de tasas medidas en TAE (tasa anual equivalente) que superan el 20% de la deuda aplazada. No hay que buscar oscuras entidades para descubrir este tipo de servicios; pasa con algunos de los servicios de financiación más conocidos, como Visa o MasterCard. El gran problema es cuando nos acostumbramos a vivir a crédito a base de aplazar los pagos que vamos haciendo con la tarjeta. Así es como se acumula la deuda y con ella crecen los intereses hasta llegar a lo largo del tiempo a doblar o triplicar el dinero gastado.
De este modo podemos estar durante meses utilizando la tarjeta a crédito para pagar billetes de avión, hoteles en el extranjero, etc., y no ser conscientes de lo que llegamos a deber al banco, puesto que a la deuda acumulada hay que añadirle el interés, que a cada mes que pasa se calculará sobre el monto total de la deuda, en el que constan los intereses del pasado. Es decir, una bola de nieve que se va haciendo cada vez más grande... Y seguirá creciendo si no ponemos remedio a tiempo.
Cómo salir si ya estamos metidos
Cuando nos vemos en el abismo del revolving, el gran dilema es cómo salir de él; es decir encontrar el modo de frenar esta bola de nieve de la deuda infinita y saldar el crédito de una vez por todas sin que nuestra propia economía personal se vea completamente descuadrada. Hay quien opta por pagar una cuota fija al mes más o menos asequible, haciendo un cierto esfuerzo económico.
En este caso debemos tener en cuenta que cuanto más baja sea la cuota, más tardaremos en resarcir la deuda, que cada mes generará un interés acumulado y que puede llegar a ser superior a la cuota pagada. En resumen: la deuda seguirá creciendo y no saldremos. Si vamos por esta vía tenemos que tirar de pragmatismo y sacrificio económico y fijarnos cuotas altas que nos impliquen renuncias pero que eliminen la mayor parte de la deuda en pocos meses.
Si lo hacemos así, saldremos, siempre que podamos pagar las cuotas cumplidamente. Si no podemos, existe la alternativa de pagar un porcentaje importante de la deuda. Debemos optar por porciones lo bastante elevadas; tenemos a favor que a medida que vayamos reduciendo la deuda también menguará el interés y por tanto se desacelerará el aumento del monto adeudado. Pero de todos modos, hasta que no cancelemos, nunca estará totalmente satisfecho y siempre irá generando interés, por pequeño que sea, a favor de la entidad crediticia.
De este modo, en un crédito de 1.000 euros a devolver el 25% cada mes, no lo devolvemos en cuatro meses sino que en el primero pagaríamos 250 euros, en el segundo sobre 187 euros, en el tercero cerca de 140,6 euros, en el cuarto más o menos 79 euros, en el quinto 59,6 euros, en el sexto, 44,7, etc. El pago se alarga varios meses más y el montante es superior si asumimos que estos números están calculados sin aplicar el interés, que todavía prolongará más los pagos. Y claro, mientras hay deuda se genera interés...
¿Qué alternativas tenemos para comprar a crédito?
La única alternativa realista es pagar la deuda de golpe a final de mes. Regatearemos así el círculo vicioso de los intereses por pago aplazado. Otra opción es intentar rebajar sustancialmente la deuda con cuotas y porcentajes altos y, tan pronto como dispongamos de líquido asequible, cancelarla de forma anticipada.
Y por descontado debemos rechazar siempre las tarjetas con opciones excesivamente fáciles y atractivas que últimamente algunas entidades nos ofrecen porque sí, con el anzuelo de que no tienen ninguna comisión de uso. A veces sus comerciales aseguran que nos devolverán un porcentaje del gasto que hagamos con la tarjeta, que suele estar en torno al 5%.
Se trata de tarjetas revolving puras y duras, en las que lo que no nos dicen es que solo permiten el pago aplazado y no la devolución a fin de mes. Tampoco que el interés devengado les compensará de sobras cualquier cesión del porcentaje de las compras. Esta falta de alternativa de este tipo de tarjetas es lo que los tribunales han comenzado a considerar como una cláusula abusiva.
Por lo tanto, si usamos una tarjeta de crédito para hacer un pago aplazado, nos aseguraremos de que carece de dicha cláusula y de que ofrece la opción de cancelar el total de la deuda a fin de mes sin ningún tipo de interés adicional al del uso del crédito por sí mismo como servicio.